miércoles, 11 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 9 - TARDE DE CHICAS

- ¿Cómo te va con Dean? - Me preguntó Anne mientras ibamos de camino hacia la tienda de caramelos. Hacía dos semanas que Dean había reaparecido milagrosamente y no me solía separar de él. Este era la primera vez desde su vuelta que quedaba con Anne.
El sol descendía, aunque todavía había luz. Habíamos ido de compras y ahora tocaba un aperitivo.
- La verdad es que está siendo más duro de lo que pensaba. Ha perdido parte de la movilidad de su cuerpo, tiene constantes pesadillas y sigue sin contarme lo que pasa por su cabeza. Lo noto más inseguro que antes, ni siquiera quiere salir de su casa. Pasamos todo el día tirados en el sofá o jugando a videojuegos en su habitación.
- Bueno, eso puede ser una ventaja. Supongo que habrá más acción en esa habitación aparte de la que ocurre en los juegos, ¿no? - Sonrió con picardía, traté de componer una sonrisa pero se borró enseguida.
- Ya no quiere ni tocarme.
- Pero si está loquito por ti.
- Quiero decir que no pasamos de los besos, en cuanto la cosa empieza a ir a más, él se aleja y busca una excusa.
- A lo mejor está acomplejado por sus quemaduras.
- Será eso, o puede que ya no le resulte atractiva. De todas formas eso no importa. Lo peor es que ya apenas hablamos. Hay tanto de lo que no quiere hablar que soy la única que dice algo y nuestras conversaciones se convierten en monólogos.
- Se arreglará, ya lo verás. - Me rodeó los hombros con un brazo. - Solo necesita tiempo.
Suspiré.
- Supongo que tienes razón. - Me apretó contra ella y sonreí para que no se preocupara. - Oye, y el chico de la panadería, ¿qué?
Una sonrisita tímida apareció en sus labios. Hacía un par de días, cuando fue a comprar pan, le atendió un precioso chico con rizos castaños y ojos verdes con acento extranjero.
- Hoy he ido a la tienda otra vez y allí estaba. ¡Qué sonrisa tiene! La dueña se había ido así que estábamos los dos solos.
- ¿Te dijo algo?
- No, bueno, no más que "aquí tienes el cambio" y un "hasta luego" con su acento sexy, pero cuando me lo dijo me miró de una forma que... - Se quedó sin palabras. - ¡Ay! No sé como explicarlo.
- Deberías preguntarle su nombre o de dónde es o algo.
- La próxima vez que vaya le preguntaré.
El timbre de la tienda de caramelos sonó dos veces cuando pasamos, indicando nuestra llegada. A la izquierda de la entrada estaba el mostrador de la dependienta y la estancia estaba dividida por tres estantes con distintas golosinas. El que estaba más cerca de las neveras de bebidas tenía todo tipo de regaliz; el del centro, piruletas, chupa-chups y similares; y el último gomitas y todo tipo de golosinas blandas. Al fondo estaban los paquetes de patatas, palomitas, altramuces, etc.
- Qué mal, se han acabado las piruletas... - Me quejé. Miré a Anne, que mantenía la vista fija en un punto con los ojos muy abiertos. Seguí su mirada y vi a un chico de pelo rizado con una camiseta de rayas de espaldas, estaba observando unas golosinas en forma de cereza.
- ¿Es...? - Anne asintió antes de que pudiera terminar mi pregunta. - Ve, vamos. - Le susurré y le empuje hacia el pasillo donde estaba él.
- Mira, cerezas, tus preferidas. - Dije en voz lo suficientemente alta para que se me escuchara. El chico se volvió hacia nosotras con la mirada perdida, miró al frente y de nuevo a Anne, como si no la hubiera visto la primera vez. Le dirigió una sonrisa.
- Hola. - Dijo con acento francés.
- Hola. - Dijo Anne nerviosa.
- Tú eres la chica de la boulangerie. - Pronunció la última palabra en tono de pregunta.
- Panadería. - Tradujo ella, asintiendo con la cabeza. Desaparecí del pasillo en silencio, dejándoles a solas.
Anne apareció a mi lado al cabo de un rato.
- Hablando del rey de Roma... - Le dije. - ¿Qué te ha dicho? - Me hizo una seña con la mano para que me callara. Cuando el chico se fue, no sin antes delicarle una mirada a mi mejor amiga, nos acercamos al mostrador para pagar.
- Se llama Darren, está pasando el verano en casa de unos amigos de su familia y de paso les ayuda en su panadería y aprende el idioma. ¿A qué es mono?
- Si... para ti. - En cuestión de chicos no compartíamos gustos.
- ¡Qué sonrisa! ¿Has visto? - Seguimos hablando de él. Ella me describía sus gestos, su mirada, la forma de su espalda y de sus brazos, la tenía encandilada.
- Oye, ¿por qué no le dices que se venga este viernes con nosotros al nuevo chiringuito?
- No sé...
- Dile que se lleve a sus amigos, que le vendrá bien para conocer el entorno en el que vive. - Se rió.
- Para conocer la fauna del lugar, ¿no?. - Reí también.
- Tú díselo. - Le insistí.

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