martes, 23 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 3 - CUATRO AÑOS Y DOS MESES

Me miré en el espejo de forma ovalada del salón. Por alguna extraña razón hoy tenía los ojos más azules que otros días. Me pasé la mano por el pelo, volviéndolo a elevar en forma de una pequeña cresta, como le gustaba a Catherine. Llevaba una camisa de cuadros azul con un pantalón beige. Hoy hacía cuatro años y dos meses que estábamos juntos y lo estábamos celebrando. Habíamos decidido contar también los meses que me habían dado por muerto y los de nuestra breve ruptura, aunque técnicamente no estábamos juntos durante ese tiempo. No importaba, era como si nada hubiera pasado, excepto por la metálica y evidente prueba que tenía colgando del muñón.
Me senté en el sofá y moví inquieto la pierna buena de forma inconsciente. Acabábamos de llegar de una cena romántica a la luz de las velas en un tranquilo restaurante junto al puerto, Catherine se había encerrado en la habitación y había dicho que esperara un momento. Hacía semanas que no estábamos a solas en el piso, lo que significaba nada de sexo. Elaine se había ido de fiesta y dormiría en casa de otra amiga, con suerte no volvería hasta mañana por la tarde. Estaba nervioso e impaciente pero ahí estaba, esperando a que Catherine terminara de hacer lo que fuera que estaba haciendo. Escuché la puerta abrirse y me levanté.
- Ya estoy. - Dijo con voz cantarina.
Catherine salió con un camisón de raso azul oscuro y se apoyó en el marco de la entrada del pasillo de forma seductora. Sus largas piernas lo parecían aun más por lo corto de su atuendo y tenía encajes en puntos clave de su cuerpo. Aquella noche se había alisado su oscuro cabello, que le había crecido lo suficiente para caerle sobre los hombros. Me acerqué sin apenas ser consciente, despacio, como si un movimiento en falso pudiera hacerla desaparecer.
- Guau. - Fue lo único que era capaz de decir. Catherine sonrió satisfecha y sonreí a su vez. Le acaricié el pelo brillante con delicadeza y la acerqué a mí, esta vez con más brusquedad.
Nuestros labios chocaron, su lengua jugó en mi boca y noté la suavidad de la seda y de su piel bajo mis manos, ambas igual de agradables. Caminamos por el pasillo mientras nos acariciábamos y besábamos sin control.
- ¿Llevas braguitas de encaje? - Pregunté sonriendo, sintiéndolas en las yemas de los dedos.
- ¿Te gustan? - Dijo mientras me desabrochaba los botones de la camisa con destreza. Sus besos en el cuello me distrajeron. Me ayudé con la pared del pasillo para alzarla y alcanzar su garganta sin dificultad.
- ¿No lo notas? - Respondí con otra pregunta pegándome más a su cuerpo. La risa con la que me respondió era música para mis oídos.
- Vamos al dormitorio. - Sus piernas dejaron de rodearme y se dirigió hacia la habitación. Me deshice de los pantalones y la seguí. Cerré la puerta a mi espalda.
Me dio un beso que me supo a poco y, sin recordar si había sido ella o yo, ya no tenía nada de tela bajo la que esconderme. Me empujó hacia la cama, me quité la pierna y se sentó sobre mi regazo. El resbaladizo camisón impulsado por mis manos pareció flotar en el aire antes de caer al suelo.
La tumbé sobre la cama y me deshice de la última prenda que separaba su piel de la mía. Me coloqué sobre ella y empezamos a movernos. A los pocos minutos, noté un dolor en la pierna amputada que empezó en la cicatriz y se extendió por el muslo.
- ¿Cambiamos? - Pedí. Coordinados, rotamos y al hacerlo su cabello me hizo cosquillas en el rostro.
- ¿Estás bien? - Preguntó preocupada, aminorando el ritmo. Asentí e hice un gesto para que no se detuviera.

Medio tapados bajo el edredón, miré al techo. ¿Ahora también estaba limitado en eso? Me froté el muñón, preguntándome qué había sido ese dolor. Desde el día del baloncesto mi cuerpo estaba resentido y me lo demostraba con esas punzadas que parecían pinchazos de agujas en los momentos menos oportunos. Aun no se lo había comentado a Catherine, no quería preocuparla por algo que carecía de importancia.
- ¿En qué estás pensando? - Catherine tenía la vista puesta en mi y me observaba seria pero con un brillo especial en el rostro.
- Eres preciosa. - Dije. Siempre lo estaba pero después de hacerlo estaba más bonita que antes. Mi piropo tuvo el resultado que esperaba. Negó con la cabeza sin creérselo pero aun así sonrió.
- Vale, no me lo cuentes. - Se encogió de hombros y apoyó la mejilla en mi brazo. Tras un silencio volvió a hablar. - Te quiero.
La miré, sonreí y le di un beso en la frente.
- Yo también te quiero. - Cerré los ojos y saboreé el momento. Al cabo de un rato suspiró profundamente.
- ¿Y ese suspiro? - Los abrí y me volví hacia ella.
- No se, me siento como nueva. - Sonrió tímidamente. Se acercó a mi oído y susurró pudorosa:
- Creo que lo necesitaba más de lo que pensaba. - Le miré con una sonrisa pícara. Bajó la mirada y se sonrojó ligeramente. Por muchos años que pasaran, y aunque ya era más extrovertida, seguía siendo aquella chica tímida de la que me enamoré nada más verla.
- Pues si eso te ha gustado espera a ver esto. - Poniendo especial atención en apoyar todo mi peso en los brazos y en la pierna buena, le recorrí el cuello a besos y poco a poco fui bajando mis labios por su torso y sus caderas...

Me desperté, agradecido de haber tenido solo pesadillas ligeras, como yo las llamaba. Eran en las que tenía una horrible sensación angustiosa pero soportable que se me pasaba en cuanto era consciente de estar en el mundo real. Abrí los ojos y vi que Catherine cerraba los suyos de golpe. Sonreí.
- Te he pillado. - Siguió haciéndose la dormida. Le di unos golpecitos en la frente con suavidad. - No cuela, Cath. - Arrugó la nariz y abrió los ojos.
- No es justo, ¿por qué yo no te pillo mirándome? - Le dediqué una media sonrisa.
- Porque se disimular mejor que tú. Buenos días, por cierto. - Me besó y se separó con una gran sonrisa.
- Buenos días, cariño.
Era sábado así que Catherine no tenía que ir a la universidad. Nos quedamos tumbados, abrazados bajo las mantas y hablando todo y de nada, principalmente de cosas sin sentido. En ese momento estábamos charlando sobre su madre.
- Y algo me dice que ese tal Roger, amigo de mi madre, no es tan amigo como ella me hace creer. Cuando hablamos siempre acaba nombrándole por algún motivo y hace un par de semanas me preguntó si veía bien que rehiciera su vida con él. - Le acaricié el hombro.
- ¿Así, tan directa?
- No, hombre. Fue más sutil, me lo preguntó en general pero no soy tonta.
- ¿Y qué le dijiste?
- En resumen, que si dos personas se gustan y se hacen felices mutuamente, ¿por qué no van a estar juntas? - Me besó en el pecho. - El gandul de mi padre ya le hizo bastante daño, es hora de que conozca a alguien mejor. - Murmuró.
- ¿Qué tal le va, por cierto? - Lo último que sabía de él era que acababa de salir de rehabilitación para la ludopatía.
- Cuando se enteró de que mi madre no volvería con él por mucho que lo intentara, volvió a recaer. Está interno de nuevo. - Alcé las cejas.
- No se por qué pero no me sorprende. - Se recolocó a mi lado y apreté mi mejilla contra la parte superior de su cabeza. Cerré los ojos y aspiré el olor de su cabello. El estómago de Catherine rugió y se llevó la mano al vientre. Reí.
- Algo me dice que tienes hambre.
- ¿Tú no tienes? - Negué con la cabeza. Me había zampado un paquete de galletas con pepitas de chocolate a mitad de la noche, en ese momento si que estaba hambriento. Volvió a sonarle la barriga y reimos.
- Voy a prepararte el desayuno. Hay que calmar ese ruidoso estómago. - Hice ademán de retirar el edredón pero ella me detuvo.
- Tú lo hiciste el otro día, hoy te lo preparo yo. - Se levantó pasando por encima mía, por lo que no pude dejar las manos quietas, le di en el costado y se retorció. Ella me las apartó con una sonrisa y se tropezó con mi prótesis sin querer.
- Lo siento. - Se disculpó. - Eso te pasa por hacerme cosquillas.
- ¿Qué puedo decir? Me es imposible evitar la tentación. - Abrió el cajón del armario y se puso mi sudadera roja. Le quedaba grande pero estaba muy sexy con ella, tan sexy como con el camisón que llevaba la noche anterior, o incluso más. - Sobre todo respecto a ti. - Le cogí de la mano y tiré de ella. Se sentó en la cama, la rodeé con mis brazos y le besé, en la frente, en la nariz, en las mejillas, en los labios...
Ella pataleó riéndose, me correspondió con más besos y la dejé ir.
- ¿No quieres nada, entonces? - Preguntó con la mano en el pomo de la puerta. Negué con la cabeza y salió de la habitación.
Me desperecé dando un gran bostezo, me senté en la cama y estiré los brazos antes de colocarme mi encantadora pierna postiza. Ya me había movido bastante la noche anterior así que decidí dejar mis ejercicios diarios para otro momento. Me puse en pie y abrí la puerta.
- ¿Dónde está mi amor? - Pregunté empalagoso aun sabiendo la respuesta. En el salón me encontré con una sorpresa.
- Hola, - dijo Elaine haciendo una pausa y recorriéndome con la mirada - grandullón. - No hacía falta aclarar que en ese momento estaba completamente desnudo. Me tapé con las manos, lamentando no haberme puesto calzoncillos y sintiendo más vergüenza de que viera mi pierna y mis quemaduras que todo lo demás.
- ¡Elaine! - Exclamó Catherine sorprendida, salió de la cocina y se puso delante mía. - ¿Qué haces tan pronto aquí?
- Mi amiga tenía que irse así que no me iba a quedar yo sola en su casa. Además, pensé: ¿no tengo yo un piso muy bonito en el que descansar? Lo que no había pensado es que la parejita que vive allí iba a necesitar más tiempo a solas.
Carraspeé.
- Bueno, yo voy a... ponerme algo de ropa. - Fui bajando la voz conforme hablaba. Me di media vuelta y caminé hacia la habitación.
- ¿Te importaría cortarte un poco? Es mi novio. - Escuché que le decía Catherine a Elaine a mi espalda antes de cerrar la puerta. Las paredes eran de papel así que seguía oyendo su conversación.
- Oye, es él el que se pasea desnudo por la casa. Y tengo que admitir que no está mal, pero que nada mal. Los ojos no son lo único que tiene bonito. - Me puse el chándal y cogí el protector impermeable de ducha para mi prótesis.
- ¿Qué te esperabas? - Creí oír murmurar a Catherine, orgulloso.
- Solo una pregunta, ¿qué le ha pasado?
En ese momento salí de la habitación dirección a la cocina y aproveché para responder yo mismo.
- Me molestaba la pierna y me la arranqué a mordiscos. Tú sabes, lo normal. - Me encogí de hombros mostrando indiferencia. Elaine frunció el ceño, sabiendo que le tomaba el pelo. Encendí el calentador de agua y volví a pasar por el salón. Catherine parecía entre divertida y molesta. - Voy a la ducha. - Le guiñé un ojo.

Cuando entré a la habitación para ponerme ropa limpia me encontré con Catherine.
- No puedo creer que te haya visto desnudo. - Habló en susurros para que no la oyera Elaine. - ¿Por qué no te has puesto algo?
- Creía que estábamos solos. - Me defendí, también bajando la voz y poniéndome unos calzoncillos limpios.
- Tendrías que haber visto cómo te devoraba con la mirada mientras volvías al dormitorio. - Se abrazó a sí misma y desvió la mirada. Sonreí.
- ¿Sabes que estás muy guapa cuando te pones celosa? - Si las miradas matasen en ese momento hubiera muerto entre terribles sufrimientos. Le deshice el nudo que había formado con sus brazos delante del pecho.
- Ella me habrá visto todo. - Le puse las manos en la cintura. Aparte de Catherine y mi médico, era la única que me había visto completamente desnudo desde el incidente. - Lo que es todo, todo pero todo.
- ¿Quieres llegar a alguna parte con eso? - Me cortó Catherine. Había conseguido picarla.
- Sí. Aunque ella me haya visto todo - repetí, esta vez sin poder aguantar una pequeña sonrisa al ver su expresión - eres tú la única que lo va a disfrutar. - Para demostrárselo le coloqué sus manos en mi trasero. - Ella nunca va a poder hacer esto - Sonrió. La besé. - Ni esto.
- ¿Quieres que te enseñe más cosas que ella no va a poder disfrutar conmigo? - Continué. Nos volvimos a besar pero me detuvo.
- Ya lo he pillado. - Se apartó y se dirigió a la puerta.
- ¿Segura? No me importa hacerte otra demostración. - Se mordió el labio con una sonrisa pícara.
- No me tientes. Tal vez más tarde. - Añadió antes de salir de la habitación.

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