martes, 4 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 8 - LA FERIA

Me pasé los dedos por las cejas para peinármelas y me coloqué la chaqueta sobre el polo blanco. Escuché la bocina de un coche y me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón vaquero. Me despedí rápidamente de mis padres y fui hacia el coche de Jack, Isabelle estaba en el asiento del copiloto. Íbamos a la feria de invierno que habían montado durante tres días en nuestra pequeña ciudad.
- Hola. - Saludé al abrir la puerta. Me senté y tuve que ayudarme con las manos para meter la pierna en el vehículo.
- Hola. - Me respondieron a la vez. Me coloqué el cinturón.
- ¿Cómo te va todo, Isabelle? - Pregunté mientras nos poníamos en marcha.
- Muy bien aunque el mes que viene tengo los exámenes del primer cuatrimestre y, a decir verdad, tendría que haber empezado a estudiar ya.
- Me imagino que el empalagoso de tu novio tendrá algo que ver en eso de no haber podido estudiar. - Jack me fulminó con la mirada a través del espejo retrovisor.
- Oye, a mi no me eches la culpa, es ella la que no se concentra conmigo alrededor.
- Claro. Además, tú también deberías estar estudiando. - Le recordé.
- A lo mejor es ella la que no me deja estudiar a mi y no al contrario.
- Pero bueno, ¿quién es el que siempre me está proponiendo planes cuando me decido a coger los apuntes? - Dijo Isabelle.
- ¿Y quién los acepta? - Preguntó a su vez Jack, medio sonriendo.
- ¡Niños, tranquilidad! - Hice de intermediario como si fuera el padre del grupo. - Los dos tenéis razón.
- Eso no me vale. - Murmuró Jack aun sonriendo. Nos detuvimos en casa de Catherine y sali del coche. Me dirigí al porche mientras un elegante automóvil aparcaba detrás del de Jack, de él se bajó un tipo con traje de chaqueta, un refinado abrigo y mocasines. Subí los escalones con cuidado y llamé a la puerta. El hombre de los mocasines se puso a mi lado, esperando con las manos entrelazadas delante de su cuerpo. Yo iba en deportivas y vaqueros, con una camiseta interior bajo el polo blanco para no pasar frío.
- Buenas noches. - Me saludó.
- Buenas noches. - Respondí educadamente. Le eché un vistazo rápido, por la descripción que me había dado Catherine ese tenía que ser el amigo especial de su madre.
- Tú debes de ser Dean, el novio de la hija de Rose. - Se me adelantó.
- Exacto. - Le confirmé.
- Mi nombre es Roger Cross. - Le estreché la mano.
- Encantado. - Catherine abrió la puerta. Estaba preciosa con ese vestido gris de manga corta que tenía pensado ponerse desde hacía semanas y su corto cabello ondulado, con un brillante adorno sujetándole un mechón rebelde que solía caer sobre su mejilla derecha.
- ¡Hola! Vaya, estáis los dos aquí. - Nos sonrió. - Veo que ya os habéis presentado. - Se hizo a un lado. - Pasad, por favor, no os quedéis en la puerta. - Le obedecimos. El vestido resaltaba sutilmente sus curvas y le marcaba el trasero. - Mi madre bajará enseguida. ¿Queréis tomar algo?
- No, gracias. - Respondimos a la vez. Catherine me dio un pudoroso beso en la mejilla.
- ¿Cómo fue la jornada de puertas abiertas? - Le preguntó a Roger. Él era agente inmobiliario, su madre y él se conocieron cuando fue a dar una charla al hotel donde ella trabaja.
- Un éxito. Fue muy buena la idea de poner marcos digitales por la casa con varios ejemplos de cómo podían decorar y aprovechar todo ese espacio. ¿Has pensado en dedicarte a la venta de casas?
- Lo cierto es que no. No se me da demasiado bien eso de vender.
- ¿Y tú, Dean?
- La verdad es que nunca lo había pensado. - Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y me tendió una tarjeta.
- Pues si lo piensas y estás interesado, aquí tienes mi número.
- Gracias. - Murmuré. Hasta su tarjeta personal era elegante y sencilla.
- Ahí está. - Dijo Catherine con orgullo, seguí su mirada. Una irreconocible Rose bajaba por las escaleras. Llevaba un vestido azul marino manga al codo con suaves estampados, se había recogido el cabello en un moño e iba más maquillada de lo que solía ir.
- Buenas noches, Roger, Dean.
- Estás preciosa, Rose, más que de costumbre. - Le halagó Roger.
- Estoy de acuerdo con él, señora, está deslumbrante. - Ella sonrió y se sonrojó ligeramente. En ese momento me recordó a Catherine.
- Muchas gracias a los dos, sois muy amables.
- Nosotros ya nos vamos, nos están esperando. - Comentó Catherine mientras cogía su abrigo. Se escuchó un claxon confirmando su frase. - Ese debe de ser Jack.
- De acuerdo, pasadlo bien. Nosotros saldremos ahora, el tiempo de coger mi bolso y el abrigo. - Dijo la madre de Cath.
- Un placer conocerle, señor Cross. - Le estreché la mano de nuevo.
- Puedes llamarme Roger y lo mismo digo. - Me sonrió dándome un cálido apretón. Catherine se despidió también y salimos.
- ¿Qué te ha parecido? - Me susurró Catherine mientras bajamos las escaleras de la entrada.
- Parece un buen tipo, me da buenas vibraciones. - Asintió.
- A mi también, espero que así sea. - Entramos en el coche.
- Hombre, por fin apareceis. Pensaba que no íbais a salir nunca de esa casa. - Protestó Jack sin estar molesto realmente.
- Vamos, seguro que habéis sabido aprovechar ese tiempo. - Repliqué sonriente. Jack se volvió hacia mi, con rostro inexpresivo.
- En serio, ¿me estás espiando? - Solté una carcajada y Jack se rió. Arrancó el coche y Catherine me besó.
- No te había podido saludar en condiciones. - Explicó.
- No te hace falta excusas para besarme. - Le dije y esta vez el que la besó fui yo.
- ¡Eh, parejita! ¿Qué estáis haciendo ahí atrás? - Nos interrumpió Jack. - En mi coche no, ¿eh?
Nos sonreimos y nos tomamos de la mano. Hicimos la última parada para recoger a Anne antes de llegar a la feria. Catherine se bajó y llamó a la puerta de su casa. Cuando salió se abrazaron calurosamente y empezaron a hablar. Se dirigieron al coche agarradas del brazo.
- Buenas noches, grupo. - Saludó Anne. Catherine se sentó entre Anne y yo.
- ¿Qué tal, Dean? - Extendió la mano para saludarme y se la estreché con delicadeza.
- Bien, ¿y tú?
- No puedo quejarme. - Me dedicó una leve sonrisa, sin que esta se viera reflejada en sus ojos. Catherine le apretó el brazo con suavidad. Aun estaba algo afectada por su ruptura con Darren pero parecía estar superándolo.

Habíamos quedado en encontrarnos con John y Charlotte en la entrada de la feria de invierno. Les saludamos.
- ¿Llevais mucho tiempo esperando? - Llegábamos quince minutos más tarde de la hora acordada.
- No, unos cinco minutos o así. - Respondió John quitándole importancia.
Caminamos lentamente por la feria. La noche era fresca pero no hacía viento y el cielo estaba despejado. Había puestos de ropa, complementos, comidas y bebidas a ambos lados, un par de tómbolas y puestos de tiros, dos de algodón de azúcar y buñuelos, unas cuantas atracciones para los más pequeños y una noria de brillantes colores. Las chicas se paraban en cada puesto mirando pulseras o bolsos, o cualquier cosa que pudieran llevar colgadas mientras que nosotros nos quedábamos esperándolas fuera.
Entramos en un tenderete con camisetas de grupos de música, series y películas y con pulseras y carteras de hombre. En esta ocasión tanto nosotros como ellas nos quedamos un rato en ese puesto. Me quedé mirando una pulsera trenzada marrón.
- ¿Te gusta? - Le pregunté a Catherine quien se encogió de hombros. Me la probé por encima, no quedaba mal pero ¿qué hacía yo con una pulsera? La dejé en su sitio y Catherine me hizo una señal con la cabeza para que me pusiera en marcha, el grupo ya estaba en otro puesto.
Al final me compré una carcasa para el móvil y me fijé en unos pendientes que le habían gustado a Catherine para regalárselos por Navidad, me pasaría al día siguiente a comprárselos. Las chicas lideraban la marcha, con nosotros tres detrás, de vez en cuando nos íbamos cambiando de sitio, con cortas charlas entre unos y otros. Aproveché un momento que John estaba delante con las chicas para preguntarle a Jack:
- Oye, lo que me contaste el otro día, lo del pelo tieso. - Le recordé. - No retomamos el tema. ¿Tienes ese problema?
- Solo fue una vez pero ya está solucionado, creo que fue la tensión del momento. Estaba más distraido pensando que alguien podía entrar en cualquier momento por la puerta que en lo que me debía concentrar. - Le di una palmadita en la espalda.
- Me alegra oir eso.
- Gracias por seguirme el rollo cuando apareció mi hermana.
- No hay de qué, fue divertido.
- A mi no me lo pareció. - Dijo ladeando la cabeza. Escuché un estallido y me sobresalté. Me agaché y tiré de Jack hacia abajo, habían sonado como disparos. Me volví hacia el sonido, solo eran unos globos siendo explotados por unos dardos en uno de los puestos de tiro. Me puse en pie ante la atenta mirada de Jack y de unas cuantas personas más. Ningún otro miembro del grupo se había dado cuenta de mi vergonzoso desliz.
- ¿Estás bien? - Me preguntó Jack, poniéndome una mano en el hombro. - Solo son globos.
- Sí, es que me ha pillado desprevenido. - Todavía me estaba recuperando del susto cuando tras un pequeño silencio volvió a hablar.
- Oye, no me has contado cómo es vuestra compañera de piso. - Me quedé pensativo un momento.
- Es morena, con flequillo, más o menos igual que Catherine de alta, pechugona y le gustan las cosas de Japón y de ese estilo.
- ¿Has dicho pechugona? - Estaba seguro de que eso era lo único con lo que se había quedado. Asentí. - Anda, que tienes que estar en la gloria rodeado de mujeres. - Me dio con el codo en las costillas con una sonrisita.
- Lo dices como si viviera en un harén, además, para mi la única mujer que me vale es Catherine. - Aclaré. Él afirmó con la cabeza, probablemente pensando en Isabelle.
Nos paramos en un puesto de comida y pedimos unas baguettes y refrescos. Juntamos dos mesas y nos sentamos. Me froté las sienes, aun preocupado por mi arrebato anterior. Miré a la derecha siguiendo un impulso y vi a Peter sentado a un par de mesas de nosotros con dos chicos más. Él también me había visto y nos sostuvimos la mirada. En el fondo no le guardaba rencor, se había metido con mi chica y yo por poco le había roto la nariz, se podía decir que estábamos en paz. Lo cierto era que le echaba de menos, habíamos sido amigos cercanos desde hacía mucho, casi tanto como con Jack. Me apené al darme cuenta de que ya no era posible que recuperásemos nuestra amistad. Miré a Catherine, parecía absorta en la conversación que mantenía con Anne, John e Isabelle.
Casi habíamos terminado de comer cuando Jack me dio un ligero codazo.
- No mires pero allí está Peter. - Me lo señaló con la cabeza discretamente. Tan observador como de costumbre.
- Lo sé, le he visto al sentarnos. - Contesté con indiferencia, dándole el último mordisco a mi bocadillo. Por el rabillo del ojo vi a Peter levantarse.
- Le voy a saludar. - Asentí, ya le había dicho que no tenía por qué dejar de hablarle por mi culpa. Cuando pasó por nuestro lado, Jack se puso de pie y le estrechó la mano. Noté la mirada sorprendida de Catherine puesta en mi tras verle, observando mi reacción.
- ¿Qué hay, Jack? - Saludó Peter, nos miró a los presentes, deteniendo su vista en mi. - Dean.
- Peter. - Dije sin moverme de la silla. A simple vista su nariz parecía la de siempre pero si te fijabas bien se podía ver que el tabique seguía una ligera curva hacia la izquierda. - Te veo bien.
Como si acabara de recordar nuestro último encuentro, se llevó la mano a la nariz, apartándola en cuanto se dio cuenta de lo que hacía.
- Podría decir lo mismo. - Miró a Catherine. - Bueno, os dejo con vuestra compañía habitual. - Murmuró como si fuera algo malo. Aferré las manos con fuerza al reposabrazos de la silla, controlándome para no montar un numerito. Tras su marcha hubo un silencio incómodo. Inspiré hondo tres veces y conseguí relajarme.
- ¿A alguien más le parece que estas baguettes están deliciosas? - Comentó Charlotte, tratando de romper el hielo que se había formado en un momento.
- La verdad es que sí, son las mejores que he probado desde hacía mucho. - Continuó Jack. La conversación se alargó y cada uno aportó su comentario sobre la comida.

Retomando nuestro recorrido por la feria, nos detuvimos esta vez en una barraca de tiro al blanco. Había tres escopetas, cada una con su correspondiente munición de perdigones y sus ocho blancos frente a ellas, estos tenían forma de bolos y eran amarillos. Las chicas estaban comentando qué peluche les gustaba más mientras John le pagaba al feriante y preparaba su arma.
- Nueve tiros. - Le informó.
- Fijaos en la serpiente gigante azul. - Dijo Anne.
- A mi me encanta la ardilla. - Opinó Isabelle.
- Mirad el elefantito gris de la esquina. Es monísimo. - Comentó Catherine. Se hizo el silencio cuando John se acomodó la escopeta en el brazo y empezó a disparar. Derribó seis de ocho.
- Maldita sea. - Murmuró para sí mismo.
- Yo te conseguiré tu ardillita, Izzy. - Afirmó Jack dirigiéndose a Isabelle. Solo consiguió tirar dos. - Tal vez la próxima. ¿Vas a intentarlo, Dean? - Me ofreció el arma y la miré con recelo. Había usado demasiadas armas en estos años, armas reales y dañinas, y desde el incidente no había vuelto a coger ninguna.
La acepté y la sentí ligera en mis manos, señal de que no contenía balas ni pólvora. Observé que tenía el cañón sutilmente desviado y me acostumbré a su tacto. Una vez rellena con su inofensiva munición, me la coloqué en posición y apunté teniendo en cuenta el ángulo de desviación. Primer bolo derribado, el segundo también. Cada vez estaba más cómodo con ellla, sentía como si me hubiera vuelto a encontrar con un viejo amigo.
- Uno más y me superas. - Comentó Jack.
Tercero y cuarto objetivo abatidos. Buen trabajo soldado, dijo mi superior. Disparé. El quinto objetivo cayó al suelo como si fuera un cuerpo inerte en la arena del desierto. El sexto sucumbió a mi certero tiro y su sangre se desparramó a su alrededor, sin embargo seguía vivo y alzó su arma contra mi, apreté el gatillo sin vacilar y se desplomó sobre su espalda. Me pareció oir gritos y más disparos y una neblina gris me impedía la visión.
- ¿Dean? - Escuché la voz de Catherine tensa a lo lejos. Cerré los ojos y tomé aire. No estás de servicio, estás en la vida civil, donde no hay muertos por donde vayas, ni bombas, ni tiroteos, me dije a mi mismo. Me lo repetí unas cuantas veces más y bajé el arma. Abrí los ojos aun confuso.
- ¿Estás bien, chico? - Preguntó el feriante. Asentí. - Te quedan dos tiros.
Tomé aire. Me acomodé la escopeta de perdigones una vez más y tiré los dos bolos que quedaban en pie. Dejé el arma en su sitio y apoyé las manos sobre el mostrador para que no se me notara el temblor. Me volví hacia Catherine que me miraba preocupada.
- ¿Qué peluche quieres? - Le pregunté. Sacudió la cabeza, demasiado desconcertada para responderme. Me dirigí al feriante. - Deme el elefante de la esquina, por favor.
- Enhorabuena. - Me felicitó mientras me daba el peluche.
- Gracias. - Se lo di a Catherine que lo acogió con cariño entre sus brazos.
- Como no, si yo también hubiera ido a las prácticas de tiro con el ejército hubiera derribado todos los bolos. - Dijo Jack.
- Admítelo Jack, no tienes buena puntería. - Le piqué, fingiendo normalidad.
- Ahora vas a ver. - Volvió al mostrador, pagó y cogió la escopeta. En esta ocasión derribó cuatro.
- Bueno, vas mejorando. - Le di una palmadita en la espalda. - Sigue así. - Solté una carcajada ocultando mi inquietud.
- Y sigues con la guasa. Me vas a tener que enseñar a disparar.
- Ya veremos... - Respondí esquivo. La idea de volver a coger un arma y revivir esos momentos no me atraía en absoluto.
Continuamos andando y Catherine se puso a mi lado. Me agarró del brazo y aminoramos la marcha mientras dejamos que los demás nos sacaran ventaja.
- ¿Estás bien? Tenías una mirada extraña mientras tirabas.
- Sí, claro. - Arqueó una ceja, incrédula. Desvié mi vista hacia el frente mientras caminábamos. - Es solo que... me han venido recuerdos de la guerra. No te preocupes.
- ¿Cómo quieres que no me preocupe? - Controló su tono. - ¿Eso es normal? ¿Te pasa a menudo? - Negué con la cabeza.
- No, no me ocurría desde que volví de Afganistán. Tardó más de un mes en quitárseme.
- ¿Por qué no me lo contaste en su momento? - Me encogí de hombros.
- No era importante, es común entre los veteranos de guerra, un síntoma de estrés postraumático, igual que las pesadillas. - Que habían disminuido notablemente desde que me estaba tomando las nuevas pastillas. - Y antes me había parecido escuchar disparos cuando solo era un globo explotando.
- ¿Cómo conseguiste que se te pasara?
- Con ayuda de mi psicólogo, los medicamentos y creo que el paso del tiempo también ayudó. - Me cogió de la mano y me hizo detenerme.
- Por eso te fuiste al pueblo con tus tíos. - Asentí, ese era uno de los motivos. - Me gustaría que me hubieras dejado ayudarte.
- Lo sé. - Le miré a los ojos. - Te prometo que si necesito desahogarme o hablar del tema, serás la primera persona a la que acuda.
- Eso espero. - Nos abrazamos aunque el elefante se interpuso entre nosotros. Catherine lo miró y acarició su suave superficie. - No tendrías por qué haber seguido jugando solo para conseguírmelo.
- ¿No te gustaba el elefante? ¿Hubieras querido otro peluche? - Alcanzamos al resto del grupo y le pasé el brazo por los hombros.
- No, este está bien, pero no merecía la pena que lo pasaras mal para que lo tuviera.
- Pero, ¿te gusta? - Sonrió, eso era lo que quería.
- Sí, pesado. Me encanta el elefante, es adorable. Mira que orejitas más monas. - Las movió.
- Y grandes. - Puntualizó Anne, volviéndose hacia nosotros.
- Y tiene los ojos azules. - Señaló Jack, mirando el peluche y luego a mi. - Creo que ya se por qué te gusta ese peluche.
- ¿Estás diciendo que me parezco a un elefante? - Se encogió de hombros. Me dirigí a Catherine. - ¿El elefante te recuerda a mi?
- No lo sé, no lo había pensado. - Observó el peluche. - Simplemente me gustaba, aunque ahora que lo decís sí que os dais un aire. - Se rió y le miré entrecerrando los ojos.
- ¿Ah, sí? - Le intenté hacer cosquillas pero se alejó de mi, le agarré por la cintura desde la espalda y di una vuelta con ella entre mis brazos. Volvió a reír y yo con ella. - Te quiero. - Dije solo para ella. Sonrió y nos besamos.

Habíamos dado varias vueltas al recinto ferial y solo nos quedaba una cosa por hacer.
- ¿Nos montamos en la noria? - Propuso Isabelle posando la mirada en todos pero centrándose más en Jack.
- Sí, vamos. - Respondió John enseguida.
- ¿Sabeis? - Comentó Charlotte. - Nunca me he subido a una noria. La veo muy romántica y no había tenido nadie para compartir ese momento, hasta ahora. - Le dedicó una mirada significativa a John. Se oyó un "oh, que bonito" proveniente de Anne y Catherine.
- ¿Y vosotros que decís? - Nos preguntó Isabelle mientras nos dirigíamos hacia la atracción.
- Las alturas no son lo mío. - Respondió Jack. - Pero por ti haré una excepción. - Añadió tras ver la mirada de decepción en sus ojos.
- No tienes por qué hacerlo. - Aclaró Isabelle.
- Lo se, pero quiero. - Se besaron y se escuchó otro "oh", esta vez solo de Catherine, apoyó su mejilla contra mi brazo.
- ¿Y el resto? - Retomó la pregunta John. Catherine se puso recta.
- Yo creo que paso. - Le miré extrañado, ella compartía la misma idea romántica de la noria que Charlotte. Le dirigió una mirada de soslayo a Anne y entonces lo comprendí, salir rodeada de parejas para dar un paseo era una cosa pero montarse en una noria con el amor flotando en el aire habiendo sufrido recientemente una ruptura era otra muy distinta.
- Yo también. - La secundé.
- Tengo una idea. - Habló Anne. - ¿Por qué no os montáis todos y yo os espero aquí? No me importa, en serio.
- No digas tonterías. No tengo ganas de noria. - Afirmó Catherine y le agarró del brazo.
- Yo tampoco, sería complicado subir y bajar con mi pierna. - Respondí señalándomela. Cath me sonrió, agradeciendo mi gesto.
Estábamos frente a la taquilla de las entradas.
- ¿Estáis seguros? - Preguntó John. Asentimos. Compraron los tickets y les observamos al pie de la noria mientras se subían en una de las cabinas, en las que cabían cuatro personas.
- ¿Nos sentamos ahí en frente? - Sugerí, indicando un puesto de comida con mesas y sillas vacías. Las chicas asintieron.
- Esperad, voy a comprarme buñuelos, ¿queréis? - Preguntó Anne. Negué con la cabeza.
- No, pero algodón de azúcar si. - Respondió Catherine. Los algodones de azúcar estaban en el puesto justo al lado del carrito de los buñuelos.
- Id, yo os espero aquí. - Dije, sentándome en una de las sillas. Estar tanto tiempo de pie me cansaba.
- Vale, enseguida volvemos. - Catherine me dio un beso en la frente y me pidió que sujetara el peluche. Miré al elefante, ¿de verdad me parecía a eso? Era gris, y tenía unas marcadas cejas negras sobre unos ojos azul-celeste. Puede que tuvieran algo de razón... No, me negaba a ser comparado con un elefante.
Catherine ya había comprado su algodón de azúcar y estaba esperando con Anne en la cola de los buñuelos, solo había dos personas por delante de ellas. Me miró y me sonrió mientras se llevaba un trozo del rosado algodón a la boca, lamiéndose la yema de los dedos. La cola avanzó y enseguida les atendieron. Al dar media vuelta Catherine se chocó con el chico que tenía detrás, murmuró lo que supuse que sería una disculpa y se quedó boquiabierta cuando se dio cuenta de quién era. Yo también, definitivamente el mundo era un pañuelo. Tras el primer silencio por la sorpresa, Nigel empezó a hablar con ella. A pesar de que el puesto estaba cerca, no podía oir lo que decían aunque sí les veía mover los labios. Me removí en la silla, nervioso, sin saber si debía intervenir. Catherine me señaló y Nigel miró. Le saludé con un asentimiento de cabeza. Esa era la señal que necesitaba, me puse en pie y me acerqué a ellos.
- Hola, Nigel. - Le di un frío apretón de manos.
- Dean, ¿qué tal? - Catherine se puso a mi lado.
- Bien, aqui dando una vuelta con mi novia y mis amigos. - Recalqué. - ¿Y tú?
- Más de lo mismo. - Respondió señalando con la cabeza una mesa en la que había dos chicas y un chico.
- ¿Tú con novia? - Pregunté sorprendido. - Quién te lo iba a decir...
Asintió y le entregaron dos cajas cuadradas con buñuelos cubiertos con sirope de chocolate.
- Bueno, vuelvo con los mios. - Miró a Catherine. - Me ha alegrado volver a verte. Te sienta muy bien el pelo corto.
- Gracias y disfruta de la noche.
- Lo mismo digo. - Nos miró a Anne y a mi y luego se fue. Nos sentamos en la mesa en la que estaba hace un momento. Se hizo un silencio incómodo.
- ¿Queréis buñuelos? - Nos ofreció Anne.
- No, gracias. - Respondí.
- Menuda sorpresa encontrarnos a Nigel aquí. - Comentó Catherine tras rechazar el ofrecimiento de Anne con un movimiento de cabeza.
- No tanto, él también vive aquí así que había bastantes posibilidades de encontrárnoslo, ¿no crees? - Se encogió de hombros y se comió un trozo de algodón.
- Supongo. - Nuestras miradas se cruzaron.
- Voy a por una servilleta, ahora vuelvo. - Dijo Anne, marchándose.
- ¿A qué viene ese tono? - Me preguntó Catherine cuando se hubo ido. - No creerás que lo he hecho a conciencia, ¿no?
- Tú sabrás. - Pero no lo creía. Suspiré y me froté las sienes. - Lo siento, se que ha sido un encuentro casual. - Como el de Peter, pensé. - No me hagas mucho caso, ha sido una tarde intensa.
- No te pongas celoso - Colocó su mano sobre la mia. - No tienes de qué preocuparte, Nigel es historia antigua, lo nuestro, si es que realmente hubo un nosotros alguna vez, terminó hace mucho y no tengo intención de que se repita. - Hizo una pausa. - Te quiero a ti.
- ¿Puedes repetir eso último?
- Te. Quiero. A. Ti. - Dijo, haciendo incapié en cada palabra, sobre todo en la última. Se inclinó sobre la mesa para besarme y sus labios sabían a pura azúcar.

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