martes, 14 de octubre de 2014

CAPÍTULO 6 - HOGAR DULCE HOGAR

El autobús paró en la estación con un chirrido de frenos y sacamos nuestro equipaje del maletero. Catherine se había quedado dormida en mi hombro durante el trayecto y me había dejado el brazo entumecido. Mis padres me estaban esperando junto a la madre de Catherine. Mi madre me besó en las mejillas y me apretó contra ella.
- Mi niño. - Me llegaba por el pecho y la rodeé con mis brazos. - Te he echado de menos, mi pequeño.
- Yo también a ti, mamá. - Me soltó y me acerqué a mi padre. Teníamos la misma altura pero, aparte de eso y del pelo oscuro, no nos parecíamos en absoluto. Mis ojos eran una herencia de mi abuelo materno y los demás rasgos, una mezcla de los genes de ambos. Había quien decía que me parecía a mi tío por parte de padre, aunque yo no nos encontraba el parecido. - Papá. - Le saludé. Nos dimos un abrazo corto cargado de sentimientos reprimidos que terminó con unas palmaditas en la espalda.
- Hijo, ¿cómo estás? - Me sorprendió ver una sombra de sonrisa en sus labios.
- Bien. - Respondí. Saludé a la madre de Catherine y esta a mis padres. Nos íbamos en coches separados.
- ¿Nos vemos mañana? - Preguntó, jugué con un mechón ondulado de su cabello.
- Claro. - Iba a ser muy raro que ella no fuera lo último que viera antes de dormir. Le dí un beso en la frente. - Hasta mañana.
- Hasta mañana. - Nos separamos lentamente y me metí en el coche de mi padre mientras la veía marchar con su madre.
Aquella noche me desperté sudando de una pesadilla. Esperé el contacto de Catherine, sus palabras de consuelo o simplemente escuchar su respiración lenta y profunda. Entonces, recordé dónde estaba y miré a mi alrededor. Los pósteres con los mejores jugadores de baloncesto del mundo no me devolvían la mirada, excepto Michael Jordan, que me sonreía con un balón en las manos. Me revolví bajo las mantas y la colcha de mi equipo de fútbol favorito y miré mi móvil. Era de madrugada y la última conexión de Catherine había sido tras la conversación que habíamos tenido antes de dormir. Releí las últimas frases:
- Buenas noches, lo más importante de mi vida y el chico más precioso que he visto con unos ojazos de infarto. - Sonreí ante su descripción.
- Buenas noches, mi inteligente y bella novia a la que no dejaré escapar y a la que ya estoy echando de menos aunque nos hemos visto hace cinco horas. - Le había respondido yo.
- Te quiero mucho, ¿lo sabías?
- Yo te quiero más y sí, me lo habías mencionado alguna que otra vez.
- No conviertas esto en una competición porque nos podemos pasar toda la noche así y tengo ventaja porque eché una cabezada durante el camino.
- No te lo crees ni tú, apenas duermo, ¿recuerdas?
- Lo sé. Ojalá estuvieras a mi lado para darte un abrazo de los que asfixian.
- Te daría más que un abrazo. ¿Cuántas veces nos hemos despedido ya?
- Unas cuatro veces si no me falla la memoria. ¿A la quinta va la vencida? - Había puesto un icono de una cara riendo.
- Vamos allá: Milady, que tengas dulces sueños.
- Gracias, ¿Milord? Duerme bien. - Me había mandado una fila llena de corazones y caras lanzando besos y yo le había respondido con más corazones. Tras esperar un rato, ninguno de los dos había continuado hablando, parecía que esa había sido la despedida de buenas noches definitiva.
Dejé el móvil en la mesita de noche y conseguí volver a conciliar el sueño.

Llamé al timbre de la enorme mansión que tenía Jack como casa. Me abrió su madre, una mujer bien vestida, guapa y delgada que aparentaba menos de 40 años, aunque los había cumplido hacía ya tiempo.
- Buenas tardes, señora. Veo que está tan elegante como siempre.
- Gracias, Dean. Es un placer tenerte aquí. - Me dio un abrazo, estrechándose contra mi cuerpo más de lo necesario. Noté sus pechos clavándoseme en el mio. Se separó y me dejó pasar. - Siéntete en casa, Jack está arriba.
Miré la larga escalera que llevaba al piso superior y retuve un suspiro. Mi pierna estaba mejor pero eso no significaba que subir escalones fuera fácil para mi, me sentía torpe y lento cuando lo hacía.
- Gracias. - Me encaminé hacia la escalera con la mayor dignidad posible y recorrí el pasillo que tantos recuerdos me traía.
- ¡Dean! - Exclamó una chica de unos 13 años. Tenía el mismo pelo y los mismos ojos que Jack, por suerte no compartía su nariz. Me abrazó.
- Guau, ratita. ¡Cuánto has crecido! - Era su hermana. Su mote se debía a que cuando éramos todos más pequeños ella correteaba entre nosotros mientras jugábamos y se comía todo el queso que hubiera por delante. Pero, sobre todo, a que sus incisivos se parecían a los de ese animal.
- Ya no soy una ratita. Mira. - Alzó la cabeza y me enseñó una sonrisa metálica, se había puesto aparato.
- ¡Qué pena! ¿Y ahora cómo te puedo llamar?
- Por mi nombre, Stella. - Me froté la barbilla pensativo.
- Creo que te seguiré llamando ratita, por los viejos tiempos. - Me dirigí hacia la habitación de Jack.
- Te lo permito porque eres tú pero no le digas ni una palabra a mi hermano, que por fin he conseguido que me deje de llamar así.
- Será nuestro secreto. - Le guiñé un ojo y soltó una risita tonta. Bajó las escaleras.
Me asomé al dormitorio de Jack, estaba sentado al borde de la cama con el móvil en las manos.
- Hay que ver, ni siquiera te dignas a darle un buen recibimiento a tu colega. - Me quejé, parecía que su familia me tenía más aprecio que él. Se guardó el móvil en el bolsillo y se acercó.
- ¡Hey, Dean! - Me abrazó. - Lo siento, tío. No me había dado cuenta de la hora que es. - Se excusó aún sin soltarme.
- Me has echado de menos, ¿eh? - Le di unas palmaditas a la espalda y se separó.
- No me hagas admitirlo. - Volvió a mirar el teléfono.
- Si vas a estar así todo el tiempo me voy con tu madre. Cada año que pasa está más buena. - Dije para picarle y porque, en realidad, era cierto.
- Hace poco se operó las tetas. - Comentó mientras escribía. Ya me he dado cuenta, pensé recordando su cálido abrazo. - Son para su nuevo novio, que tendrá unos 30 años.
- ¿Te cae bien? - Se encogió de hombros.
- Todo el que se intente tirar a mi madre me cae mal de antemano. - Entendía su razonamiento. - Aunque el otro día me llevó a una exposición de coches y parecía majo.
Eché un vistazo a la pantalla de su móvil. Estaba hablando con Isabelle. Encendí la videoconsola.
- ¿Vas a echar un partido conmigo o voy a tener que jugar yo solo? - Alzó una mano.
- Solo un momento. - Resoplé y preparé el juego. - Ya está. - Dijo a los pocos segundos.
- Ha terminado la conversación ella, ¿verdad? - Le pasé un mando. Hizo una mueca.
- En serio, tío, ¿cómo lo haces? - Sonreí y me encogí de hombros. - Se tiene que arreglar para quedar con Catherine y el resto.
Asentí y elegí mi equipo. Quería ponerme al día con Jack y sabía que con Isabelle al lado no se iba a concentrar en nuestra conversación así que había aprovechado que Catherine había quedado con sus amigos para quedar yo con él a la misma vez. Al cabo de 15 minutos ya le había marcado dos goles.
- Colega, ¿pero qué te pasa? El desentrenado tendría que ser yo. - Hacía meses que no echaba un partido virtual, y en la vida real ya ni mencionarlo. Sacudió la cabeza.
- Nada, es solo que... Estoy calentando. - Retomamos el juego y continuó. - Hablando de calentar, ¿cómo va todo entre tú y Catherine? Me imagino que el vivir bajo el mismo techo tendrá muchas ventajas y no me refiero precisamente a compartir gastos.
- La verdad es que no me quejo. - Le marqué otro gol y lo celebré cerrando el puño en el aire y atrayendo el brazo hacia mi costado. - En serio, ¿qué te pasa? - Sacudí la cabeza y seguí. - ¿Y tú e Isabelle? Con lo pegajosos que estáis será un no parar...
- Sí... - Dijo poco convencido. Le miré, mantenía la vista fija en la pantalla.
- Porque os habéis estrenado ya, ¿no? - Dejamos de prestarle atención al juego.
- Sí, eso sí pero... ¿cómo os la apañabais al principio? Me refiero, ¿dónde? Porque tengo una madre que trae invitados sin avisar a casa y una petarda a la que todavía le tengo que hacer de niñera. Y, para colmo, mi hermana mayor también aparece de vez en cuando por aquí sin llamar antes así que...
- Pues, en su casa, en la mía... A unas malas en el coche... ¿Dónde lo hicisteis la primera vez?
- Y única... - Murmuró. - Un suertudo día en el que tuvimos la casa para nosotros solos. - Calló un momento, pensativo. - Y después apareció mi querida hermanita con las petardas de sus amigas. Y mi madre. - Añadió.
- Puff... Menudo plan.
- Por lo menos nos dio tiempo. - Se rascó la cabeza y pausó la partida. - Venga, tío. Necesito consejo, ¿vuestra primera vez como fue? ¿Os pilló su madre, o peor, tu padre? - Solté una carcajada y le dí una palmadita en la espalda.
- No tuve tan mala suerte como tú. - Nuestra primera vez...
Tanto Catherine como yo nunca lo habíamos hecho antes. Llevábamos 8 meses saliendo y, como celebración, habíamos decidido ir a almorzar juntos, ya que su hora de recogida era demasiado temprano y así podríamos pasar más tiempo juntos que si hubiéramos ido a cenar. Habría que tener en cuenta que en ese momento ella acababa de cumplir los 16 años, yo tenía 18, su madre apenas me conocía, y ella era su única, dulce y pequeña niña, aunque aun lo seguía siendo. Tras el almuerzo le había preguntado, sin presiones, si le apetecía ir a mi casa y había aceptado incluso sabiendo que íbamos a estar solos, pues mis padres habían ido a ver a mis tíos a la granja y no volverían hasta bien entrada la noche.
Aprovechando su visita al baño, encendí unas velas para ambientar la habitación, puse algo de música y bajé las persianas para que tener algo más de intimidad. Al volver, se detuvo en la puerta y observó los cambios que le había hecho a mi dormitorio, con los dedos entrelazados ante su cuerpo y sin poder dejarlos quietos. Los nervios flotaban en el aire, le tendí mi mano y ella la aceptó sin dudar. Nos movimos al ritmo de la lenta melodía y noté como se iba relajando entre mis brazos. Nos besamos y se estremeció cuando me deshice de su camiseta.
- Todavía te puedes echar atrás. No tengo prisa. - Le dije en un susurro. - Esperaré lo que tenga que esperar.
Nunca olvidaré la mirada que me dirigió, ni esa preciosa sonrisa que surgió de sus labios.
- Te quiero. - Pronunció, las palabras parecían surgir del fondo de su alma. Bajó la mirada y su sonrisa se tornó tímida. - Y estoy lista.
- ¿Segura? - Le pregunté, notando los latidos frenéticos de mi corazón.
- Nunca he estado tan segura de algo. - Bajo la tenue luz de las velas, busqué sus labios con los míos y se los besé con delicadeza.
Volví al presente, con Jack en su habitación y el juego en pausa.
- Pues... - Busqué las palabras adecuadas. - Mis padres no estaban y lo hicimos en mi casa. Fue bien, sin interrupciones, los dos solos y tranquilos. - Dije finalmente. Sonreí para mi mismo, habíamos mejorado mucho desde entonces.
- ¿Y alguna vez, ya sabes, te has... bloqueado? - Fruncí el ceño.
- Tío, ¿qué me estás preguntando? Se más directo, estamos en confianza.
- Que si no se te ha puesto ties... - En ese momento entró Stella, interrumpiendo nuestra conversación, tan ruidosa como recordaba. - ¿Qué haces aquí? ¡Largo!
- Me aburro, además, mamá me ha dado permiso. ¿Cómo estás, Dean?
- ¡Mamá! - Gritó Jack antes de que me diera tiempo a contestar.
- No está, ha ido de compras con sus amigas. Ahora estoy bajo tu cargo, así que si me pasa algo es culpa tuya.
- Estupendo. - Bufó. - En serio, ¿qué es lo que quieres?
- ¿Qué pasa? ¿No puedo pasar tiempo con mi hermano mayor? - Preguntó con voz de inocencia. - ¿De qué estabais hablando? - Jack palideció. - Algo de tieso, estabas diciendo...
- Le estaba... preguntando a Dean - escogió con cuidado sus palabras - que si él no tiene problemas para poner su pelo tieso, tú sabes. - Se pasó una mano por la cabeza.
- ¿No le vas a responder, Dean? - Parpadeé perplejo. En menudo momento le había dado por aparecer.
- Em... No, mi pelo se pone tieso bien, nunca me falla. Aunque después de volver de Afganistán no tenía ganas de... peinarme. - Esperaba que Jack lo pillara.
- Es que no podías, estabas rapado. - Dijo su hermana sin ni siquiera sospechar de lo que realmente estábamos hablando. - Así estás mejor, te sienta bien ese peinado. - Iba como de costumbre, con mi pequeña cresta levantada casi en el nacimiento del pelo.
- Tú no has venido aquí para verme, petarda, tú has venido aquí para ver a Dean. - Le acusó Jack.
- ¿Pero qué estas diciendo? Con lo que yo te quiero, hermanito. - Le abrazó.
- Claro, cuando te conviene... - Retomamos la partida mientras Stella nos veía jugar. Cuando Jack perdió, su hermana ocupó su lugar.
- Eres demasiado bueno, Dean. ¿Y cómo has hecho para hacer eso? - Preguntó después de que hiciera un pase largo.
- Darle a los botones. - Respondió Jack, ella le fulminó con la mirada.
- A ti no te preguntaba.
- Es fácil, tienes que darle aquí, aquí y después a estos dos. - Le señalé los botones. Soltó una risita.
- ¿Así?
- Espera, ¿te has pintado los ojos? - Preguntó Jack, sorprendido.
- Los llevo desde que entré por la puerta, señorito observador. - Me miró. - ¿A qué tú si te habías fijado? - Lo cierto era que no me había dado cuenta hasta que Jack lo había dicho.
- Pues no, lo siento. - Sus ojos reflejaron decepción y seguimos jugando en silencio. Miré a Jack, que se encogió de hombros.

Al cabo de un rato, bajamos al salón para ver el partido del mundial de baloncesto en el televisor de altísima calidad que tenía Jack. Su hermana se había cansado de estar con nosotros y ahora estaba con el portátil en el estudio, que era más bien una pequeña biblioteca. Teníamos comida, bebida y sonido envolvente para hacernos sentir como si estuviéramos en la propia pista. El móvil de Jack sonó y miró la pantalla. Me preparé para ser ignorado pero lo puso en silencio y lo dejó sobre la mesa sin responder siquiera a la llamada.
- ¿No le respondes a tu chica?
- No era ella. - Me miró de reojos, evaluando mi reacción. - Era Peter.
- Ah. - Dije, manteniendo el rostro neutro. Peter, mi antiguo mejor amigo, al que casi rompí la nariz en Nochevieja porque insultó a Catherine, del que ya no había vuelto a saber nada. - Puedes responderle, que yo no me hable con él no significa que tú no puedas.
- Lo sé, pero quería ver el partido en mi casa y ya le dije que no podía. Habrá llamado para probar suerte, sabes lo pesado que se pone cuando quiere algo. - Asentí y le dí un sorbo a mi cerveza. - Prefiero verlo contigo, él solo quiere llamar la atención. ¿No se da cuenta de que lo que queremos es ver el partido y no a él?
- Gracias, tío. - Alzó su botella y la choqué con la mía.
- Él es mi amigo pero tú eres mi mejor amigo. - Me dijo con una sonrisa. Le sonreí también. Volvió la vista hacia la pantalla. - ¡Hey, que ya empieza!

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