lunes, 9 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 7 - EL PROBLEMA DE TOM

Llegué temprano a casa después de dar una vuelta con Anne, John e Isabelle. Cada vez estaba más confusa con lo de Nigel y eso que no le había vuelto a ver. Se oyó el crujir del suelo de madera en el piso de arriba. Me sobresalté. Mi madre estaba trabajando a esta hora. Agucé el oído y se volvió a escuchar un ruido. Cogí las llaves del cuenco donde las acababa de dejar y subí las escaleras con ellas en alto, dispuesta a defenderme con su extremo en el caso de que fuera necesario.
Caminé sin hacer ruido, mirando atenta a mi alrededor. La puerta de mi habitación estaba entornada, de ahí provenía un sonido de cajones abriéndose y cerrándose. Me asomé por el umbral y alcé las llaves. Había una figura masculina de espaldas a mi, registrando mi cómoda. El corazón me latió con fuerza y retrocedí, con la intención de llamar a la policía, pero la puerta se movió y las visagras chirriaron. El hombre se volvió hacia mi.
- ¡Papá! - Exclamé aliviada. - Menudo susto me has dado.
Me llevé una mano al pecho, tenía la respiración agitada.
- ¿Qué haces aquí? - Le pregunté extrañada. Él vivía en un piso alquilado, no muy lejos de casa, y, aunque mi madre le había dejado una copia de las llaves para casos de emergencia, no solía usarlas, o al menos eso pensaba.
- Estaba... - se interrumpió con nerviosismo. - Quería darte una sorpresa. - Se metió una mano en el bolsillo del pantalón.
- ¿Y qué hacías rebuscando entre mis cajones? - Ahora que la impresión de que hubiera alguien en mi casa se me había pasado, mi mente trataba de asimilar lo que estaba viendo.
- Yo... - Murmuró. Fui hacia la cómoda y busqué entre mi ropa, con una terrible sospecha. - Creo que me tengo que ir.
Cerré el cajón de golpe, mi padre se paró en seco de camino hacia la puerta.
- ¡Dámelo! - Se giró.
- No sé de qué estás hablando.
- No te hagas el tonto y devuélvemelo. - Dudó. - ¡Ya! - Extendí el brazo hacia él, impaciente. Sacó la mano del bolsillo y casi le arranqué el objeto de sus dedos.
Acaricié el reverso del reloj de mano, notando su inscripción: "Siempre contigo" y lo pegué a mi cuerpo. Lo había cogido de entre las pertenencias de Dean, su compañero de batalla, David, se lo había dado poco antes de morir para que se lo diera a su familia, cosa que Dean no había hecho por temor a las represalias, y ahora nunca podría devolvérselo.
- ¿De quién es? - Preguntó curioso. Le miré con frialdad.
- No es asunto tuyo. ¡¿Se puede saber qué hacías con mis cosas?!
- Debo irme. - Salió rápidamente de mi habitación y le seguí escaleras abajo.
- Sí, huye. Es lo que se te da mejor. ¡Qué sea la última vez que entras en mi cuarto! ¡¿Me oyes?! - La puerta de la calle se cerró tras él. Continué farfullando sola, con ganas de llorar pero sin saber si era de rabia, tristeza, decepción, nostalgia o a saber de qué otra emoción.

Cuando llegó mi madre del trabajo se lo conté. Llamó a mi padre para hablar con él esa misma tarde. Nos sentamos los tres en el salón, como las personas civilizadas que se suponía que éramos.
- Creo que os debo una explicación. - Empezó mi padre.
- Oh. ¿Eso crees? - Dije irritada. Mi madre me dió unos golpecitos en la mano para que me tranquilizara. Le indicó a mi padre que continuara con una inclinación de cabeza.
- Pensaba que tendríais algún objeto que no necesitarais y, al ver ese reloj tan antiguo pensé que no era valioso para ti. - Me mordí la lengua para no soltar alguna barbaridad.
- ¿Y para qué lo querías? - Preguntó mi madre.
- Pagan bien por las antiguallas.
- ¿Y no podrías simplemente preguntarnos? - Mi padre bajó la cabeza.
- No quería que supieseis que necesito dinero. - Solté una carcajada.
- ¿Y pensaste que era mejor robarnos? - Moví la cabeza, incrédula. No era la primera que lo hacía pero pensaba que había cambiado.
- ¿Para qué necesitas el dinero? Creía que ya tenías un trabajo... - dijo mi madre.
- Y lo tengo, solo que no es suficiente. - aclaró él.
- ¿Y en qué te gastas tanto dinero? Estás metido en problemas otra vez, ¿no? - Suspiró ella.
- No digas tonterías. - dijo con voz temblorosa. - He cambiado, ya te lo he dicho.
- Pues no lo parece. - intervine yo.
- Necesitas ayuda, ayuda profesional. - recalcó mi madre. - Tienes un problema con el juego y hasta que no lo admitas... - Se levantó y extendió la palma de su mano hacia mi padre. - Dame las llaves.
- Pero...
- Tom, por favor. - Se puso en pie, sacó su copia y la tiró sobre la mesa del salón.
- Como veas.
- Y no voy a dejar que te acerques a Catherine hasta que no pongas solución a tu problema.
- ¿Qué? - dijo él. No lo había hablado con mi madre pero me parecía una estupenda idea.
- No te acercarás a ella hasta que me demuestres que estás totalmente recuperado. Lo digo en serio. - La voz de mi madre era firme e indiscutible.
- Catherine ya es mayor de edad, puede hacer lo que quiera. - Respondió mi padre mirándome.
- ¿Crees que te quiero volver a ver después de esto? Si hubiera sido por mí ni siquiera te hubiera abierto la puerta la primera vez que apareciste en esta casa.
- Como queráis... - Dijo tras un silencio y desapareció dando un portazo. Mi madre se acercó a la ventana y apartó las cortinas con discreción, observando cómo se iba.
- Lo siento. - Le dije al ver su triste mirada.
- No es culpa tuya. Nunca debería haber dejado que volviera a nuestras vidas.
- El único culpable es él. - Mi madre negó con la cabeza.
- No, él también es una víctima. Es una adicción y no puede controlarla. - Bajé la mirada, pensando que, tal vez, había sido demasiado dura con él.

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