lunes, 21 de octubre de 2013

CAPÍTULO 16 - DURAS PALABRAS

Miré una vez más la página de la universidad a la que iba a ir, tratando de informarme lo máximo posible para que me fuera más fácil adaptarme a ella. En dos semanas iría a otra ciudad, tendría que empezar desde cero y aprender a ser independiente y autosuficiente. Estaba deseando que llegara ese momento y, a la vez, algo aterrada.
Mi móvil sonó, me habían hablado por el chat. Pensaba que se trataba de mis amigos comentando algo de nuestra quedada de esa misma tarde pero era Nigel.
- Hola, preciosa. ¿Qué haces? - Preguntó. Me había hablado en varias ocasiones esta última semana pero le había estado dando largas y él no había insistido demasiado. Quería saber exactamente lo que sentía antes de volver a verle. No quería darle falsas esperanzas aunque dudaba de que él sintiera realmente algo por mi.
- Nada interesante. - Respondí.
- ¿Eso significa que nos podemos ver? Te tengo que dar algo que no se puede enviar por aquí.
- Creo que sé a lo que te refieres... - ¿Solo quería que quedásemos para besarnos o qué?
- Puede ser... ¿Estás en casa?
- Si, pero he quedado con mis amigos en una hora.
- No te preocupes, será rápido. - Arqueé una ceja.
Me preparé apresuradamente, calculando el tiempo que tardaría en llegar. Terminé de arreglarme justo en el momento en el que sonó el timbre. Bajé las escaleras y abrí la puerta.
- Hola. - Le saludé.
- Hola, por fin nos vemos. - Alzó ambas cejas para bajarlas de nuevo. - Tengo algo para ti. Extiende las manos y cierra los ojos. - Le obedecí y noté un peso ligero en ellas, su textura me era familiar. Abrí los ojos.
- Mi monedero. - Dije algo sorprendida.
- Se te cayó en mi coche. Te lo hubiera dado antes pero al parecer esta semana has estado algo ocupada. - Inventar excusas no se me daba nada bien. - ¿No lo habías echado en falta?
- La verdad es que no... - Me sentí mal por haber malinterpretado sus intenciones. - Gracias. ¿Y no me podrías decir simplemente que querías devolverme mi monero? - Se encogió de hombros.
- Me gusta darle un toque de misterio. - Me miró con una sonrisa ladeada. Le respondí con otra sonrisa.
- Em, ¿quieres pasar? - Dudó. - Ya que has venido solo para traerme esto lo menos que puedo hacer es invitarte a mi casa.
Aceptó y entró con paso tímido pero seguro. Cerré la puerta. El teléfono sonó y miré la pantalla en la que salía el número.
- Otra vez los de la compañía de teléfono, siempre están llamando para vendernos algo nuevo. ¡Qué pesados!
- Déjame a mí. - Se ofreció Nigel, descolgó el auricular y empezó a hablar en árabe inventado. Se alejó el teléfono de la oreja. - Me han colgado. - Puso un puchero y reí.
- A ver si con eso dejan de llamar. - Dije. Nigel contempló el interior de mi casa.
- ¿Estás sola?
- Sí, mi madre ha tenido que ir a trabajar. - Hizo ademán de preguntar algo más, seguramente por mi padre, pero se contuvo y lo agradecí. No había vuelto a saber nada sobre él desde que le pillé robando el reloj de bolsillo de Dean.
El tono de llamada de mi móvil se escuchó en la planta de arriba. ¿Pero esto que era, el día de las llamadas?
- Mi móvil. Ven si quieres. - Caminé por la escalera con rapidez y vi como Nigel me seguía, subiendo los escalones de dos en dos. Cogí mi teléfono, que había dejado sobre mi cama.
- ¿Si?
- ¡Hola! Cath, ¿tú tienes mi camiseta de mangas cortas con las letras rojas? - Contestó Anne. - Esa que es blanca y se ve la silueta de una ciudad.
- Mm... Sí, creo que te la dejaste en mi casa la última vez que dormiste aquí. - Nigel me miró con curiosidad. - Voy a ver. - Abrí uno de escalones más bajos de mi cómoda. - Sí, aquí está. ¿Te la llevo esta tarde?
- No te preocupes, no hay prisa, solo quería saber que no la había perdido.
- Me esperaba más libros. - Comentó Nigel observando mi estantería. Se llevó una mano a la boca cuando se dio cuenta que seguía hablando por teléfono.
- ¿Ese quién es? - Preguntó Anne.
- Bueno, entonces te la llevo esta tarde.
- Es Nigel, ¿a que sí?
- Exactamente. - Soltó un grito de sorpresa y se rió. Tuve que alejarme el auricular de la oreja.
- ¡Lo sabía! ¿Y qué hace ahí? Tienes que contarme muchas cosas, cariño.
- Sí, lo sé.
- ¡Más os vale tener cuidado! No quiero sobrinitos provenientes de ese tipo, ¿vale?
- No digas tonterías, anda. Nos vemos dentro de un rato. Adiós. - Colgué. ¡Qué loca!, pensé sonriendo para mi.
- ¿Qué decías? - Me volví hacia Nigel.
- Que me esperaba más libros. - Señaló la estantería.
- Tengo más lo que pasa es que no me caben ahí. Están en cajas o en las estanterías del salón. - Asintió y recorrió los lomos con un dedo.
Saqué la camiseta de Anne del cajón y vi que bajo ella estaba la sudadera roja que me había dado Dean. Lo cerré de golpe. Cada vez que parecía que conseguía olvidarme de él había algo que me lo volvía a recordar. Nigel me miró.
- Se me ha escapado el cajón. - Me excusé.
Siguió observando los lomos. Se paró en uno que era más fino y alto que los demás. Le fui a detener pero ya era demasiado tarde.
- Feliz segundo aniversario, Dean. - Leyó en voz alta. Se volvió hacia mí y bajé la mirada.
Sin decir nada, se alejó de la estantería y miró las fotos que había colocadas en el tablón de corcho.
- ¿De qué vas disfrazada aquí? - Señaló una.
- De mosquetera. Las personas que nos veían se pensaban que éramos piratas. - Sonreí al recordarlo.
- Te sienta bien el sombrero.
- Gracias. - Siguió observando las imágenes una por una.
- Esa fue en tu graduación, ¿verdad? - Indicó otra en la que salía con Anne.
- Sí.
- La primera vez que nos vimos. - Asentí. - La primera vez que bailamos. - Continuó. Se giró hacia mí y colocó sus manos en mi cintura. Asentí de nuevo. - Parece que hace mucho tiempo de eso.
- A mi también me lo parece. - Colocó mi mano en su hombro y la otra la tomó entre la suya.
- Estabas muy tensa esa noche. - Como para no estarlo. Un desconocido, que en un primer momento me había parecido mi novio fallecido, me estaba sacando a bailar.
- No esperaba que me fueras a sacar a bailar. - Nos movimos como si la música estuviera sonando. Apoyé la cabeza en su hombro, alegrándome de que hubiera venido.
- Tengo un buen recuerdo de mi graduación. - Alcé la vista sonriendo, nuestras miradas se cruzaron y, poco a poco, nuestros labios se fueron acercando. Con besos lentos pero intensos nos movimos por mi habitación.
Despacio, nos tumbamos en la cama. Sentí su peso sobre mi cuerpo y su boca por mi cuello. Esta vez no era un sueño, él estaba en mi dormitorio, en mi cama, esto era real.
- Em... - Murmuré. Nigel alzó la cabeza y me miró, aguardando mi excusa esta vez.
- ¿Qué ocurre? - Preguntó. No sabía qué responder. - Es por Dean, ¿verdad? - Suspiró y se sentó en la cama.
Me senté también y mantuve la mirada baja. No era capaz de mirarle a la cara.
- Le sigues queriendo. - continuó.
- No se puede olvidar a una persona que ha sido tan importante en tu vida así como así.
- Si quisieras olvidarle ya te hubieras deshecho de esos recuerdos. - Dijo señalando el álbum.
- Es muy difícil tirar a la basura tantos buenos momentos. - Coloqué una mano en su hombro. - Pero tú consigues que deje de pensar en él.
Me lanzó una fría mirada con sus ojos azules.
- ¿Ahora quién está utilizando a quién? - Puso una sonrisa irónica. - Tú que decías que yo jugaba con las demás, que las ilusionaba y después las dejaba tiradas... - Se puso en pie, ofendido y  se dirigió hacia la puerta. Le seguí.
- Nigel. Nigel, espera. - Puse una mano sobre su brazo, se dio media vuelta. - Nunca he querido jugar contigo, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Lo siento si te lo ha parecido así. – Me lanzó una mirada reflexiva. - No creo que pueda olvidar a Dean, al menos no por lo pronto. Necesito más tiempo del que pensaba.
- ¿Crees que me voy a quedar esperando con los brazos cruzados esperando tu llamada? Te ha dejado, Catherine. Reacciona. - Bajé la vista. - ¿Por qué le sigues queriendo? ¿Crees que él no habrá encontrado ya otra chica con la que pasar el rato? - Su comentario me dolió más de lo que hubiera imaginado.
- Dean no es como tú, Nigel. Él me quiere. - O por lo menos lo hacía, pensé.
- ¿Entonces por qué cortó contigo? A las personas que se les quiere no se les deja. - Me encogí de hombros, incapaz de hablar. Tomé aire.
- Gracias por traerme el monedero y ahora será mejor que te vayas. - Asintió.
- En eso estamos de acuerdo. - Dijo y se marchó escaleras abajo con rapidez. Escuché la puerta cerrarse tras él y me sequé una lágrima que había resbalado por mi mejilla. Tal vez el problema no era Dean, ni Nigel, sino yo, experta en fastidiarlo todo, tal y como dijo Peter.

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