martes, 28 de octubre de 2014

CAPÍTULO 7 - REVISIÓN

Los hospitales siempre me habían parecido fríos, deprimentes y cargados de gérmenes, por eso, y por la rapidez y un trato más personalizado, habíamos elegido una clínica privada para tratar todo el asunto de mi prótesis. Aun así, la clínica solo se diferenciaba por unas líneas de color en la pared y unos sillones más cómodos en la sala de espera. Moví las piernas, mirando la hora, llevaban diez minutos de retraso.
- ¿Estás nervioso? - Preguntó mi madre a mi lado. Había insistido en acompañarme.
- No, ¿por qué lo dices? - Dejé las piernas quietas.
- Es solo una revisión habitual, no pasa nada. - Asentí y miré la pantalla del televisor sin sonido que teníamos en frente. No entendía por qué hacían eso, ponían música relajante de fondo pero dejaban la televisión encendida.
- Cuéntame, ¿cómo te va en la ciudad?
- Bien, no hago nada útil con mi vida pero todo va bien. - Levantó la mirada de la revista que estaba ojeando y me miró.
- No hables como tu padre, ya te saldrá algo. - Hizo una pausa. - ¿Y cómo es compartir piso con Catherine?
- Me gusta. Eso de poder verla todos los días nada más despertar me encanta. Tenemos nuestras pequeñas discusiones pero supongo que es normal.
- Lo es. - Me apretó la mano. - Me alegro mucho, cariño. Es una buena chica y te sienta bien estar con ella, estás mucho más animado desde que volvisteis juntos. Tienes buen gusto para las chicas.
- No hay más que verte, mamá. - La abracé. - Nunca te agradezco todo lo que has hecho y haces por mí.
- Sí que lo haces.
- Pero no es suficiente. - Me pellizcó la mejilla.
- El niño de mis ojos. Eres un regalo del cielo. - Volvió a abrazarme.
- ¿Cómo va todo por casa? - Suspiró y se apoyó en el respaldo.
- Como siempre. Tu padre refunfuñando, aunque menos que antes, he de admitirlo. Y yo estoy encantada con mis clases de costura, incluso he salido un par de veces con las chicas.
- Sí, me lo comentaste. Te viene bien salir y despejarte de la casa.
- Ya, pero a tu padre no le hace mucha gracia. - Puse los ojos en blanco.
- Piensa en ti por una vez y haz lo que quieras. Se egoísta, date un capricho. - Le aconsejé. - Si a papá no le gusta pues que le den.
- ¡Dean! - Me regañó.
- Es cierto. ¿Él puede hacer lo que quiere y tú no?
- Él no me lo impide, solo protesta.
- ¿Y cuándo no protesta? - Dije. Se rió, hacía mucho que no la oía reírse. Sonreí, disfrutando de ese sonido.
La puerta se abrió y escuché mi nombre. Me puse en pie, dándole una palmadita en la pierna a mi madre.
- ¿Seguro que quieres entrar solo?
- Sí, mamá. Ya soy mayorcito. - Le guiñé un ojo y entré en la consulta del médico. Cerré la puerta y miré extrañado a la señora con bata blanca que estaba detrás de la mesa. Mi doctor habitual era un hombre de mediana edad que se reía de sus propios chistes malos.
- Toma asiento, por favor. - Pidió ella mientras desviaba la vista de la pantalla del ordenador a mi.
- ¿Y el doctor Laidus? - Pregunté mientras la obedecía.
- Está de vacaciones. Soy su sustituta, la doctora Madeleine Gallagher, pero no te preocupes, conozco tu expediente. Dean, ¿verdad? - Asentí. - Veamos... - Consultó unos apuntes que tenía sobre la mesa.- Corrígeme si me equivoco: sufriste una amputación transfemoral hace 22 meses, elegiste una prótesis de titanio con liner de silicona, una buena elección, desde mi punto de vista, - puntualizó - con rodilla policéntrica, también bastante recomendable, pues el eje del giro imita mejor a una rodilla humana.
- Exacto.
- De acuerdo. Vamos a ver esa pierna. - Me señaló una camilla a un lado de la sala. Casi a regañadientes, me bajé la pernera del pantalón y me quedé de pie. Estaba incómodo, no quería que ningún otro doctor me examinara la pierna. Me gustaba el doctor Laidus, era cálido y sus bromas sin gracia rompían la tensión que me producía enseñar mis heridas. - Siéntate, por favor. - Me apoyé en la camilla y me examinó.
- ¿Estás teniendo problemas con esta prótesis? - Me palpó la parte baja del muslo y el encaje que sujetaba la estructura de metal a mi pierna. Era profesional y parecía saber lo que hacía, eso me relajó.
- Normalmente no, pero el otro día se me hinchó el muslo. Fui a urgencias y me mandaron anti-inflamatorios.
- Suele pasar y veo que funcionaron. ¿Hiciste algún esfuerzo anormal?
- Estuve jugando al baloncesto. - Esperaba una mirada de reproche por su parte pero solo asintió con la cabeza.
- Para eso necesitarías otra clase de prótesis o, por lo menos, dinamizar esta. ¿Puedes quitártela? - Lo hice. Se puso unos guantes de látex y miró la cicatriz de mi muñón. - ¿Sientes molestia en la herida?
- A veces.
- Tienes la piel irritada, los anti-inflamatorios te han ayudado y supongo que te estarás poniendo la pomada que te mandó el doctor Laidus. - Asentí. - ¿Usas medias ortopédicas para disminuir el roce?
- No, me daban calor y me salían llagas en la piel.
- Ahora han salido unas medias de mejor calidad, son transpirables y transportan la humedad de tu piel al exterior, así esta respira mejor. Te las recomiendo. - Se quitó los guantes. - Puedes vestirte. - Volvió a su mesa y me subí el pantalón. Me senté en la silla frente a ella.
- ¿Estás interesado en usar fundas cosméticas? - Debió ver en mi rostro que no tenía ni idea de lo que estaba hablando. - Son una funda color carne que simulan la piel y te sería útil para cubrir tu prótesis endoesquelética. - Mi anterior doctor no usaba ese lenguaje tan técnico conmigo.
- Te refieres a la estructura de metal. - Dije para asegurarme. Asintió. - Tal vez en verano, cuando lleve pantalones cortos probaré la funda cosmética.
- De acuerdo. - Lo apuntó en el ordenador. - ¿Cómo te sientes actualmente con llevar prótesis?
- Bien, ya me estoy acostumbrando.
- ¿Te está afectando en tu vida diaria?
- Hombre, es duro bajar y subir las escaleras pero para eso están los ascensores. - Bromeé. Asintió con una leve sonrisa.
- Conservas el sentido del humor, eso es bueno. ¿Y en lo personal, tu familia, amigos, pareja?
- Mi familia sigue como siempre, no me tratan diferente, al igual que mis antiguos amigos y mi novia. - Ya incluso se atrevía a tocarme el muñón. El problema era el hacer nuevos amigos, no sabía cómo reaccionaría la pandilla de baloncesto cuando les enseñara mi pierna, aunque Roderic reaccionó bastante bien. - ¿Y estas preguntas?
- Debo hacerlas, es parte del proceso de adaptación de la amputación. He de decir que has llegado a la última de las etapas, la de aceptación, aunque debería corroborarlo un psicólogo. - Cogió un panfleto y me lo dio. - Si alguna vez sientes algunos de estos síntomas: depresión severa, comportamiento violento, ideas suicidas... no dudes en consultarlo con un profesional y pedir ayuda. En este panfleto también hay un teléfono al que puedes llamar cuando necesites hablar con alguien sobre el tema.
- Ahora me dirá que vaya a terapia de grupo, ¿verdad? - Esa charla ya me la conocía de sobra.
- Si la necesitas, sí. - Miré el folleto, "Discapacidad no es incapacidad" rezaba el título, por lo menos era mejor que el que me dieron la primera vez: "Mi prótesis y yo". - Te voy a mandar una nueva pomada y la media ortopédica que te he mencionado antes. Y sobre lo de practicar deporte... ¿Querrías una nueva prótesis especial para realizar ejercicios fuertes?
- No hace falta, el único deporte que practico es el baloncesto y no a diario.
- ¿Has pensado en practicarlo en sillas de ruedas?
- No, ni me gustaría. - Respondí rotundo. ¿Estar más discapacitado todavía? No, gracias.
- De acuerdo. Podrías utilizar un pie de carbono en vez del dinámico que usas. Estos son ideales para los deportes de ocio como el baloncesto y el tenis, pesan menos, tiene una mayor amortiguación al pisar con el talón, se adaptan mediante cuñas de talón y son bastantes adecuados para tu grado de movilidad.
- Suenan bien, ¿y cuánto tardarían en llegar?
- Tendrían que adecuarlo a tu peso y tamaño así que calculo que unas dos semanas, como muy poco. Y, teniendo en cuenta las fechas en las que estamos, probablemente más, sobre tres semanas o un mes. Te avisaríamos en cuanto lo tuviéramos.
Me informé del precio, de las ventajas y desventajas y cogí cita para que me hicieran las pruebas. Le pedí también que mandara algo para las pesadillas, me despedí de la doctora y salí más animado que cuando entré. Tenía posibilidades de jugar al baloncesto sin que me molestara la prótesis. Mi madre se levantó del sillón cuando me vio salir.
- ¿Qué te ha dicho el médico? Por tu cara parecen buenas noticias. - Asentí y se lo conté. Nada más irnos de allí, paramos en una farmacia para comprar lo que me habían mandado. Yo me quedé en el coche mientras mi madre iba a comprarlos.
Miré mi móvil, que seguía en silencio. Tenía un mensaje de Catherine diciéndome que le avisara cuando saliera del médico. Marqué su número y la llamé.
- Hola. - Me respondió.
- Hola, Cath. Acabo de salir de la consulta.
- ¿Y qué tal?
- Puedo volver a jugar al baloncesto. - Dije emocionado.
- Eso es estupendo, Dean. - Noté su sonrisa al otro lado de la línea.
- Solo necesito que me hagan un pie nuevo, tardarán unas cuantas semanas en hacérmelo.
- Pero merecerá la pena. ¿Qué te dijo cuando le contaste que se te hinchó la pierna?
- Que suele pasar, no le dio mucha importancia. Y según la doctora estoy en la última etapa del proceso de adaptación de una amputación, la de aceptación.
- Eso es muy bueno, cariño. - Me alegré al poder compartir la felicidad que sentía ahora mismo con ella.
- Y cuéntame, ¿ya has conocido al famoso Roger? - Era la primera vez que conocía al novio de su madre en persona.
- Sí, y parece un buen tipo, espero que también lo sea. - Asentí inconscientemente, mirando a través del parabrisas sin ver realmente el paisaje.
- ¿Tienes algo que hacer ahora mismo?
- No, la verdad es que no. - Respondió.
- Pues dejo a mi madre en casa y paso a recogerte.
- Genial. Te voy a dar un gran abrazo de los que asfixian en cuanto aparezcas, esto de verte solo un par de horas al día no es bueno. - Sonreí.
- Ya no estoy seguro de querer verte, no me gustaría que me asfixiaras. - Bromeé.
- Tonto. - La puerta del copiloto se abrió y apareció mi madre con una bolsa de la farmacia. Me pilló con una sonrisa boba en el rostro.
- Ahora nos vemos.
- ¡Hasta ahora, te quiero!
- Yo también. - Colgué. Mi madre me observaba con una sonrisita.
- Era Catherine, ¿verdad?
- Sí. Después de dejarte iré a por ella.
- Salúdala de mi parte e invítala mañana a comer a casa.
- Lo haré. - Arranqué el coche y me puse en marcha.
Cuando Catherine me abrió, apoyé el brazo en el marco de la puerta, mirándola a través de mis gafas de sol. Ella prefería que no las llevara porque decía que me tapaban "esos ojos tan bonitos" pero a la vez le gustaba como me quedaban.
- Hola. - Me saludó como ronroneando.
- Hola. - Dije mientras bajaba las gafas ligeramente y le miraba a los ojos por encima de ellas. Noté mi frente arrugarse y le dediqué una media sonrisa. - ¿No me vas a dar un beso? - Sonrió ampliamente, se puso de puntillas y alcanzó mis labios.

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