viernes, 29 de noviembre de 2013

Agradecimientos

Quería dar las gracias a mis fieles lectoras (y a algún que otro lector) que aguardaban impacientes el siguiente capítulo y me motivaban y alegraban con sus comentarios. Algunos ejemplos de estos son: "perfección de capítulo", "me ha gustado mucho este cap", "Eres mala por dejar el capítulo así", "¡¡¡¡¿¿CÓMO HAS PODIDO??!!!! Mala genteee", "¡Recién levantada no me puedes hacer llorar así! NO NO NO NO Y NO! ¿Por quéeeeeeeeee? ¿Por quéeeeeee? Maaaalaa." (estos dos últimos escritos tras leer el capítulo 4), "¡¡MALVADA!!", "¡quiero más más más acción!" o "me tienes pilladísima con la historia", todos literales, tal y como me lo dijeron. Gracias por empatizar con mis personajes, meteros en su piel y sufrir y reir cada vez que lo hacían ellos (y darme constancia de ello).

En segundo lugar, me gustaría agradecer a mi familia y a mi mejor amiga por ayudarme a encontrar las expresiones o palabras adecuadas: ¿que suena mejor esto o esto?, ¿está bien dicha esta palabra?, ¿se entiende lo que quiero decir si digo esto? Sin tener ni idea de lo que iba a ocurrir en ese capítulo.

Por último, y no por ello menos importante, agradecer a las personas que me han inspirado a crear esta historia y sus personajes, no todos ellos ficticios.

¡Muchas gracias por leerme!

EPÍLOGO

Suspiré, empañando el cristal de la ventana del autobús con mi aliento. Las vacaciones de Navidad se me habían pasado muy rápido, demasiado para mi gusto.
Mi reconciliación con Dean había sido una grata sorpresa y tenía la sensación de que nuestro corto periodo de ruptura había servido para reforzar nuestra relación. Releí el mensaje que me había enviado nada más montar en el autobús y sonreí una vez más. Quería que llegasen las próximas vacaciones cuanto antes. En cuanto a Faheema, al padre de Dean le aseguraron que se encontraba bien, estaba a salvo bajo la tutela de unos primos de su padre, en una ciudad segura. Aun así, Dean seguía preocupado por ella y, aunque no me lo había comentado, sabía que no estaría realmente tranquilo hasta que lo viera con sus propios ojos. Sacudí la cabeza, apartando el pensamiento de que él se volviera a alejar de mi y regresara a ese horrible sitio. No iba a preocuparme por especulaciones mías.
Pensé en mis amigos y en la "cita cuádruple" que habíamos tenido unos cuantos días antes. Darren había vuelto a Francia pero pronto vendría a ver a Anne de nuevo. A pesar de ser una relación difícil por culpa de la distancia ambos parecían estar dispuestos a hacer que durara. Jack e Isabelle eran los perfectos tortolitos, siempre agarrados de la mano o intercambiando palabras de cariño en susurros. John y Charlotte desprendían amor en cada mirada que cruzaban y las pálidas mejillas de ella enrojecían sutilmente cada vez que esto pasaba.
Recibí un mensaje de buen viaje de mi padre. Por fin estaba yendo por el buen camino, tal vez sería duro y le costara, pero, por primera vez en mucho tiempo, le veía capaz de superar su problema con el juego. Con respecto a mi madre, en cambio, veía muy difícil que ella volviera a confiar en él, no después de tantas decepciones.
Me acomodé en mi asiento, colocándome los auriculares. Comenzó a sonar la melodía con la que aquel desconocido me había sacado a bailar en mi graduación, ni siquiera recordaba haberla guardado entre mis canciones. Nigel pasó por mi cabeza fugazmente. Sin pretenderlo habían confirmado mis sospechas: esa chica de cabello rizado y moreno y él estaban juntos. Les deseaba lo mejor. Eliminé la canción del reproductor de música, su momento había pasado al igual que el de él.
Unos dulces acordes complacieron mis oídos, subí el volumen. Era la canción que Dean me había cantado en el karaoke "El Ruiseñor". Sonreí, mira que hacerme subir al escenario... Cerré los ojos y disfruté de la preciosa melodía. Todos los momentos recientes vividos con Dean llenaron mi mente, incluso desempolvé los más antiguos, aquellos que había intentado olvidar sin éxito. Dirigí la mirada hacia mi bolsa de viaje, dentro llevaba la sudadera de Dean, con su olor renovado. El camino era largo pero tenía suficientes recuerdos con los que llenar mi mente. Traté de memorizar cada detalle, cada palabra, cada gesto... Quería que esos instantes se quedaran para siempre conmigo.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

DESMOTIVACIÓN

¿No os ha pasado alguna vez que habéis perdido las ganas de hacer algo que antes os gustaba o, por lo menos, que antes hacíais con más gusto? A mi me está ocurriendo este curso con el ciclo que estoy estudiando. No es por las asignaturas ni el temario, es por la forma de explicar, las GANAS (por llamarlo de alguna forma) que tienen mis profesores de explicar, de enseñarnos, de hacernos "aprender"...
Los exámenes de una de las asignaturas consisten en memorizar, solo eso, y después lo corregimos en clase, cada uno el de otro compañero, ahorrándole trabajo, el que debería hacer ella. De las 6 horas lectivas diarias, cuatro o cinco de ellas nos la pasamos en el ordenador, sí haciendo el proyecto de fin de ciclo, sí buscando información para un trabajo pero, ¿cuándo nos enseñan? Para ser sincera no me paso todas esas horas realizando ese trabajo, pero sí la gran mayoría.
Estoy perdiendo las ganas que tenía de ir a clase, con el objetivo de APRENDER, no de pasarme cuatro horas con el ordenador, cosa que puedo hacer perfectamente en casa. Incluso los profesores que más trabajaban antes están imitando a los que no, me están decepcionando.
El compañerismo no abunda en mi clase, a excepción de un pequeño grupo en el que nos apoyamos mutuamente. Si alguna persona de este pequeño grupo faltamos a clase, aunque sea solo durante una hora (por ejemplo, la última), nos "castigan" (no literalmente, por supuesto), premiando a los que se quedan, lo cual veo perfecto. El problema es que cuando la situación es al contrario (los del pequeño grupo cumplen con todo el horario y los del grande se van), entonces no hay recompensa ni castigo. Los chillones dominarán el mundo...

He llegado a una conclusión: La flojera es contagiosa.
Y a otro pensamiento que cada vez se hace más fuerte: Quiero empezar con las prácticas ya.

lunes, 25 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 22 - PRÓTESIS

- ¿Puedo preguntarte algo? - Dijo Dean. Aún era de noche, estábamos tumbados en la cama el uno junto al otro sin poder dejar de mirarnos mutuamente.
- Claro. - Respondí, apoyando la cabeza en mis brazos cruzados.
- ¿Tú y Nigel...? - Trató de encontrar las palabras adecuadas. Me recorrió la espalda con la yema de sus dedos y un agradable cosquilleo se extendió por mi cuerpo. Detuvo su mano en la parte más baja de mi espalda. - Ya sabes, ¿intimasteis?
- Con intimar te refieres a lo que acaba de pasar entre tú y yo, ¿verdad? – Pregunté para asegurarme. Asintió. - ¿Eso importa?
- No va a cambiar nada entre nosotros pero siento curiosidad. - Me incorporé y me acerqué a su rostro.
- Nunca llegamos a "intimar", como tú dices. - Le acaricié el pelo. - Aún eres el único. - Le aseguré en un susurro. Una tímida sonrisa orgullosa apareció en sus labios y le di un beso en la frente.
Encargamos comida china para cenar y nos sentamos en el sofá a ver la televisión. La lluvia había amainado aunque de vez en cuando se escuchaba algún que otro trueno. Dean dejó el paquete vacío de fideos en la mesa baja del salón. Llevaba puesta la sudadera roja, le quedaba mejor de lo que recordaba.
- ¿Te ha gustado? - Le pregunté mientras yo seguía comiendo.
- Está rico, aunque donde esté una buena hamburguesa... – Sonrió. Tiró de mis piernas, que estaban apoyadas sobre su regazo, hacia él, acortando la distancia entre nosotros. - ¿Y cuándo has probado tú este tipo de comida? Con lo  tradicional que tú eres...
- En la universidad. - Sorbí los fideos sin hacer ruido. - Mi compañera de habitación es una especie de obsesa con respecto a todo lo oriental. También he probado la japonesa pero eso del pescado crudo no me termina de convencer.
- ¿Y qué más has probado en la universidad? - Preguntó con un sutil tono pícaro. Puse el envoltorio de mi comida sobre la mesa. Sonreí, terminando de masticar.
- Pues un poco de todo. Es cierto eso que dicen de que en la universidad se experimenta. - Disimulé una sonrisa ante su cara de desconcierto.
- ¿Qué quieres decir con eso? - Me encogí de hombros. Mantuvo sus ojos fijos en los míos, con el rostro serio, tratando de averiguar si estaba de broma. Sostuve su mirada hasta que no pude más y la aparté, soltando una risita.
- Mentirosa... - Me acusó, empezando a hacerme cosquillas. Me retorcí en el sofá, tratando de zafarme de él aunque sin parar de reírme.
- No, para, para. - Le conseguí sujetar ambas manos. Su rostro estaba a pocos centímetros del mío. Miró mis labios, humedeciéndose levemente los suyos. Nos acercamos poco a poco y nos besamos. El teléfono sonó y pegamos un brinco. Reímos tontamente. Me incorporé y levanté el auricular.
- ¿Si? - Dije, apoyando las rodillas en el sofá.
- Cariño, ya he llegado al hotel. - Era mi madre. - ¿Cómo va todo por ahí?
- Estupendamente. - Miré a Dean con una sonrisa.
- Bien. ¿Ya has cenado?
- Sí, hemos encargado comida china. - Las manos de Dean rodearon mi cintura desde la espalda.
- ¿Hemos? - Preguntó mi madre extrañada.
- Sí, le he dicho a Dean que se quede a cenar. - Este me apartó el pelo y comenzó a darme pequeños besos en el cuello.
- Espero que haya avisado a sus padres, no quiero que se preocupen por él, que bastante han tenido que pasar ya. - Aparté a Dean con suavidad. No lograba concentrarme en la conversación.
- Sí, ya les ha llamado. Bueno, suerte con la reunión de mañana, mamá. - Le corté. - ¡Buenas noches!
- Buenas noches, cielo. Y ten cuidado.
- Sí, no te preocupes. - Le mandé un beso y colgué. Me giré hacia Dean, rodeándole el cuello con los brazos. - ¿Por dónde íbamos?

Los rayos del sol entraban tímidamente por las ranuras de la persiana, iluminando tenuemente la habitación. Sentí el peso de un cálido brazo sobre mí, sonreí. Podía sentir la respiración de Dean a mi espalda. Tenían razón cuando decían que lo mejor de las discusiones eran las reconciliaciones. Observé la quemadura de su brazo, tardaría en curársele, al igual que las que tenía en las piernas, pero parecían estar más cicatrizadas que la primera vez que las vi.
Me di media vuelta con cuidado de no despertar a Dean. Su piel ligeramente bronceada por el trabajo de campo no conseguía disimular la negrura de su cabello, sus cejas y sus pestañas. Su pecho al descubierto subía y bajaba en una respiración lenta y profunda, le tapé un poco más con la manta para que no cogiera frío. Me quedé mirándole un buen rato hasta que empezó a removerse en sueños y a balbucear sonidos que no conseguían formar ninguna palabra entendible. Antes de que me diera tiempo a despertarle ya había abierto los ojos. Se los frotó algo desorientado, parpadeó y luego me miró con una sonrisa.
- Buenos días. - Susurró con voz ronca.
- Buenos días. - Dije con el mismo volumen. - ¿Qué tal has dormido?
- No mucho. - Sonreí, notando mis mejillas sonrojarse. - Pero mejor de como lo he hecho en mucho tiempo. - Me apartó un mechón de pelo que caía sobre mi frente y me dio un rápido beso en los labios.
Nos quedamos tumbamos el uno frente al otro, con las manos entrelazadas y las narices casi rozándose. Sentí su piel desnuda bajo las sábanas y entrelazamos nuestras piernas. Intenté no sobresaltarme al notarle un solo pie. Paseé mi vista por la habitación.
- ¿Buscas mi prótesis? - Preguntó Dean sin alzar la voz. Asentí levemente. - La he dejado junto a la mesita de noche, espero que no te importe.
- En absoluto. - Negué con la cabeza. - Solo sentía curiosidad. - Me mordí el labio. - ¿Puedo ver tu pierna? – Nunca se había quitado la prótesis delante mía.
- ¿Estás segura? - Asentí con firmeza, sentándome en la cama. Se incorporó, echando las mantas a un lado. Su corpulento muslo, que en la pierna izquierda acababa en una ancha pantorrilla con un gran pie, terminaba poco antes de empezar la rodilla, con un muñón redondeado marcado por varias cicatrices. Dean observaba mi reacción con detenimiento y procuré mantener mi rostro neutro.
- Nunca me has contado que pasó exactamente. - Desvié la vista hacia su cara. Se volvió a cubrir la herida, lo que agradecí.
- No querrías saberlo.
- A lo mejor si me lo contaras aliviaría un poco tu carga... - Sugerí. Respiró profundamente, y expulsó el aire poco a poco.
- De acuerdo. - Se sentó más erguido, apoyando la espalda en el cabecero de la cama. Me tumbé sobre mi costado, acomodándome sobre el codo. - ¿Te importaría? - Dijo señalando mi cuerpo. Me tapé con las mantas hasta el pecho. - Mejor.
Volvió a tomar aire y me preparé para oír su historia.
- Como sabrás, ese día se produjeron varios ataques en las torres de vigilancia, hubo dos explosiones. Por suerte, en ese momento no me encontraba en mi puesto, había bajado para informar a mi superior sobre actividades rebeldes que se habían producido los días anteriores en un pueblo cercano.
>> La primera bomba estalló segundos después de que abandonara la torre, me tiré al suelo, cubriéndome. Los nuestros respondieron con más disparos. Al alzar la cabeza vi a dos civiles, una chica de no más de 13 años y un niño pequeño, su hermano, de unos 6, al que cargaba en sus brazos, no parecía moverse.
>> Escuché el silbido de la segunda bomba antes de que cayera y me lancé hacia ellos, tratando de protegerles. Esa explosión fue más cercana, saltaron trozos de metal, de madera... Mi uniforme prendió en llamas y rodé sobre mi mismo tratando de apagarlo. El brazo me ardía. En un acto impulsivo me arranqué la tela, llevándome también la piel. - Se llevó una mano a la quemadura del brazo derecho, con la mirada perdida hacia el frente. Suspiró.
>> La chica estaba bien, algo aturdida pero sana y salva, el chico en cambio... – Se aclaró la garganta. - Con temor a que se produjeran más explosiones nos alejamos de ese lugar. Fue cuando me di cuenta de que algo pasaba con mi pierna, un fuerte dolor me impedía andar bien. Un trozo de metal se había clavado en mi pantorilla, que sangraba a través de lo que quedaba de mi uniforme. No había tiempo para lamentaciones, dejamos el cuerpo de su hermano atrás y tiré de ella buscando un refugio. No muy lejos de nosotros se abría un hueco en una pared rocosa lo suficientemente ancho para los dos.
>> Una vez a cubierto me examiné la pierna. No había forma de sacarme el trozo de metralla sin los utensilios adecuados. Traté de taponar la herida con trozos de mi uniforme pero no dejaba de sangrar.
Hizo una pausa para tomar aire.
- Volvimos a escuchar disparos cada vez más cercanos y tuvimos que huir de nuevo. Mi arma se había caído en algún lugar durante la explosión y no teníamos con qué defendernos. La chica me llevó hasta las ruinas de una casa, abrió una trampilla oculta en el suelo bajo un tapiz polvoriento y me guió por un oscuro pasadizo bajo tierra. Hacía calor, olía a húmedo y podredumbre. La herida me dolía a más no poder y sentí que perdía el conocimiento.
>> Al despertarme ya no tenía pierna y estaba rodeado de otros supervivientes. Un periodista de investigación que hablaba mi idioma me explicó que no tuvieron más remedio que cortármela, la infección se había extendido y no habían podido hacer otra cosa. Perdí la noción del tiempo, me dio fiebre y la pierna, o la que ya no lo era, me seguía doliendo.
>> Cuando logré recuperarme me adapté a las normas del grupo: conseguir comida, no llamar la atención y proteger a los más débiles o enfermos. Su objetivo era refugiarse hasta que se cesaran los ataques. La chica que me había llevado hasta ellos era mi compañera en las expediciones para buscar comida. Se llama Faheema que significa inteligencia en afgano, un nombre muy adecuado para ella. Estaba conmigo cuando me encontraron, no le permitieron entrar en el país pero se quedó con una unidad de salvamento. No sé que habrá sido de ella ni de los otros supervivientes.
Le observé en silencio, aún perdida en su historia.
- Perdiste tu pierna por un buen motivo. Salvaste a esa chica. - Dije finalmente.
- Eso me gustaría pensar pero no estaré tranquilo hasta que sepa que se encuentra bien. Les he preguntado a los de mi unidad pero dicen que es información confidencial. - Me quedé pensativa.
- Tu padre era sargento, ¿no?
- Sí, ¿por qué?
- Podría usar su antiguo cargo para ayudarte a averiguarlo. A lo mejor a él sí que le permiten acceder a esa información. - Sopesó esa posibilidad y asintió lentamente.
- Puede ser que funcione. Aunque ya esté jubilado mi padre dejó un buen recuerdo en el ejército. - Se le iluminó la cara. - Sí, es una grandísima idea. Gracias.
Se abalanzó sobre mí, dándome un fuerte abrazo. Perdí el equilibrio y sentí su cuerpo sobre el mío, reímos tontamente.
- Gracias por confiar en mí. - Dije.
- Gracias a ti por escucharme. - Me acarició la mejilla y me besó con ternura. Recordé que ninguno de los dos tenía ropa y sentí sus dedos recorriendo mi piel. Me miró con una sonrisa de deseo y le respondí con otra. Sin necesidad de palabras ambos supimos exactamente en lo que estábamos pensando.

Apreté el bote de tortitas instantáneas sobre la sartén, dándoles forma. Dean me abrazó por la espalda.
- Ya verás el desayuno tan rico que te voy a preparar. – Le dije. Me dio un beso en la coronilla.
- Mmm... tortitas. - Tomó asiento en la mesa de la cocina.
Saqué la tortita ya dorada y la coloqué en un plato junto a las otras. Me senté frente a él, dándole su plato. Le eché sirope de chocolate a las mías.
- ¡Qué golosa eres! - Me dijo. Le saqué la lengua y me llevé a la boca un trozo de ellas, manchándome sin querer de chocolate. Dean sonrió, sacudiendo la cabeza. Cogí una servilleta. - Deja que lo haga yo. - Se acercó lentamente y me besó, llevándose el sirope de mi labio superior. Se relamió. - Ya está.
- ¿Seguro? - Me manché de nuevo, esta vez intencionadamente. - Creo que te has dejado un poco.
Sonreí y me incliné sobre la mesa, alcanzando sus labios con facilidad.
Después de desayunar y de limpiar los pocos platos que habíamos usado, Dean se tenía que marchar. Antes de que saliera por la puerta le abracé con fuerza. Por mucho tiempo que pasara con él siempre me sabía a poco.
- Ojalá todos los días fueran así. - Dijo tras darme un beso.
- Podrían serlo. - Le sonreí.
- Nada me gustaría más. - Me respondió con una sonrisa más amplia.
- Te quiero. - Dijimos a la misma vez y reímos tontamente.
Nos dimos unos cuantos besos de despedida más y le observé alejarse, yendo hacia su coche. Antes de subirse a él giró la cabeza y cruzamos otra sonrisa.

lunes, 18 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 21 - UN NUEVO AÑO



- ¿Pero qué clase de jefe hace que sus empleados pasen fuera la primera noche del año? - Le dije a mi madre, indignada. Tenía una pequeña maleta de viaje abierta sobre la cama de su habitación.
- Yo no doy las órdenes, cariño, solo las obedezco.
- Ya lo sé. - Pensé en alguna alternativa. - ¿Y no puedes salir mañana temprano?
- Tengo que estar en la reunión a las 7 y media, si quisiera llegar a tiempo tendría que salir de aquí antes de las 5 de la madrugada y pasar más de dos horas conduciendo, eso sin contar con los atascos, con que el tiempo siga estable y con que no haya ninguna obra en la carretera. - Enumeró. - Y sabes que no me gusta ir con prisas, además, me conviene estar despejada para la reunión. - Suspiré, sentándome en su cama.
- Si quieres puedes venir conmigo. - Propuso.
- ¿Y pasar toda la mañana encerrada en el hotel mientras tú charlas con esos tipos trajeados? Creo que paso. De todas formas he quedado con Dean esta tarde, no me daría tiempo verle e irme contigo. - Añadí. Mi madre sonrió.
- Entonces que no me acompañes no tiene nada que ver con esos tipos trajeados. - Imitó mi tono. Bajé la mirada con una sonrisa. - ¿Vais a volver?
- Supongo, o por lo menos vamos a intentarlo. - Pensé en la noche anterior. - Hizo mal en pelearse con Peter, no me lo imaginaba tan violento. Lo hizo para defenderme pero eligió la forma equivocada para hacerlo. - Asintió, expresando su conformidad.
- Al menos sabes que te protegería si hiciera falta, sin importar la relación que tenga con la otra persona.
- Eso sí. - La observé mientras elegía la ropa para llevarse a la reunión de trabajo. Me enseñó dos trajes, le señalé el que tenía en la mano derecha. - Ese. ¿Debería darle una segunda oportunidad a nuestra relación?
- Debes hacer lo que veas mejor, cielo. - Respondió tras pensarlo un momento. Metió la ropa en la maleta con cuidado. - No puedo decidir por ti, eso es algo entre vosotros dos. Piensa en si le quieres y en si merece la pena volverlo a intentar. - Asentí lentamente, considerando los pros y los contra.

Aquella misma tarde llamaron a la puerta y bajé corriendo las escaleras. Dean había llegado puntual, como siempre.
- Voy yo. - Dije alzando la voz. Comprobé que el gorro de lana seguía en su sitio y me recoloqué el pañuelo alrededor del cuello. Tomé aire para tranquilizarme y abrí la puerta tras retocarme el pelo una vez más. - Hola.
Dean levantó el ramo de rosas que tenía en la mano y me lo ofreció.
- Pensé en muchas cosas para decirte mientras te daba estas rosas pero lo único que me sale es que te amo, mucho más de lo que imaginé amar a alguien. - Me quedé sin habla, mirándole emocionada. - Siento mucho lo de anoche, no volverá a pasar.
Le abracé en silencio, cogiendo el ramo cuidadosamente con un brazo.
- ¡Son preciosas! Gracias, por todo. - Añadí. - Las pondré en agua. Pasa. - Le hice una seña con la mano. Mi madre apareció por las escaleras con su maleta.
- Mira lo que me ha traido Dean, mamá. - Le mostré el ramo.
- ¡Qué bonitas! Es todo un detalle. - Dijo. - Feliz año nuevo, Dean.
- Feliz año nuevo a usted también. ¿Le ayudo con eso? - Se ofreció él.
- No, no hace falta, gracias. - Respondió. Coloqué las flores en un jarrón con agua, más tarde me encargaría de arreglarlas en condiciones.
- ¿Ya te vas? - Le pregunté a mi madre.
- Sí, antes de que oscurezca más. - Le abracé. - Ten mucho cuidado, cariño.
- Lo tendré, nada de abrir la puerta a extraños, ni de dejar el gas encendido y todo eso.
- Exactamente. - Me dió un beso en la cabeza.
- ¿Se va, señora? - Dijo Dean.
- Sí, mañana temprano tengo una reunión de negocios.
- Nada más empezar el año, eso sí que es dedicación. - Comentó él.
- Qué se le va a hacer, el trabajo es el trabajo. - Respondió ella encogiéndose de hombros.
- Te acompañaremos al coche. - Dije. Dean le cogió la maleta a mi madre y le ayudó a meterla en el maletero.
- Adiós. - Le dí un último abrazo antes de que se marchara. - Ten cuidado tú también, mamá. - Se montó en el coche. - Avísame cuando llegues. - Agité la mano mientras la veía marchar.
Observé a Dean que seguía mirando el lugar por donde había desaparecido mi madre. Llevaba un pantalón vaquero y una sencilla camisa de cuadros bajo una gruesa cazadora negra. Aún de perfil su oreja se veía grande y en su labio tenía el pequeño corte que se había hecho al pelearse con Peter. No me imaginaba mi vida sin él. Le quería y me pareció que nunca había dejado de quererle realmente. Incluso estando con Nigel había seguido pensando en él, por eso entre Nigel y yo no hubiera podido pasar nada más. Dean me miró a través de sus espesas cejas con sus preciosos ojos azulados y me sonrió con algo de timidez.
- ¿Qué ocurre? - Preguntó ante mi mirada. Sacudí la cabeza.
- Nada. ¿Vamos a dar una vuelta?
- ¿Cojo el coche?
- No, me apetece andar. Además, no hace tanto frío como pensaba.

En algún momento de la charla, mientras caminábamos por el paseo marítimo, nuestras manos se entrelazaron. Las últimas luces del atardecer se apagaron, volviendo el firmamento oscuro.
- ¿Sabes cómo está Peter? - Le pregunté.
- Jack me ha dicho que él está bien pero que su nariz no tanto. - Puso una media sonrisa pero se contuvo y dejó su rostro inexpresivo. - No está rota pero se le quedará un poco torcida. - Sonreí al imaginarme la cara que tendría Peter ahora.
- Te pasaste, y bastante. - Traté de mantenerme seria.
- Podría haberle roto la nariz si hubiera querido. Además, así estará más guapo. - Esta vez no pude contener la risa. Me tapé la boca con la mano, sintiéndome una mala persona por reirme de su lesión.
- ¿Vas a volver a hablarle? - Añadí tras una pequeña pausa.
- Si se disculpara contigo, tal vez me lo pensaría.
- Era tu mejor amigo, ¿cómo habéis podido llegar a esto?
- Pregúntale a él. Dejó de hablarme hace mucho. - Le miré frunciendo el ceño.
- ¿Y eso? - Se encogió de hombros.
- Hizo nuevos amigos y le volvieron idiota. - ¿Más todavía?, pensé. - Y no sabes las cosas que dice sobre ti. - Suspiré.
- ¿Por qué me odia tanto? Pero si no le he hecho nada.
- Tengo una teoría. - Tomó aire. - Creo que te echa la culpa de que yo fuera a la guerra y de que volviera así. - Señaló su pierna. - No es capaz de aceptar que ahora tengo limitaciones, que no podré jugar al fútbol, ni salir a correr como solíamos hacer los domingos. No entiende por qué me apunté al ejército, ni por qué necesitaba espacio y tiempo para mi mismo... - Negó con la cabeza. - Su mente es demasiado estrecha. Es incapaz de ponerse en el lugar de otra persona que no sea él.
- Puede que solo necesite tiempo para acostumbrarse.
- Será eso... Aún así, no debería culparte de nada. - Alzó la cabeza hacia el cielo, seguí su mirada. - Parece que va llover. - Unas nubes negras se abrían paso a gran velocidad oscureciendo aún más la noche. Asentí.
- Volvamos a casa.
Caminamos más deprisa, sin soltarnos de la mano. Se escuchó un trueno y, seguidamente, las nubes descargaron su contenido sobre nosotros. Me encogí ante la fuerza del agua, pegando un pequeño grito de sorpresa. Dean rió y le respondí con una sonrisa. Tiré de él, buscando un lugar donde resguardarnos. Aunque su zancada era larga, no lograba seguir mi paso debido a su pierna. Aminoré la marcha, adaptándome a su ritmo.
Había un puesto de vigilancia a pocos metros de nosotros, tenía dos pisos y estaba hecho de madera. En ese momento estaba cerrado pues no había nadie a quien vigilar en la playa. Nos escondimos bajo su pequeño techo, apoyé mi espalda en la pared. Nos miramos el uno frente al otro, con la respiración alterada por la carrera y una sonrisa en nuestras caras. Como movidos por un resorte invisible, juntamos nuestros labios y pude notar como las gotas de agua de su rostro resbalaban por el mio.
- Se te ha abierto la herida del labio. - Observé cuando nos separamos. De ahí el regusto de sangre en mi boca. Se pasó la lengua por el corte con lentitud, siendo tremendamente sexy sin pretenderlo.
- Merece la pena. - Ladeó una sonrisa y me besó con fuerza colocando una mano sobre mi nuca.

El agua, que antes caía con fuerza, ahora solo era una fina llovizna y el cielo, aunque seguía cubierto de nubes que amenazaban con más lluvia, nos deleitó con un precioso arcoiris. Dean estaba a mi espalda, rodeándome por la cintura.
- Parece que el tiempo se ha calmado por lo pronto. - Susurró, haciendo que mi cabello se moviera con su aliento.
- Vamos a casa, vaya a ser que nos caiga otro chaparrón. - Dije.
Momentos antes de llegar al umbral de mi casa se escuchó otro trueno. Aceleramos el paso, poniéndonos a cubierto bajo el porche. El agua repiqueteó en el techo con violencia.
- Justo a tiempo. - Comentó Dean con una sonrisa.
Le hice pasar y me quité el abrigo, la bufanda y el gorro, que estaban empapados. Me froté las manos, en el interior de mi casa hacía más frío que en la calle. Subí la calefacción y me aseguré de que las ventanas estuvieran cerradas.
- Puedes ponerte cómodo. - Dejó su cazadora en una silla. Su ropa aún estaba húmeda y temblaba ligeramente. - Ven, vas a coger frío.
Entré en mi habitación seguida por Dean. Se sentó en mi cama haciendo una mueca y frotándose la rodilla.
- ¿Te duele? - Pregunté mientras buscaba en mi armario una toalla para que se secara.
- Un poco, todavía no encuentro una prótesis que se adapte al muñón. - A veces olvidaba que le faltaba una pierna.
- Toma. - Le tendí la toalla y saqué otra para mi. - Creo que deberías cambiarte si no quieres pillar un resfriado. - Me dirigí hacia la cómoda. - Tengo algo que te puede servir.
- ¿El qué? - Preguntó de pie junto a la cama. Se acababa de quitar la camisa y se estaba secando la cabeza con la toalla que le había dado, dejando su pecho húmedo al descubierto. Tardé un momento en recordar lo que estaba buscando. Le enseñé la sudadera roja que me había dado un año atrás, ese horrible día en el que me dijo que se iba a la guerra. Se habían producido demasiados cambios desde ese día.
- Todavía la guardas. - Dijo sorprendido.
- Claro, no podría deshacerme de ella. - La miré con nostalgia. Me traía tantos buenos recuerdos que, aunque ya había perdido el olor de la piel de Dean, me hacía sentir como en casa. - Me recordaba a ti. - Murmuré en voz baja. Dean puso sus manos sobre las mias y alcé la vista, encontrándome con una mirada llena de dulzura y amor.
- Ahora ya me tienes aquí. No pienso marcharme de nuevo y mucho menos si no es contigo. - Se inclinó hacia mi y lo que empezó como un delicado beso se transformó en algo más apasionado y salvaje.
Nuestros cuerpos encajaban a la perfección, como hechos el uno para el otro. El sonido de la lluvia repiqueteando en los cristales de la ventana hizo de ese momento algo más mágico.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Emociones

Se está rompiendo el muro de hielo que había entre mis emociones y yo. Poco a poco, sin darme cuenta, ese hielo se ha ido derritiendo y he acabado emocionándome por cosas "tontas" como una película, una serie o un videoclip de un grupo de música.
Es una sensación extraña. Me gusta sentir esta clase de emociones pero a la vez me asusta que algo tan simple pueda tener tanto poder sobre mi. No quiero volver a como era antes, una chica que lloraba cada dos por tres, sin motivo alguno, simplemente me salían las lágrimas y era incapaz de retenerlas. No quiero volver a eso, pero tampoco quiero volver a ser una persona que no es capaz de expresar sus sentimientos de esa forma, que no tiene algo que le guste tanto que le haga vivir emociones que no había sentido antes.

lunes, 11 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 20 - NOCHEVIEJA




Faltaban dos días para Nochevieja y acompañé a Anne al centro comercial para encontrar algo de ropa para el fin de año.
- Aquí fui donde vi el mono enterizo negro. - Dijo Anne, entrando en una de las tiendas. Le seguí. - Espero encontrar uno de mi talla.
Miré mi móvil, Dean me acababa de escribir por el chat, le respondí, con una sonrisa en los labios. Llevábamos hablando de esa forma todos los días desde la cita que tuvimos en El Ruiseñor, de la que hacía poco más de una semana. Ninguno de los dos habíamos tenido tiempo para vernos en persona pero aún así habíamos seguido en contacto.
- ¿Lo ves? - Preguntó Anne.
- ¿Eh? - Levanté la vista de la pantalla. - No, no lo he visto. - Respondí finalmente.
- ¿Otra vez Dean? - Asentí, guardando el móvil en el bolsillo del pantalón. - Qué sonrisita más tonta pones cuando le escribes.
- No pongo ninguna sonrisa tonta. - Me quejé.
- Si que la pones, mira, aún la tienes en la cara. - Se escuchó el sonido del chat. Hice un enorme esfuerzo por no mirarlo. - ¿Cómo van las cosas entre vosotros?
- Bien, parece como si volviéramos a empezar de cero. - Me puse seria durante un momento. - No quiero que vuelva a hacerme daño así que intento no ilusionarme demasiado. Que me dedicara una canción y me dijera cosas bonitas no significa que no vaya a marcharse de nuevo.
- Haces bien. - Movió las perchas en busca de su conjunto.
- Oye, ¿odias a Dean? - Le pregunté mientras miraba una camiseta con un diseño amorfo. - ¿Hay alguien que se ponga esto?
Anne se dio media vuelta para ver de qué prenda se trataba.
- Seguramente, hay gustos para todo. - Hizo una pausa. - A ver, odiarle no le odio. Más odiaba al otro, aunque más bien odiaba su actitud y lo mujeriego que era. - Dijo refiriéndose a Nigel. - Pero Dean se comportó como un idiota contigo. Vale que estuviera traumatizado o lo que fuera pero no tendría por qué haber roto contigo.
- Rompimos los dos. – Aclaré. Siguió mirando ropa tras encogerse de hombros. - Ahora lo está tratando de arreglar.
- Y más le vale esta vez hacer las cosas bien porque sino se las va a tener que ver conmigo. - Entrecerró los ojos. - Y ya sabes cómo me pongo, a borde no me gana nadie. – Sonreí, totalmente de acuerdo. El móvil volvió a sonar y lo sujeté en mi mano.
- Mira, ¿no es ese tu conjunto? - Señalé un mono enterizo negro palabra de honor que estaba colgado en una percha.
- ¡Si! - Fue hacia él. - Te permito responderle.
- Lo iba a hacer de todas formas. - Le saqué la lengua mientras contestaba a Dean.

Llegó el día de nochevieja y, como todos los años, lo celebré en casa de mis tíos. Tomamos las uvas y nos felicitamos mutuamente el año nuevo.
- Bueno, ¿y dónde vas a ir para festejar el comienzo del año? - Me preguntó mi tía.
- A un local que hay cerca del centro de la ciudad, me han dicho que está muy bien. - Respondí. Me volví hacia mi primo. - ¿Y tú, Iván?
- Yo iré fuera de esta ciudad, la tengo muy vista. Me quedaré a dormir en casa de unos amigos así no me tengo que preocupar por el coche.
- Está bien.
- ¿Vas a ir con Dean? - Continuó él.
- Se supone que nos encontraremos allí pero voy a ir con mis amigos.
- ¿Todavía no habéis hecho las paces? - Preguntó mi tío subiéndose las gafas.
- Estamos en ello. - Me resultaba incómodo hablar de él en ese momento. Cuando estábamos juntos, en Navidad siempre solía venir a casa después de cenar, se quedaba un rato con mi familia, luego visitábamos a la suya y por último nos íbamos a celebrar el año con nuestros amigos.

Entramos en el pub. Tras el recibidor había unas escaleras que bajaban hacia una puerta abatible que separaba la entrada de la amplia sala de baile. Antes de llegar a esa puerta, había un servicio de guardarropa en el que dejamos nuestros abrigos. Leeroy, Nathan y Charlotte estaban con nosotros, ella estaba despampanante con un vestido negro con escote en forma de corazón y su cabello pelirrojo suelto en forma de ondas. John no se separaba de ella, se veían encantadores juntos. Anne estaba bastante animada, Darren le había dicho que vendría dentro de unos días y que se quedaría una semana. Jack iba a llegar más tarde, con Dean, e Isabelle parecía impaciente y ansiosa por verle.
En el precio de la entrada se incluía la primera bebida gratis, un gorro de fiesta, unas gafas que brillaban en la oscuridad y un silbato de papel. Pusieron canciones antiguas, clásicos como Greased Lightning o Saturday Night, junto a otras más nuevas. Un empleado del local se ofreció a hacernos una foto con su cámara profesional. Antes de que la hiciera, Jack apareció de la nada y posó con nosotros con una amplia sonrisa. Le pidió al fotógrafo que se la enseñara, luego nos miró y dijo:
- Muy guapos todos, aunque yo más. - Bromeó. Se volvió hacia Isabelle, mirándola con ternura. - Feliz año nuevo, pequeña. - La besó. Había tanto amor y dulzura en ese gesto que me sentí obligada a desviar la vista para darles intimidad.
- Feliz año nuevo a todos. - Nos deseó Jack.
- Igualmente. - Dije. - ¿Dean no ha venido contigo?
- Sí, lo he dejado bajando las escaleras. – Me lo imaginé, cojeando por los traicioneros escalones parcialmente iluminados que llevaban hasta la subterránea entrada.
- Voy a ver si necesita ayuda.
Me abrí paso hasta llegar al vestíbulo. No había nadie allí excepto la chica del guardarropa y el chico que estaba detrás del mostrador. Solté la puerta observando su hipnótico balanceo. ¿Dónde se había metido?
- ¿Me buscabas? - Preguntó una voz familiar a mi espalda. Me giré y vi la comisura de los labios de Dean ligeramente elevada y esos ojos tan azules que resaltaban con la luz de los focos. Le abracé impulsivamente. Me aparté, siendo repentinamente consciente de que mi apasionado saludo estaba fuera de lugar.
- ¡Feliz año nuevo a ti también! – Dijo, enseñando su preciosa sonrisa, con las paletas ligeramente más bajas que el resto de los dientes. Le alisé la chaqueta con rapidez, sin querer disculparme, pues no me arrepentía. Su traje era gris oscuro, su camisa blanca y la corbata azul marino. Su cabello estaba elevado en su característica pequeña cresta. Él también me observaba con detenimiento.
- ¿Vamos con los demás? – Pregunté, ladeando la cabeza. Me siguió entre la multitud con dificultad, colocando una mano sobre mi hombro para no perderme. Por fin llegamos al rincón donde estaban nuestros amigos.
- Ya estamos aquí. - Les presenté a Dean a Charlotte, Leeroy y Nathan.

Anne y yo volvíamos del servicio mientras me hablaba de Darren con una amplia sonrisa.
- Y llamó para felicitarme el año, hacía tanto que no escuchaba su voz... Entonces me dijo que tenía un regalo de Reyes anticipado para mí, que vendría dentro de cuatro días. ¡Solo cuatro días más y lo tendré aquí! No podría pedir un regalo mejor.
- No sabes cuánto me alegro. Te mereces eso y más. - Le abracé rodeándole la cintura con un brazo.
Regresamos con el grupo. Estaban sentados en unos sillones alrededor de una pequeña mesa. Dean se levantó y se acercó, cojeando ligeramente, hacia mí. Anne se marchó, dejándonos a solas.
- ¿Me concedes este baile? - Me ofreció su mano.
- Faltaría más. - Me hizo dar una vuelta sobre mi misma y nos pusimos el uno frente al otro. Giramos lentamente sin seguir realmente el ritmo de la música.
- No sabía que John había encontrado pareja. - Dijo Dean. – Y tampoco que Isabelle estuviera con Jack hasta que él me lo contó.
- Anne también tiene novio, lo que pasa es que está en Francia. Te has perdido muchas cosas mientras no estabas por aquí. - Nigel pasó por mi cabeza. Bajé la vista. - Hablando de eso, cuando te fuiste, yo... - Era más difícil de admitir de lo que creía. - Bueno, tuve algo con Nigel. Entre nosotros ya no hay nada pero quería que lo supieras. - Sentí como si me quitara un peso de encima.
- Ya lo sabía. - Alcé la vista. - Pero me alegra que me lo hayas contado.
- ¿Cómo lo sabías?
- La gente habla demasiado. - Apoyé la cabeza sobre su hombro y cerré los ojos, disfrutando del momento. Dean parecía otro, más tranquilo, más seguro de sí mismo pero seguía siendo el mismo chico del que me enamoré. Un te quiero estaba a punto de salir de mis labios cuando él habló.
- Escucha, no me importa con quién hayas estado. - Me miró a los ojos. - Te quiero, Catherine, nunca he dejado de hacerlo, y este tiempo separados me ha servido para darme cuenta de que ese sentimiento es más fuerte de lo que pensaba. - Sonreí. - Espero que algún día me vuelvas a querer como hacías antes.
- Ya lo hago, tonto. - Le acaricié la mejilla. - Te quiero y lo siento si alguna vez te he hecho pensar lo contrario.
Nos acercamos para sellar nuestras palabras con un beso. Nuestros labios apenas se habían rozado cuando alguien nos separó con brusquedad.
- ¡No me lo puedo creer! - Dijo Peter boquiabierto. - ¿No te ha hecho ya suficiente daño? - Continuó, señalándome. - Después de todo lo que he hecho por ti, Dean, así me lo agradeces, volviendo a los brazos de esta zorr... - Dean le empujó.
- Cuidado con lo que dices de ella, Pete. - Le advirtió.
- ¿O sino qué?
- No me hagas elegir entre tú y ella, Peter, porque puedes salir perdiendo. - Peter frunció el ceño.
- ¿Elegirías a esa fulana antes que a tu mejor amigo?
- ¡No la llames así! - Los hombros de Dean se tensaron y volvió a empujarle.
- Dean, déjalo, no importa. - Dije, tirando de su brazo. Nunca le había visto tan enfadado y mucho menos con Peter.
- ¿Cómo que no importa? Discúlpate, Peter. No me hagas hacer cosas de las que me arrepienta.
- ¿Cómo qué? ¿Me vas a pegar con tu pierna falsa o qué? - Se burló el que se suponía que era su mejor amigo.
Dean se abalanzó hacia él y se enzarzaron en una pelea. Las personas a su alrededor se apartaron. Jack y John trataron de separarlos pero resultaba imposible hacerlo sin recibir un golpe. Un enorme portero apareció, llevándose a ambos fuera del pub.
Miré a mis amigos, que se habían quedado igual de conmocionados que yo y me dirigí escaleras arriba, seguidos por ellos.
- Y no volváis por aquí. - Dijo el gorila, soltando a Dean y a Peter en la calle. El contraste de temperatura entre la calidez del interior y la heladez del exterior me hizo estremecerme. El portero me echó una mirada de advertencia, como si yo hubiera participado en la pelea.
A Peter le sangraba la nariz y Dean tenía un corte en el labio, que se le había hinchado. Ambos cruzaron una mirada de hostilidad.
- Por favor, no. - Le pedí a Dean, sujetándole del brazo. - No más peleas. - Me miró, luego a Peter y de nuevo a mí. Asintió, lamiéndose la sangre del labio y escupiéndola en el suelo.
- Ya se quién lleva los pantalones en vuestra relación. - Se burló Peter.
- ¿Quieres más, amigo? - Dijo Dean con sorna. - ¿No tienes bastante con una nariz rota?
Jack fue el primero en acercarse a nosotros.
- ¿Pero qué ha pasado?
- Pregúntale a él. - Respondió Dean.
- Madre mia, tu nariz. - Jack se acercó a Peter. - Tiene que verte un médico.
- No es para tanto. - Dijo este, llevándose la mano al rostro.
- Me quedaré más tranquilo cuando lo diga un profesional. - Concluyó Jack. - Vamos.
- Te acompañaré. - Se ofreció Isabelle, marchándose con ellos tras recoger su abrigo.
- Chicos, id dentro. Ahora os sigo. - Les dije al resto del grupo.
- Toma, vas a coger frío. - Dean me puso su chaqueta sobre los hombros. Se apoyó en el saliente de un edificio cercano y se llevó la mano a un hombro, moviéndolo con cuidado. Por lo visto, la herida del labio no era la única que tenía.
- ¿Cómo se te ocurre pelearte con Peter? - Le pregunté.
- ¿Es que no has oído lo que ha dicho? Te ha faltado al respeto.
- Lo sé, pero no quiero que pierdas amigos por mi culpa. Deberías haberlo dejado pasar.
- ¿Qué? Ni hablar. - Colocó sus manos en mis brazos. - Si realmente fuera mi amigo no se hubiera comportado así.
- Aun así no deberías haber usado la violencia. Las personas se entienden hablando. - Me quité su chaqueta y se la devolví. - Creo que deberías volver a casa o, por lo menos, ir a que te miren el labio.
- Feliz año nuevo, Dean. – Me despedí. Di media vuelta y entré en el pub.

viernes, 8 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 19 - SEGUNDA PRIMERA CITA

A la tarde siguiente de mi vuelta a casa el teléfono sonó.
- ¿Si? - Pregunté al descolgarlo.
- ¿Catherine? Soy Dean. - Sentí un revoloteo en mi estómago.
- Dime. - Enrosqué el cable del teléfono en mi dedo.
- La familia de David ya tiene el reloj. Se han alegrado, dentro de lo que cabe, de saber que sus últimas palabras fueron para ellos y de tener algo más para recordarle.
- David estaría orgulloso de ti.
- No es para tanto. - Dijo con modestia. Hizo una pausa. - ¿Sabes? Tanto tiempo aplazando este momento por miedo a sus represalias y resulta que incluso me han dado las gracias.
- ¿Lo ves? No tenías de qué preocuparte. - Sonreí.
- Tenías razón. - Nos quedamos en silencio durante un momento, solo se escuchaba su respiración al otro lado de la línea. - Em, me han dicho que has ido a la universidad, ¿y eso? Pensaba que ibas a hacer unos estudios superiores.
- Cambié de idea. Decidí arriesgarme, salir de mi zona de confort y atreverme a probar algo nuevo. Estaba cansada de que el miedo me impidiera hacer algo diferente.
- ¿Y cómo te está yendo?
- Bien, creo que lo estoy llevando mejor de lo que pensaba. - Me toqueteé las puntas del pelo con nerviosismo. - Hasta ayer pensaba que seguías en el pueblo con tus tíos.
- Lo estuve, hasta hace una semana. La verdad es que ir allí ha sido una de las mejores ideas que he tenido aunque debería haberlo hecho todo de otra forma, sobre todo contigo. - Me mordí el labio, sin decir nada. - Me gustaría contarte lo que ha ocurrido en el pueblo pero por teléfono es difícil de explicar. ¿Podríamos vernos mañana? Quiero decir, si no estás ocupada. - Aguardó mi respuesta.
- Estaría bien. - Dije tras una pausa.
- Estupendo. - Noté su sonrisa al otro lado de la línea. - ¿Te recojo a las 8 en tu casa?
- De acuerdo. Hasta mañana, entonces.
- Hasta mañana.
Dejé con suavidad el auricular en su sitio, pensando en las consecuencias que traería esto. No quería que me volvieran a hacer daño, y mucho menos el mismo chico.

Me puse un vestido azul de invierno con unos botines. Me recogí la parte superior del pelo con una horquilla y me observé en el espejo. Una cita con mi ex-novio. Decían que las segundas partes nunca eran buenas pero necesitaba comprobarlo por mi misma y, si era posible, ser la excepción a esa regla.
Llamaron a la puerta y mi madre abrió. La escuché saludar a Dean con entusiasmo, siempre le había gustado para mí y se llevaban muy bien. Bajé los escalones mientras guardaba el móvil en el bolso, ambos guardaron silencio al verme. Al alzar la vista me encontré con la preciosa mirada de Dean. Sentí un revuelo en mi estómago y calor en mis mejillas. Se había puesto un jersey de lana verde sobre una camisa blanca y un pantalón beige.
- Hola. - Me saludó con una sonrisa.
- Hola. - Le respondí con otra. Me despedí de mi madre dándole un beso en la mejilla. - Hasta luego.
- Tened cuidado y pasadlo bien.
- Gracias, Rose, y no se preocupe, la traeré sana y salva. - Dijo Dean.
- Eso ya lo se. - Respondió mi madre con una sonrisa.
Salimos al porche. Para estar casi a finales de diciembre hacía una buena noche.
- Estás muy guapa. - Sentí que me volvía a sonrojar.
- Gracias, tú también. - Respondí.
Nos acercamos a un coche azul que había aparcado junto a la acera. Dean apretó un botón de sus llaves y las luces parpadearon.
- ¿Es nuevo? - Le pregunté. Su antiguo coche era un Range Rover negro de segunda mano, había ahorrado desde los 16 años para comprárselo.
- Sí, necesitaba un vehículo que se adaptara a mí. - Se dio unos golpecitos en la pierna.
Asentí, temiendo haber metido la pata, pero parecía tomarse su minusvalía con mejor humor. Me abrió la puerta del copiloto.
- Las damas primero. - Inclinó ligeramente la cabeza.
- Gracias. - Le respondí con otra inclinación de cabeza y me senté. Él tomó asiento. - ¿Dónde vamos? - Pregunté.
- Es una sorpresa. - Me miró con una sonrisa misteriosa y puso el coche en marcha.

Salimos de la ciudad y aparcó frente a un rústico local con un cartel fluorescente en el que se leía "El ruiseñor" junto al dibujo de un pájaro con el pico abierto del que salían notas musicales. Me quedé mirando el letrero mientras bajaba del coche.
- No sabía que existiera este lugar. - Dije.
- Pues aún te queda mucho por ver. Te encantará. - Me ofreció su mano y la tomé inconscientemente, todavía fijándome en la fachada del edificio.
Su interior era acogedor y tenía un toque retro aunque todo parecía nuevo. Los camareros y camareras patinaban por el restaurante, sirviendo y atendiendo a los clientes. El color de su uniforme era azul claro y llevaban un delantal blanco con bolsillos atado a su cintura. Había un tocadiscos antiguo al lado de un escenario de madera sobre el que había un par de taburetes y dos micrófonos.
- ¡¿Eso es...?! - Pregunté algo eufórica. Dean asintió.
- Exacto, un karaoke. - Me mordí el labio mirando hacia el escenario. No me atrevía a cantar en público pero era algo que me encantaba aunque no se me daba bien.
Nos sentamos en una mesa cercana al escenario.
- Bonito, ¿verdad? - Asentí, observando la decoración de las paredes. Me volví hacia Dean.
- ¿Cómo sabías que esto me iba a gustar?
- Te conozco bastante bien. - Una camarera se acercó a nosotros rodando con sus patines.
- Buenas noches y bienvenidos a "El ruiseñor". Mi nombre es Sue y voy a ser vuestra camarera esta noche. ¿Qué vais a tomar? - Nos preguntó con una sonrisa.
- Todavía lo estamos pensando, Sue. - Respondió Dean mirando su hoja del menú, la mía ni siquiera la había abierto.
- De acuerdo. Entonces volveré dentro de un rato. - La observé alejarse.
- Qué buen recibimiento. Cada vez me gusta más este sitio. - Dean me miró con una sonrisa de satisfacción en los labios. Me puse un mechón de mi corto cabello detrás de la oreja. - Bueno, ¿qué tal en el pueblo con tus tíos? - Me centré en el tema por el que habíamos quedado.
- Muy bien. Como te dije, me ha ayudado mucho. - Sonrió. - Se puede decir que el aire del campo me ha sentado bien.
- ¿Mucho trabajo duro?
- La verdad es que sí, he estado ocupado la mayor parte del día. Era una sensación muy agradable el irme a la cama tras un largo y productivo día de faena. Lo peor era madrugar. - Rió por lo bajo. - Sabes que nunca lo he llevado bien, pero al final me terminé acostumbrando. Más o menos un mes después de que llegara al pueblo, se celebró una verbena, una de estas fiestas de pueblo para celebrar el día de la cosecha o algo así. - Apoyó los brazos sobre la mesa. - Jamás imaginé que a partir de ese día las cosas iban a ser diferentes. Ahí conocí a Ashley, cambió mi forma de verlo todo. - Sentí una punzada de celos pero traté de controlarme. Yo había estado con Nigel, no sería justo que me enfadara con él por haber conocido a otra chica.
- ¿Cómo es? - Pregunté mirando el menú con indiferencia.
- Es de baja estatura, cabello castaño claro, con un gran sentido del humor y poco sentido del ridículo. Es una de las mejores personas que he conocido, de estas personas que son imposibles de odiar y que te transmiten confianza desde el primer momento en que las ves.
- Ya sé lo que tomar, llamaré a Sue. - Cerré el menú y alcé la mano, tratando de llamar su atención. Nigel tenía razón, Dean había encontrado a otra chica con la que pasar su tiempo, y parecía estupenda.
 - Me ha enseñado a reírme de mi mismo y a que no se acaba el mundo porque me falte una pierna o esté chamuscado. Me recomendó libros y películas que me han dado fuerzas para continuar y para tomarme la vida de otro modo. - Observé el brillo que adquiría su mirada al hablar de ella y me sentí fuera de lugar.
- No sabes cuánto me alegro por ti. - Dije con sinceridad, deseando haber sido yo la que le hubiera hecho ver el mundo de esa forma. Sue se acercó.
- ¿Ya os habéis decidido? - Nos preguntó con una amable sonrisa.

Me enjuagué las manos en el lavabo del servicio de señoras y me dirigí hacia la mesa donde acabábamos de terminar de cenar. Dean no estaba sentado en ella, sino que se encontraba sobre el escenario. Me quedé de pie, observándole extrañada.
- ¿Esto funciona? - Preguntó pegándose el micrófono a los labios. Se escuchó un desagradable chirrido metálico, seguido por las quejas de los clientes. - Perdón, perdón. Vale, creo que ya se cómo va.
>> Buenas noches, damas y caballeros. Mi nombre es Dean y quisiera dedicarle una canción a esta encantadora chica llamada Catherine. - Me señaló con la mano. - Para eso me gustaría que subiera al escenario conmigo, el problema es que es muy tímida. ¿Podríais echarme una mano? - Miró a su público. Quise desaparecer en ese mismo instante, volverme invisible, que me tragara la tierra, lo que fuera.
Corearon mi nombre, diciéndome que subiera. Finalmente accedí, enrojeciendo hasta la raíz del cabello. La música empezó a sonar y una pantalla que había a los pies del escenario se encendió. Me tapé con los brazos, incómoda ante la atenta mirada de los comensales.  
Dean comenzó a cantar, no tenía una gran voz pero no importaba, el significado de la canción lo decía todo. Era Just the way you are de Bruno Mars, en la que le decía a su chica que no tenía que cambiar nada de ella ya que era increíble tal y como era. Me ofreció un micrófono para que le hiciera los coros y, al acabar la canción, sentí los ojos húmedos de la emoción.
Me dio la mano y saludamos al público con una reverencia.
- Muchas gracias por aguantar mis berridos y un fuerte aplauso para Catherine y también para vosotros, que habéis logrado convencerla para que suba. - Bajamos del escenario sentándonos en nuestra mesa.
- ¡Qué vergüenza! ¿Por qué has hecho esto? - Murmuré.
- Porque te quiero. - Le miré sorprendida, no esperaba esa respuesta. Se puso serio. - Sé que te hice daño y que tardaré en recuperarte pero no importa lo que cueste, haré que me vuelvas a querer. - Me quedé sin habla. - Las palabras se las lleva el viento, lo sé, y por eso te demostraré lo importante que eres para mi cada día, empezando por hoy.
- ¿Y qué pasa con Ashley? - Pregunté tras un instante. Me miró perplejo.
- ¿Qué pasa con ella?
- No quiero interponerme entre vosotros. - Dean sonrió, negando con la cabeza.
- ¿Creías que ella y yo...? No, es mi mejor amiga y la admiro, pero no podría verla de otra forma, además, tiene novio. - Me cogió la mano que tenía sobre la mesa. - Tú eres la única chica que ocupa mi corazón, Catherine.
Compartimos una mirada silenciosa.
- ¿Vais a tomar algo más? - Nos sobresaltó Sue, apareciendo a nuestro lado. Aparté la mano.
- No, gracias. Cuando puedas tráenos la cuenta, por favor. - Respondí.
Dean se empeñó en invitarme a pesar de mi insistencia de pagar a medias. Durante el camino de vuelta charlamos sobre temas banales. La canción que había bailado la primera vez con Nigel sonó en la radio, bajé el volumen en cuanto me percaté de ello.
- Estoy harta de esa canción. - Me excusé cuando Dean me miró. Y también de todo lo que significaba y de los recuerdos que me traía.
Paró frente a mi casa.
- Me lo he pasado muy bien hoy. - Dije.
- Yo también. Te he echado mucho de menos durante todo este tiempo.
- Y yo a ti. - Se inclinó, dispuesto a besarme pero le puse la mejilla. Dejó sus labios un momento sobre mi piel y se alejó. Pude ver un destello de dolor en su mirada. - Gracias por todo. Ha sido una maravillosa sorpresa.
- Me alegra que te haya gustado. - Abrí la puerta del coche. - Y, Catherine, - le miré - que sepas que no voy a rendirme tan pronto.