martes, 25 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 11 - MI CUMPLEAÑOS

- Despierta, dormilón. - Me dijo mi madre en voz baja. Refunfuñé y me giré hacia el otro lado de la cama. Abrió la persiana lentamente. El sol brillaba e iluminó mi habitación como si fuera un foco alumbrando un escenario. Me cubrí la cabeza con la manta. - Tus tíos vendrán en una hora, así que te quiero en pie y listo para entonces. - Me destapó hasta la cintura y me dio un beso en la frente. - Felicidades, cariño.
- Gracias. - Murmuré con voz ronca. Cerró la puerta al salir de mi dormitorio y miré mi móvil. Solo habían pasado quince minutos desde el mediodía y ya tenía siete mensajes de felicitaciones, sin contar los de las redes sociales y los que recibiría durante el resto del día. Uno de ellos era de Catherine que, además de haberme felicitado nada más pasar la medianoche, me había vuelto a felicitar esta mañana: "Buenos días, cumpleañero. Ahora sí, ¡¡¡FELICIDADES!!! Ha llegado tu gran día, muchas, muchas, muchísiiiiiiiiiiiiimas felicidades. Me encargaré personalmente de que sea un día especial, aunque todos los días son especiales a tu lado. Te quiero y que no falte la canción repetitiva de los cumpleaños." Junto a este mensaje venía uno de audio en el que se oía a Catherine cantando, o más bien destrozando, la canción de Cumpleaños Feliz. Sonreí y leí el resto de los mensajes.
Me preparé y al bajar las escaleras me crucé con mi padre.
- ¡Feliz cumpleaños, hijo! - Nos abrazamos.
- Gracias, papá.
- Iba a subir a buscarte. - Dio media vuelta y bajó a mi lado. Odiaba tener que usar las escaleras con público, tardaba más que antes, aunque claro, había que tener en cuenta que una de mis rodillas había sido sustituida por un armatoste artificial... Y mi pantorrilla... Echaba de menos tener dos pantorrillas de carne y hueso, dos espinillas, dos pies... En fin, no era el mejor momento para ponerse nostálgico.
- Pues aquí estoy. - Se adaptó a mi paso. Mirándolo por el lado positivo, aún me quedaba la otra pierna, había visto cosas peores y personas que hubieran vendido su alma por estar en mi situación. - ¿Ya han llegado los primos?
- Todavía no, pero están de camino. - En el rellano nos cruzamos con mi madre, que llevaba un gran bol de ensaladilla cubierto por papel transparente.
- Bien, ya que estáis aquí, dejad esto en la mesa. - Nos ofreció el cuenco y lo cogí al ver que mi padre no lo hacía. Me pareció que le dirigió una mirada hostil a este antes de volver a la cocina. La noche anterior habían discutido, les había escuchado desde mi dormitorio aunque no había logrado entender lo que decían pues procuraron mantener la voz baja en los momentos clave.
Entré en el salón. Habían puesto una gran tabla de madera que hacía las veces de mesa sobre unos caballetes de madera y colocado el mantel y los cubiertos. Dejé el bol entre las dos copas que contenían las servilletas. Mi padre se sentó en su sillón y siguió viendo los resultados del sorteo de la lotería.
- Hay que ver, nunca toca nada. Eso es tongo. - Le dejé con su discusión con la televisión y me acerqué a mi madre, que estaba preparando el almuerzo.
- ¿Puedo ayudarte en algo? - Me ofrecí.
- Si pudieras ir haciendo unos sandwiches de atún con el pan de molde sería estupendo. - Me contestó mientras ella seguía preparando la sopa. Me senté en la pequeña mesa rectangular en la que solíamos almorzar y me puse a prepararlos.
- Mamá. - Hablé tras unos minutos en silencio.
- ¿Hmmm? - Preguntó sin dejar de trocear una zanahoria.
- ¿Va todo bien entre papá y tú? - Durante el tiempo que me habían dado por muerto se habían planteado el divorcio, pero cuando volví todo cambió y parecían haber hecho las paces, hasta ahora... Se detuvo un momento, sin mirarme.
- Claro, ¿por qué lo dices? - Continuó cortando ágilmente.
- Os escuché anoche. - Echó la zanahoria troceada a la olla y se volvió hacia mi.
- ¿Y qué escuchaste?
- Solo vuestras voces hablando en un volumen más alto de lo normal pero no entendí nada.
- Sí, discutimos. - Suspiró.
- ¿Por qué?
- Cosas de tu padre. - Sacudió la cabeza y apretó la mandíbula. Pocas veces había visto a mi madre enfadada así que debía de ser algo grave. - Pero tú no te preocupes, tu padre entrará en razón, ya lo verás.
- ¿Alguien me trae una cerveza? - Gritó el susodicho desde el salón. Mi madre suspiró.
- ¿Puedes ir tú, por favor? - Me pidió en un tono tan amable que no me pude negar.

Mis tíos de la granja entraron los primeros, seguidos de sus hijos: Tyler, un inquieto y escandaloso chico de cinco años, y Kira, responsable aunque inconformista, dos años mayor que yo. Se llevaban 19 años, una diferencia de edad bastante grande, seguramente un descuido por parte de los progenitores.
- ¡Primo Dean! - Dijo Tyler al verme. Le levanté y me lo eché al hombro, con la cabeza hacia abajo.
- Pero mira a quién tenemos aquí. - Se rió entre pataleos y le bajé.
- ¡Felicidades, viejo! Pero mi hermana es más vieja todavía. - Se burló señalándola con el dedo. Ella le miró entrecerrando los ojos y se acercó a paso rápido, él salió corriendo riéndose entre gritos.
- ¡Feliz cumpleaños, bichito! - Me saludó Kira con dos besos en las mejillas. - ¿Cómo estás?
- Muy bien, ¿y tú? - Ella fue la que insistió en que fuera a la verbena que se celebraba en el pueblo en la que conocí a Ashley. Fue muy comprensiva conmigo y me ayudó a adaptarme a la granja.
- Perfectamente. En febrero me voy a hacer las prácticas de medicina al extranjero. Es alucinante, ¿verdad? - Dijo emocionada. - Yo fuera del pueblo, ¡del país! - Sacudió la cabeza como si no se lo creyera. - A lo mejor incluso lo echo de menos. - Hizo una pausa. Soltó una carcajada y la imité.
- ¿Tú? ¿Echar de menos la granja? No lo creo... - Negué con la cabeza y le di un fuerte abrazo. - Enhorabuena, Kira.
Las hermanas pequeñas de mi madre no pudieron venir porque vivían a kilómetros de aqui y se habían llevado a mi abuelo con ellas, así que solo estábamos mis tíos y primos de la granja, mis padres, Catherine, que llegó media hora después que ellos, y yo. Nos sentamos a la mesa y soporté las preguntas sobre qué estaba haciendo actualmente y sobre lo que iba a hacer en el futuro con una educada expresión en mi rostro y respuestas escuetas. Mi prima y Catherine se llevaban bien, aunque solo se habían visto en contadas ocasiones, y Tyler me encantaba. Curiosamente, yo adoraba a los niños pequeños y Cath... bueno, digamos que los soportaba lo mejor que podía. Éramos una pareja inusual en ese sentido.
Tras el almuerzo, la tarta y los regalos, mi madre y mi tía se quedaron en la cocina charlando y fregando los cubiertos y platos mientras que mi padre y su hermano se quedaron embobados mirando la televisión con una gran copa de coñac en las manos. Eran tal para cual aunque la mentalidad de mi tío era bastante abierta teniendo en cuenta que vivía en una granja en un pueblo escondido entre dos colinas. Nosotros subimos a mi habitación y sacamos los juegos de mesa. Catherine y Kira nos ganaron a Tyler y a mi en un juego de adivinar la palabra que era con gestos.
- Vale, ¿a qué jugamos ahora? - Pregunté frotándome las manos. Mi prima consultó su móvil.
- ¿Qué os parece jugar al Quién es quién? - Comentó Catherine.
- Lo siento, mi novio está a punto de llegar. - Dijo.
- ¿Por qué no le dices que se quede? - Propuse.
- Él no es muy amante de estos juegos.
- Pues jugamos a otra cosa, ¿al twister?
- No se, tal vez otro día. - Se oyó un claxón y Kira, como impulsada por un resorte, miró por la ventana. - Es él. Me lo he pasado muy bien, chicos. - Se despidió de Catherine y de mi. - Ya nos veremos y felicidades de nuevo, Dean. - Se dirigió a su hermano. - Te veré en casa, pecoso.
Este le sacó la lengua. Salió de la habitación deprisa, con su largo cabello negro ondeando tras ella. Catherine miró por la ventana con curiosidad y yo hice lo mismo. Había un chico con una cazadora de cuero y vaqueros oscuros montado en una enorme moto, parecida a las que usaban en las carreras.
- ¡Menuda moto! - Se maravilló Catherine. Kira apareció y le dio un largo beso al tipo de cabellos claros que había debajo del casco. Tras ese intercambio de saliva, ella se colocó el suyo y se marcharon a toda velocidad. Crucé una mirada con Catherine y arqueé las cejas con una media sonrisa.
- Bueno, ¿y que hacemos ahora? - Pregunté. Ella volvió la cabeza hacia el niño de cinco años que había sobre mi cama toqueteando las cartas del juego que acabábamos de terminar. Me volví hacia él, casi se me había olvidado que seguía ahí.
- ¡No estaba haciendo trampas! - Escondió las manos detrás de la espalda y puso cara de inocencia, como si le fuéramos a regañar.
Tyler era incansable, habíamos jugado al parchís, a la oca e incluso al escondite con él y seguía queriendo más. Le adoraba pero quería pasar tiempo a solas con Catherine.
- ¿Puedo ver tu pierna otra vez? - Preguntó Tyler por cuarta vez. Me levanté la pernera del pantalón y puso la misma cara de fascinación que las veces anteriores. - ¡Cómo mola! - Exclamó.
Estabamos sentados en el suelo de mi habitación, con los pocos juguetes que conservaba y las cajas de los juegos de mesa tirados a nuestro alrededor. Catherine entró, había bajado a por algo de beber. Le dio a Tyler un zumo y me tendió mi refresco. Observé sus largas piernas enfundadas en unos pantalones rosa ajustados que realzaban su trasero. Me puso una mano en el hombro mientras se sentaba en el suelo junto a nosotros con las piernas cruzadas. Su blusa blanca era elegante y discreta aunque se le había bajado el escote al sentarse. Noté como ella también me recorría con la mirada, desde mis sencillos pantalones beige, subiendo por la camisa celeste con finas líneas verticales de un azul aun más claro, deteniéndose brevemente en mis labios, pasando por mis ojos, hoy verdosos, hasta mi cabello negro levantado en forma de una pequeña cresta. Reposó los dedos sobre mi muñeca, adornada por la pulsera de trenzas de cuero marrón que había visto en la feria de invierno. Catherine me la había comprado el mismo día en que fuimos, aprovechando un despiste por mi parte, y me la acababa de regalar, junto con Shot or Die II, la continuación del juego de tiros al que no paraba de jugar en el piso.
- Catherine, ¿tú has visto su pierna? - Tyler interrumpió nuestro mutuo análisis. Ella asintió. - ¿A que mola?
- Mola muchísimo. - Respondió.
- ¿Y mi otra pierna no mola? - Pregunté, levantándome la otra pernera.
- ¡Tyler, que nos vamos! - Gritó mi tía desde abajo.
- ¡Jo, yo quiero quedarme!
- ¡Tyler! ¡No me hagas subir! - Le reprendió. El niño protestó para si mismo pero aun así le obedeció. Nos miró.
- Ahora bajamos. - Le dije. El sentarme en el suelo había sido una mala idea, para levantarme lo tendría complicado y no quería que Tyler me viera así. Asintió y nos dejó al fin a solas. Catherine me acarició la pantorrilla de la pierna buena.
- A mi me molan tus dos piernas. - Comentó respondiendo a mi pregunta anterior. Sin apartar su mano de mi pantorrilla nos besamos por tercera vez en todo el día. - Me encantan tus... tu - se corrigió - pantorrilla, entre otras cosas claro. - Otro beso.
- ¿Ah, sí? - Dije entre beso y beso con una sonrisa. - ¿Como qué? - Puse una mano sobre su cadera.
- Debemos bajar. - Me recordó. Suspiré.
- Claro. - Se levantó con una envidiosa rapidez y me ofreció su ayuda sin pedírselo.
- ¿Vamos a mi casa dentro de un rato? - La miré alzando una ceja. Acepté su ayuda y me puse en pie. - Mi madre quiere felicitarte en persona. - Parecía como si fuera a añadir algo más. Se le escapó una sonrisa pícara. - Y después ha quedado con Roger así que...
- Estaríamos solos. - Terminé la frase por ella. Le abracé por la espalda mientras caminábamos por el pasillo y le besé en la coronilla. - Me parece una idea estupenda.

Llegamos a casa de Catherine, las luces estaban apagadas. Supuse que su madre estaría encerrada en su despacho, con sus importantes papeles del hotel, del cual era ya directora. Catherine metió las llaves en la cerradura de forma demasiado ruidosa y abrió la puerta. La casa estaba extrañamente silenciosa y oscura. Me llevó al salón.
- ¡Sorpresa! - Gritaron unas voces conocidas, poniéndose en pie. Se encendió la luz y pude reconocer sus caras: Jack, Isabelle, Anne, John, Charlotte, Rose y...
- ¿Ashley? - Pregunté extrañado. - Te imaginaba ya muy lejos.
- Ya os dije que no tenía tiempo para quedarme por aquí pero - miró a Catherine - tienes una novia muy convincente.
La miré y sonreí. Observé a los demás, me había quedado sin palabras. Algunos me estaban grabando con sus móviles, sentí que tenía que decir algo.
- No me lo esperaba. - Fue lo mejor que se ocurrió. Rieron y se acercaron a saludarme.
Me enteré que Catherine tenía pensado montar esta fiesta desde hacía semanas y que quiso conseguir el número de Ashley pero no le había sido posible así que le vino de perlas que ella apareciera como por arte de magia el día antes de mi cumpleaños, por eso tardaron tanto en el baño de la cafetería, estaban hablando de eso. Catherine lo había dejado todo listo para que Jack y los demás solo tuvieran que esconderse y esperar a que apareciera. Incluso había hecho una llamada mientras estaba en mi casa para asegurarse de que todo seguía en orden, aprovechado el momento en el que había ido a por las bebidas. Rose también estaba allí para felicitarme en persona, tal y como había dicho Catherine, y después se marchó con Roger.
Me dispuse a hacer las presentaciones pertinentes pero ya todos habían conocido a Ashley. Tomamos más tarta, más refrescos, cantamos canciones, nos hicimos fotos y bailamos al son de la música que había elegido Catherine para la fiesta, la mayoría canciones que me gustaban. Reimos sin parar y disfrutamos como niños pequeños en una piscina de bolas. Ashley y Anne parecían compartir gustos y hacían comentarios sobre series y actores de los que no tenía ni idea.
La noche llegó sin darnos cuenta y pedimos pizza para todos. Después de la cena, Ashley se tuvo que marchar, volvimos a jugar al Tabú y al cabo de un rato el resto la imitó.
- Nosotros nos vamos ya. - Se despidió John, señalando a Charlotte y a Anne. - ¡Felicidades! - Volvió a decirme con una sonrisa y los pulgares alzados.
- Gracias, tío. - Le respondí con otra sonrisa. Nos dimos la mano.
- Sí, nosotros también. - Secundó Jack. Me dio un apretón de manos acompañado por un abrazo. - ¡Enhorabuena! Oficialmente eres el más viejo de todos. - Se acercó a mi oido. - Me dio la impresión de que la madre de Catherine iba a tardar, y bastante, así que ya sabes... - Me guiñó un ojo y me dio una palmadita en la espalda. - ¡La noche es joven! - Alzó la voz y le di una suave colleja mientras sonreía.
Me despedi del resto y Catherine también. Jack fue el último en irse.
- ¡Pasadlo bien lo que queda de cumpleaños y no rompáis nada! - Dijo antes de salir.
- No te preocupes, si rompemos algo diremos que has sido tú. - Le guiñé un ojo y soltó una carcajada. Cerré la puerta y miré a Catherine, que sonrió negando con la cabeza.
- Este Jack nunca cambia. - Comentó y mantuvo su mirada en mis ojos, me besó y creía que iba a ir a más pero se detuvo. - Tengo que limpiar.
La seguí hasta el salón, donde empezó a recoger los cubiertos y platos de plástico. Le ayudé, pero al ver lo poco que habíamos ensuciado, me senté en el sofá y esperé a que pasara para recoger el vaso que había sobre la mesa de cristal frente a mi para agarrarle la muñeca con suavidad.
- No hay prisa, siéntate un rato conmigo. - Tiré de ella hacia mi y la hice sentarse a mi lado. Apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello y le acaricié el pelo.
- Hoy estás radiante, Dean. - Me miró y me acarició la mejilla.
- ¿En serio, brillo? - Miré mi cuerpo, fingiendo sorpresa. Se rió y me dio un golpecito en el pecho.
- No, tonto. Pero estás más guapo de lo normal, con esa sonrisa sincera y... no sé, a lo mejor sí que brillas un poco. - Rio de nuevo y solté una carcajada. Se volvió a apoyar en mí, me besó en el cuello y movió los dedos en círculo en mi pecho.
- Lo cierto es que me siento más o menos así. Estoy... - busqué la palabra adecuada. - feliz. - Dudé, sí, esa era la palabra que me definía en ese instante. - He pasado un inolvidable día rodeado de mi familia y mis amigos. Y la fiesta sorpresa me ha encantado, ni siquiera me lo había imaginado.
- Por eso es sorpresa. - Puntualizó Catherine.
- Definitivamente, es el mejor cumpleaños de todos. - Disfruté del olor a pizza que aun llenaba la casa, del calor y el tacto de mi novia a mi lado y de los recuerdos del día.
- Pues todavía te queda un regalo. - Murmuró al cabo de un rato. Me miró con picardía y nos besamos. Recorrió mi cuello con sus labios y mi torso con sus manos. Me quitó la camisa y desabrochó los botones de mi pantalón mientras bajaba por mi pecho dandome pequeños besos.

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