martes, 16 de septiembre de 2014

CAPÍTULO 2 - RUTINA

Me senté en un banco que estaba junto a un delgaducho árbol. La universidad estaba llena de vida: un grupo de hipsters con sus gafas de pasta de cristales falsos, tres chicos con pantalones caídos, uno de ellos de media melena, y grandes auriculares alrededor del cuello como adorno, dos chicas agarradas del brazo que gesticulaban mucho al hablar, un gran grupo con personas de todo tipo, una chica solitaria leyendo un libro en un escalón de la cafetería... Todos ellos con metas y sueños, sabiendo lo que querían hacer y con un pie en un futuro esperanzador. Yo era una mancha negra en ese sitio.
Una de las dos chicas, que gesticulaban dos veces por cada palabra que decían, me miró al pasar por mi lado y una sonrisa apareció en sus labios. Le susurró algo a su amiga y esta volvió la cabeza como si tuviera un resorte, me pasó la vista de arriba a abajo y le asintió a su amiga. Ambas se quedaron observándome pero pronto perdí el interés en lo que hacían, pues algo muchísimo más interesante había captado mi atención.
Me puse en pie. Catherine esquivó la corriente de estudiantes que iba en sentido contrario y pasó entre ellos. Sus movimientos me recordaron al de las hojas caídas de los árboles siendo arrastradas por el viento, ágiles y suaves. Su cabello corto y ondulado se movía con ella. Alzó la cabeza y sonrió al verme. Llevaba unos vaqueros ajustados y una de sus camisetas preferidas para empezar su primer día de clase. Me incliné para besarla y me abrazó.
- ¿Qué tal te ha ido? - Nos cogimos de la mano y empezamos a caminar.
- Tengo un profesor que es un muermo, le llaman el Señor Shu, porque siempre está mandando a callar a los demás, y encima la asignatura no es de mis preferidas así que me lo voy a tener que currar bastante, pero por lo demás bien. Estas cuatro horas de clase se me han hecho larguísimas y más sin poder verte.
Me rodeó la cintura con los brazos y la apreté contra mi costado con uno de los míos mientras que con el otro le quitaba la pequeña mochila que llevaba colgando de un hombro y me la cargaba a mi espalda.
- Yo también te he echado de menos. - Le besé en la cabeza.
- ¿Y tu día? ¿Qué has estado haciendo? - Me encogí de hombros. Había sido una de las mañanas más aburridas de mi vida.
- No mucho, la verdad. Viniendo hacia aquí he visto un tailandés que tiene muy buena pinta, ¿almorzamos allí?
- Vale.

Aquella noche, como en tantas otras, me desperté de madrugaba sobresaltado, de nuevo con pesadillas. Abrí los ojos de par de par, me incorporé y me pasé el dorso de la mano por mi frente sudorosa. Escuchaba los latidos de mi corazón resonar en mis oídos. Catherine se incorporó también.
- ¿Otra pesadilla? - Me puso una mano en el hombro. Asentí con la cabeza.
- La misma de todas las noches. - Me abrazó y me dio un beso en la mejilla. - Siento despertarte.
- No te preocupes. ¿Te tomaste la tila que te di?
- Sí, pero no me hace efecto.
- Habrá que pedir algo más fuerte en la farmacia para que duermas del tirón. - Ni todas las medicinas relajantes juntas podrían hacer algo en contra de mis pesadillas llenas de sangre, muerte, explosiones y, sobre todo, fantasmas del pasado. - Intenta dormir de nuevo, anda.
Me tumbé y ella apoyó la cabeza en el hueco de mi cuello, lo que me hizo sentir mucho mejor. La rodeé entre mis brazos.
- Gracias. - Susurré.
- No tienes por qué dármelas, estoy aquí para ti. - Contestó en otro susurro. - Ojalá pudiera hacer algo más para ayudarte.
No puedes, tuve ganas de decirle. Estoy roto y no se me puede arreglar por muchas piezas nuevas que me pongan. Observé la pierna ortopédica descansando junto a la mesita de noche.
Permanecí despierto hasta mucho después de que Catherine hubiera cogido el sueño de nuevo. Me dediqué a contemplarla en silencio. Con las primeras luces del alba sentí que mis párpados caían bajo su propio peso.


Los días se me pasaban rápido. Hacía los ejercicios que me habían mandado para la pierna, además de algunos por mi cuenta para mantenerme en forma y ocupado, me curaba las quemaduras del brazo y me hidrataba el rasposo muñón con crema para que la prótesis no me molestara más de la cuenta. La mayoría de las veces acompañaba a Catherine a la universidad, me encargaba de hacer las pequeñas compras y arreglaba la casa, o por lo menos, lo intentaba. La convivencia con Elaine era más fácil de lo que pensaba, ella iba a lo suyo y yo a lo mío. Le gustaba la cultura japonesa y hacía maravillosos dibujos con solo un lápiz y un papel. Aprovechábamos cuando no estaba ella para hacer el amor.
Las noches, sin embargo, se me hacían eternas. Las pesadillas seguían acechándome cada vez que cerraba mis ojos, sin falta. La parte que más me gustaba de eso era cuando despertaba y veía a Catherine a mi lado. A veces me susurraba palabras de consuelo: tranquilo, solo es un sueño, o no te preocupes, ya estás despierto, otras solo permanecía a mi lado, apoyada en mi pecho o dándome la mano y eso era bastante para mi.
Sentía que me iba hundiendo más y más en esa rutina, que me pudría como si fuera una pared con humedad. Cogí mi chaqueta negra y las gafas de sol y salí del piso. Esperé pacientemente al ruidoso ascensor y aspiré el aire fresco de la calle tan profundamente que sentí un leve mareo. Vacié mis pulmones poco a poco, sintiendo como la ansiedad disminuía. Aún era pronto para ir a recoger a Catherine a la universidad así que decidí dar una vuelta por los alrededores.
Parecía una ciudad hecha expresamente para los estudiantes: facultades por todas partes, carteles de "se busca compañero de piso", una gran biblioteca que cerraba a las 3 de la madrugada, además de las que ya tenían las universidades, librerías, pubs, bares, restaurantes de comida rápida y demás comercios... Pasé frente a un campo de baloncesto rodeado de verjas. Cuatro chicos que tendrían más o menos mi edad estaban jugando de forma amistosa. Me detuve y les miré a través de la reja. El que tenía el balón esquivó a uno del otro equipo, saltó e intentó encestar pero el otro interceptó el tiro y la pelota salió disparada cerca de donde yo estaba. Chocó la mano con su contrario y asintió con la cabeza, reconociendo el trabajo del otro. Uno de ellos hizo un movimiento de cabeza hacia atrás y se alejó del resto, yendo hacia las gradas vacías y cogiendo una mochila. El chico que había parado el tiro se acercó a por el balón.
- Buen bloqueo. - Le dije cuando estuvo más cerca. Me miró con la pelota en las manos.
- Gracias. - Hizo una pausa. - ¿Juegas? Nos falta uno.
- Vale. - Acepté sin pensar en mi pierna. Me quité las gafas de sol, entré por una apertura en la verja que hacía las veces de puerta y le ofrecí mi mano. - Dean.
- Michael. - Me la estrechó. Nos acercamos a los otros, intentando disimular mi leve cojera. - ¡Lukas, mira qué pronto te he encontrado sustituto! - Le dijo al chico que se iba a ir mientras le pasaba el balón al más alto de ellos, delgado, de pelo castaño claro y ojos verde oscuro.
- ¿Qué pasa? ¿Te llueven los tíos del cielo? - Contestó Lukas.
- Serán solo los tíos porque con las tías lo lleva chungo. - Michael le dio una colleja al chico que lo había dicho, parecía más pequeño que el resto y tenían cierto parecido, ambos con el cabello castaño y ojos marrón oscuro. Se quejó.
- ¡Tú te callas, Jamie! - Michael se volvió hacia mi. - A lo que iba, este es Dean. Estos son Lukas, Roderic y el imbécil de mi hermano, James.
- ¿Qué pasa? - Les dije a modo de saludo, dándoles la mano a cada uno.
- Bueno, tíos, yo me las piro que ya llego tarde. - Dijo Lukas.
- Cierto, para la cita con tu chica. - Dijo Michael. Se abrazó a si mismo, dando media vuelta, e hizo como si estuviera besándose con alguien. - ¡Oh, Lukas! - Puso voz de chica. - ¡No pares, te quiero osito!
- No te pongas celoso. - Dijo Lukas marchándose. - Ya encontrarás alguna chica que te quiera, o al menos que te soporte.
- Sube y pedalea. - Contraatacó Michael enseñándole el dedo corazón. Cuando se hubo marchado del todo dijo:
- ¿Empezamos? ¿Quién quiere al nuevo?
Tras echárselo a suertes, yo iba con Roderic y los hermanos eran nuestros contrarios. Se coordinaban bastante bien pero el pequeño era demasiado impaciente y no se preocupaba por proteger demasiado el balón así que se lo pude robar en numerosas ocasiones. Roderic hacía unos mates limpios y mantenía la mente fría y los pasos seguros. Con cada carrera que echaba sentía un pinchazo en el muslo así que intenté no forzarme demasiado. Aun así, acabé empapado de sudor, con dolor en la cadera y la cojera más pronunciada pero les sacamos una ventaja de 8 puntos.
- Tíos, ¿un descanso? - Pidió Michael mirándome algo preocupado. Los otros asintieron y me senté en el suelo con cierta dificultad. Sentía al viejo yo de vuelta, aunque algo desgastado, y resistí las ganas de sonreír.
- ¿Estás bien, Dean? - Preguntó Roderic, a mi lado. Asentí. - Pareces agotado.
- Es que hacía mucho que no jugaba. - Hice memoria. - Cerca de dos años. Antes practicaba a diario. Mi equipo solía ganar la mayoría de las competiciones. - Recordé los viajes hacia las ciudades contra las que competíamos, el evitar dormirse el primero para que no nos gastaran bromas, las risas y la afinidad con mis colegas de cancha. Suspiré nostálgico.
- ¿Y porqué dejaste de jugar? - Dijo Jamie. Noté que las sombras del pasado volvían a mi mirada y Michael pareció notarlo también.
- ¡No es asunto tuyo, enano! - Le gritó a su hermano. Negué con la cabeza, quitándole importancia.
- Digamos que mi pierna ya no es la que era. - Resumí. Hubo un silencio incómodo.
- Pues para no ser la que era les hemos dado un palizón. - Sonrió Roderic. Cerró el puño y se lo choqué.
Comentamos algunos de los momentos del partido, hablamos de fútbol y videojuegos, incluso me enteré que Roderic tocaba el clarinete y que Michael estaba colado por su vecina desde hacía años pero no se atrevía a dar el paso. Miré el reloj.
- Hablando de chicas, tengo que ir a recoger a mi novia a la universidad. - Si me daba prisa llegaría a tiempo. Tuve la intención de levantarme pero me dio un pinchazo en la cadera y me quedé donde estaba. Apreté los dientes.
- Yo también me tengo que ir. - Dijo Roderic. - Tengo clase en una hora.
Se levantó y me tendió la mano. Poniendo todo el peso en mi pierna buena y apoyándome en su mano conseguí ponerme en pie. Luego se la ofreció a Michael, lo que hizo sentir mejor. Odiaba tener que necesitar ayuda.
- Nosotros seguimos jugando, ¿verdad? - Le preguntó Michael a su hermano.
- Ahora si me quieres, ¿no? - James cogió el balón del suelo y se puso a lanzar tiros libres.
- Supongo que eso es un sí. - Murmuró Michael. - Pues ya sabes, Dean, cuando te apetezca volver a tus viejas costumbres y echar unas canastas aquí nos tienes. Venimos a menudo.
- Gracias. - Nos despedimos de Michael y de su hermano y fui con Roderic hacia la puerta.
Tuve que hacer un enorme esfuerzo por acoplarme a su largo paso, y eso que era solo unos centímetros más alto que yo. Pareció darse cuenta y fue más despacio.
- ¿Hacia dónde vas? - Preguntó. Le señalé la dirección por la que tenía que seguir. - Fíjate por donde, yo también.
Seguimos andando y hablando de cosas sin importancia. Se detuvo y me señaló una calle a la derecha.
- Yo sigo por aquí. - Asentí. Sin saber por qué, tuve el impulso de sincerarme con él, de contarle lo de mi pierna.
- Roderic. - Comencé.
- Llámame Rod, por favor. Roderic es como me llaman mis padres cuando se mosquean. - Asentí. El impulso iba desapareciendo. - Dime.
- Ya nos veremos. - Dije finalmente.
- Oye, dame tu número y te aviso cuando vayamos a echar otro partido. - Intercambiamos los teléfonos y nos despedimos.

Llegué tarde para recoger a Catherine, cada vez que intentaba aligerar el paso un fuerte pinchazo me impedía hacerlo. Me estaba esperando en la entrada de la facultad con el móvil en la mano.
- ¡Dean! Estaba a punto de llamarte. - Nos dimos un beso rápido. - ¿Qué te ha pasado? - Sonreí.
- He estado jugando al baloncesto. - Busqué con la mirada un sitio donde sentarme, había unos escalones a pocos pasos.
- ¡¿Qué!? Pero Dean, ¿estás loco? ¿Cómo se te ocurre con la pierna así? - Me dirigí hacia ellos y me senté con un suspiro de alivio. - Te duele, ¿verdad? - Asentí. Puso los ojos en blanco y resopló. - ¿En qué estabas pensando?
- En que era igual que los demás. Por primera vez desde hacía mucho me he sentido uno más. No un inválido, una persona a la que se le tenga que cuidar o con la que se tenga que tener cuidado. Alguien... normal. - Le miré a los ojos y me puso una mano en la mejilla.
- Eres normal. - Afirmó.
- Sabes a lo que me refiero. - Sacudí la cabeza. Se sentó a mi lado y guardamos silencio. A los pocos segundos, puso una mano en mi rodilla. Nos miramos.
- Me alegro que te lo hayas pasado bien hoy pero tienes que tener más cuidado.
- A eso precisamente me refería. Antes no tenía por qué tener tantas precauciones.
- Pero ya no eres exactamente como antes. Se que es duro pero te tienes que acostumbrar a tu nuevo yo, junto a tus nuevas limitaciones. - Me sonrió. - Yo ya lo he hecho. Además, también te decía que tuvieras cuidado antes.
- Eso es cierto. - Nos besamos lentamente, sabía a pintalabios de cereza. - ¿Sabes qué? Me voy a saltar la clase de esta tarde y tú y yo - clavó un dedo en mi pecho - nos vamos al cine a ver una peli, como en los viejos tiempos.
- Me parece una idea estupenda. - Hundí los dedos entre su pelo y volví a saborear sus labios cereza.

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