martes, 9 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 1 - LA LLEGADA

Escuché unas llaves y, a continuación, una puerta abrirse.
- No mires. - Me repitió Catherine por segunda vez. Oí las ruedas de nuestras maletas resonando en el suelo.
- No estoy mirando. - Dije aún con los ojos cerrados. El sonido paró. Tiró de mi brazo y caminé unos pasos hasta que me hizo determe. La puerta se cerró detrás de mi.
- Ya puedes abrir los ojos. - Lo hice.
Estábamos en el salón del tercer piso de un edificio situado casi en el centro de la ciudad, por suerte tenían ascensor. La pierna tenía sus días buenos y malos, la cicatriz de la mejilla se había quedado en una fina línea que apenas se notaba y las quemaduras del brazo derecho seguían ahí pero algo más cicatrizadas.
Miré a mi alrededor, era un salón de tamaño medio con una mesa de comedor a un lado. A la izquierda se entreveía la puerta de una cocina. Una de las habitaciones estaba justo al pie del salón y, muy cerca de esta, había un estrecho pasillo con dos puertas más, supuse las de la otra habitación y el cuarto de baño. Catherine se puso frente a mi.
- ¿Qué te parece? - Su cabello castaño oscuro seguía siendo corto, aunque ahora le llegaba por los hombros, tenía los ojos brillantes de la emoción y una sonrisa contagiosa.
- Muy bonito. - Respondí.
- Para mi gusto es un poco pequeño pero encontrar un alquiler a buen precio tan cerca de la facultad es difícil, y más con ascensor. - Me cogió de la mano y me guió por el pequeño apartamento.
Me enseñó la cocina, no era muy grande pero habían sabido aprovechar el espacio que tenían; la habitación que estaba más cerca del salón, formada por una cama individual, un gran armario y una mesa escritorio; el baño, bastante espacioso; y, por último, el otro dormitorio, algo más grande que el anterior, equipado también con una mesa escritorio y un armario del mismo tamaño, un sillón encajado en el hueco bajo la ventana y una cama de matrimonio.
- Y esta es nuestra habitación. - Abrió los brazos mostrándome la estancia y se sentó en la cama.
Estábamos a finales de septiembre pero aun se podía sentir el verano. Tras nuestra reconciliación, Catherine había continuado su rutina en la universidad y nos habíamos visto cuando nos había sido posible. Sin ella, nuestra pequeña ciudad me parecía vacía y el tener tanto tiempo libre tampoco ayudaba. Traté de encontrar un empleo y, con la ayuda de un amigo de mi padre, conseguí mantenerme ocupado durante seis meses haciendo chapuzas y pintando casas pero eso no era vida para mi. Todavía no había encontrado mi vocación, como hubiera dicho Catherine, e iba dando tumbos, buscando cursos, talleres, algo que me llamara la atención y me hiciera sentir útil. Nada. En lo único que era bueno era en baloncesto y en recibir órdenes de mis superiores en el ejército, y ahora ambas cosas me eran imposible hacerlas, a no ser que trabajara en un despacho militar rodeado de papeles y atendiendo a gente. Nada más pensarlo me entraban ganas de vomitar.
Así que ahí estaba, dando el primer paso para compartir piso con mi novia y una de sus compañeras de universidad, e iniciar una nueva vida en otra ciudad. Un pez recién sacado de la pecera metido en alta mar. Aunque la idea de vivir con Catherine me resultaba bastante atractiva. La observé allí, sentada en la cama, inclinada hacia atrás apoyándose en sus brazos, con mirada seductora y esa camiseta que resaltaba su escote.
- Podría acostumbrarme a vivir aquí. - Me incliné, puse una mano sobre su nuca con suavidad y le besé. Perdió el equilibrio y acabé sobre ella, con mi rodilla buena impidiendo que dejara caer todo mi peso sobre su cuerpo. Volvió a pegar sus labios a los míos y noté una sonrisa en ellos. Me puso las manos en el pecho y nos separamos.
- Tengo que ir al servicio. - Dijo con una sonrisa de disculpa.
- ¿Ya vas a estrenar el baño? - Le dejé paso y me senté en la cama.
- Para que veas.
- Y yo que pensaba que íbamos a estrenar la cama antes... - Me sacó la lengua antes de desaparecer tras el umbral de la puerta.
Me tumbé con los brazos bajo mi cabeza. Definitivamente me podría acostumbrar a eso, no más padres, no más distancia, solo ella y yo...
- ¿Hola? Cath, ¿estás aquí? - Y nuestra compañera de piso. La puerta se cerró de golpe. Me incorporé. - Vaya, hay corriente... - Murmuró para sí misma.
Fui al salón. Junto a nuestras maletas había dos más y una chica con cabello negro y flequillo un año mayor que Catherine escribiendo a toda velocidad en su móvil, llevaba una camiseta negra con dibujos. Levantó la cabeza, no parecía sorprendida al verme.
- Hola. - La saludé.
- Hola, tú debes de ser Dean. - Me dio dos besos.
- Y tú Elaine. - Cath me había hablado de ella. Me dijo textualmente: "Es un poco promiscua pero buena persona y muy divertida."
- ¡Elaine! - Catherine la abrazó, ambas eran de la misma altura. - Veo que ya os habéis presentado.
- Sí. Por cierto, es más guapo en persona. - Dijo como si yo no estuviera presente.
- Y por dentro es igual o incluso más guapo. - Me apretó los mofletes con una mano. - Bueno, ¿y cómo te ha ido el verano? - Me soltó y moví la mandíbula para que mi rostro volviera a su forma.
- Más vale que te sientes porque va para largo. - Se dirigieron al sofá.
- ¿Has vuelto a ver a tu amigo? - El tono en el que Catherine dijo amigo daba a entender que era algo más que eso.
- Sí, y me dijo que me había echado mucho de menos. - Respondió la otra poniendo los ojos en blanco.
- Bueno, voy a ir guardando el equipaje. - Murmuré sin querer interrumpir la conversación.
- Vale, ahora te ayudo. - Dijo mi chica. Se volvió hacia su compañera. - No le habrás creído, ¿no?
- ¡Por supuesto que no! Esta vez se lo he dejado bastante claro. - Puso una sonrisa traviesa. - Aunque antes me divertí un poco con él...
Llevé las maletas a nuestra habitación, aun así las escuchaba perfectamente.
- ¿A qué te refieres con divertirte? - Puse la mía sobre la cama y la abrí.
- Pues... Ya sabes. - Las oí reirse y dar pequeños gritos. Negué con la cabeza. Chicas... pensé.
Después de ponerse al día con Elaine, Catherine vino a echarme una mano y fuimos buscando sitio a nuestras pertenencias. Todavía teníamos algunos retoques que hacerle a la habitación: ella quería una estantería para colocar algunos de sus libros y películas que había cogido de su casa y yo me traería un par de juegos y la pequeña televisión que tenía en mi habitación del pueblo para conectar la consola. Estaba emocionado por empezar esta nueva etapa de mi vida.

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