martes, 10 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 8 - UNA INESPERADA SORPRESA

Pasé una página del fascinante libro de fantasía que me estaba leyendo. No lograba concentrarme en la historia, tenía que releer varias veces el mismo párrafo para saber de qué hablaban, así no podía disfrutar de la lectura. Seguía pensando en mi padre, no habíamos vuelto a saber de él y en parte era mejor así.
Además, Nigel también rondaba por mi cabeza. No le había vuelto a ver desde aquella noche y, aunque me había demostrado que no merecía la pena pensar en él, no quería creérmelo del todo. Apenas le conocía, tal vez no fuera realmente así. Me gustaba su forma de tratarme, dulce y galante, aunque odiaba pensar que también trataba así a las demás chicas. Podría cambiarle, a lo mejor si me conociera mejor le gustaría de verdad y dejaría de tontear con otras. Sacudí la cabeza. ¿Pero en qué estaba pensando? No iba a cambiar, no quería que cambiara. Yo no era su tipo de chica, ¿acaso una chica como yo le gustaría? ¿Y qué más daba si yo le gustaba o no? Él buscaba lo que buscaba y yo... bueno, yo no sabía lo que quería.
Marqué la página que estaba leyendo y cerré el libro. Apoyé la cabeza en el reposabrazos del sofá, alargué la mano para dejar el libro sobre la mesa del salón y cogí mi móvil.
- Hola. - Le escribí por chat a Anne. - ¿Qué tal va todo por allí? - Se había ido de vacaciones con su padre durante una semana. Hacía solo un par de días que se había marchado y ya la echaba de menos.
- Hola. Muy bien. Estoy en el mirador. ¡Las vistas son preciosas! - Sonreí. - Mañana visitaré el museo de El Greco. - Lo habíamos estudiado este año en la asignatura de historia del arte y nos habíamos quedamos maravilladas con su obra.
- ¡Qué bien!
- ¿Alguna novedad por ahí? ¿Has vuelto a ver a Niggie? - Me hacía gracia que llamara así a Nigel.
- No, y prefiero no verlo.
- ¿Y eso? - Preguntó junto a una cara de sorpresa.
- Me como demasiado la cabeza. Además, tontea con todas. No merece la pena, aunque en realidad no le conozco... - Ya habíamos comentado muchas veces este tema, tendría que estar cansada de escucharme hablar de él y aún así me seguía escuchando, aconsejando y haciéndome reir con sus comentarios.
- Lo que tienes que hacer la próxima vez que le veas es responderle borde, a este le va la caña. Fíjate cuando le dije lo de que no me había oido hablar. Sonrió y me dio dos besos. Si lo hubiera sabido no hubiera dicho nada.
- Hiciste muy bien en responderle de esa forma pero yo no soy así. Si ni siquiera me salen las palabras cuando le tengo en frente.
- ¿Y si le das celos? Baila con otro chico. - Ya se me había pasado por la cabeza pero había descartado la idea al momento.
- No, no merece la pena. Lo mejor es que me olvide del tema.
- Mejor. Dean le daba mil vueltas a ese tio. Es tan creído, tan... puaj. - Sentí una punzada en el pecho al leer el nombre de Dean.
- Pero si tu decías que Dean no te gustaba para mi, que me merecía a alguien mejor.
- Y lo sigo pensando pero se esforzaba por merecerte, me encantaba la forma en que te trataba, además, hacíais muy buena pareja.
- Dean al principio también era como Nigel.
- No tanto. En cuanto empezó a salir contigo dejó de ser tan creído y ligón.
- A lo mejor a Nigel le pasaría igual... - Me contradecía a mi misma. ¿Quería estar con Nigel o no?
- A lo mejor. Me tengo que ir. Te quiero.
- ¡Pásatelo muy bien! Yo también. - le puse el icono de una carita lanzando un beso.
- Gracias. - me escribió la misma carita. Se desconectó del chat y yo hice lo mismo. Dejé el móvil encima del libro y suspiré. Me quedé mirando el techo dándole vueltas a la cabeza. Sonó el teléfono.
- Voy yo. - Le dije a mi madre poniéndome en pie. Era el número de la casa de Dean. - ¿Si?
- ¿Está Catherine? - Era la madre de Dean.
- Si, soy yo. - Hacia un par de meses que no hablaba con ella. Lo último que supe era que Vincent y ella se estaban planteando el divorcio. Su hijo era lo único que les mantenía unidos y, ahora que ya no estaba, sus discusiones no hacían más aumentar y Vincent se tiraba dias enteros fuera de casa, haciendo solo él sabía qué.
- Oh, me había parecido la voz de tu madre. La teneis tan parecida...
- Si, pasa a menudo. ¿Qué tal? ¿Ocurre algo?
- Todo va bien, cielo. Tengo una sorpresa que darte. ¿Te puedes pasar por mi casa un momentito? - parecía contenta.
- Claro. ¿Qué pasa?
- Es una sorpresa, no te lo puedo decir. - notaba su sonrisa a través del teléfono.
- Qué misteriosa. ¿Cuándo quieres que vaya?
- Cuando puedas, si quieres ahora mismo. - Miré el reloj, todavía no eran ni las cinco de la tarde.
- Vale, en media hora estaré allí.
- Bien, hasta ahora.
- Hasta luego. - Colgué el auricular desconcertada. ¿Una sorpresa? Hacia mucho que no la notaba tan alegre.
- ¿Quién era? - me preguntó mi madre.
- Priscilla. Dice que quiere que vaya a su casa, que tiene una sorpresa para mi.
- Hace tiempo que no llamaba. ¿Está bien?
- Si, me ha dicho que todo va bien. Voy a cambiarme.
- ¿Te llevo?
- No hace falta, hace un día muy bueno, me vendrá bien andar.

¿Qué le podría decir a Nigel la próxima vez que le viera? ¿Cuánto tiempo? No, vaya a pensar que le he echado de menos. ¿Tenemos un beso pendiente? Ni hablar, me alegraba no habérselo dado aunque por otra parte... Suspiré.
El sol iluminaba cada rincón de la calle y una brisa fresca agitaba las hojas de los árboles. ¿De qué iria esa sorpresa? Debería haber llamado a Priscilla más a menudo, durante estos años había sido muy amable conmigo, era una alegría tenerla como suegra y debería corresponderle de alguna forma. Llamé a la puerta.
- ¡Catherine! - Pricilla me abrazó con una gran sonrisa. - Pasa, pasa.
Vincent estaba al pie de la escalera. Me pareció raro, siempre solía estar sentado en su sillón del salón, viendo la televisión con una cerveza en la mano.
- Buenas tardes. ¿Qué era eso tan urgente? - les pregunté.
- No pongas esa cara, no es nada malo. Ven, vamos. - Priscilla me puso las manos en la cintura y me condujo al salón, que estaba más oscuro que de costumbre. Miré a Vincent, había algo diferente en su malhumorado rostro, parecía ¿una sonrisa?
Dirigí mi vista al frente. Ahogué un grito y me llevé las manos a la boca. Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir. No podía creer lo que estaba viendo, tenía que ser un sueño. Un individuo alto, moreno y con ojos claros se hallaba de pie en la sala de estar. Noté la calidez de mis lágrimas al resbalar por mis dedos, que seguían apretados contra mi cara.
- Dean. - Susurré. Me abalancé hacia él con las piernas temblorosas y le abracé con fuerza. Perdió el equilibrio y tuvo que retroceder algunos pasos. Le sujeté la cabeza con ambas manos y le besé las mejillas, la frente, los labios... - Me dijeron que habías muerto.
- Se equivocaron. - Sonrió y me besó con dulzura. - Te quiero. - Me envolvió con sus brazos y sentí que una parte de mi había vuelto a la vida. Escuché como la puerta corredera del salón se cerraba a mi espalda, nos estaban dando intimidad.

Tomé aire con una amplia sonrisa y me sequé las lágrimas que se me habían derramado de alegría. Nos sentamos en el sofá y observé a Dean con detenimiento, memorizando cada detalle de su rostro. Estaba casi completamente rapado, sus mejillas conservaban esa forma redondeada que le daba aspecto de niño aunque ahora una de ellas estaba surcada por una cicatriz. Sus ojos azules me miraban con cautela, había cierta tristeza y nostalgia en ellos. Sus orejas seguían siendo las de siempre. Se las acaricié y pegó su mejilla buena contra mi mano.
- ¿No vas a decir nada? - me preguntó, besando mi palma.
- No hay palabras para explicar como me siento. - Sonrió timidamente. - ¿Qué te pasó? - Acerqué un dedo hacia su cicatriz pero no me atreví a tocarla. Su sonrisa se borró, apartó su cara de mi mano y miró al suelo. - No tienes por qué contármelo, solo era curiosidad. - Cambié de tema. - Qué oscuro está, ¿por qué están las cortinas cerradas? Hace un día precioso. - Me levanté para abrirlas pero Dean me cogió de la mano y volví a sentarme.
- Espera, te tengo que contar algo. - Se frotó las manos pensativo, puse la mia sobre las suyas.
- No quiero que te sientas obligado, está bien si no quieres hablar todavía. - Sacudió la cabeza.
- La guerra, ese día... - parecía no saber qué palabras escoger. Suspiró. - La de la cara no es la única herida. Hay más y peores.
- ¿Peores?
- Abre las cortinas. - Me pidió. La luz entró, iluminando toda la habitación. Me volví hacia Dean, cabizbajo se remangó la camisa y se puso de pie para que le observara mejor. Su brazo izquierdo estaba completamente ileso, en cambio el derecho tenía una serie de quemaduras. - Tengo un 33% de mi cuerpo quemado. Mi uniforme prendió en llamas y no tuve una idea mejor que tratar de arrancármelo, llevándome la piel del brazo. - No pude evitar hacer una mueca. - Y en las piernas es aún peor. El torniquete me salvó la vida pero no mi pierna.
- ¿Qué quieres decir? - le pregunté tragando saliva. Se sentó y se levantó la pernera del pantalón hasta la rodilla. En lugar de una pierna de carne y hueso había una estructura de metal. No sé que cara puse pero Dean asintió bajando la mirada. - Lo sé, doy asco. - dijo en voz baja.
- No me das asco. - Dije cuando recuperé el aliento tratando de no derramar ninguna lágrima. Me senté a su lado y le sujeté la mano. - Estás muy equivocado si piensas eso.
- Mis padres y mis superiores piensan que debo visitar a un psiquiatra para contarle mis maravillosas experiencias en la guerra creyendo que eso me va a hacer sentir mejor. - Bufó. - He visto cosas que preferiría no tener que revivirlas. Demasiados muertos en mi cabeza. - Puso su otra mano sobre la mia. - Catherine, no soy el mismo Dean que conociste. Hay algo horrible en mi, una parte que ni siquiera yo sabía que existía.
- No digas tonterías.
- He esquivado a la muerte demasiadas veces mientras veía como los demás caían. - Soltó mi mano y se tapó la cara. - Debería estar muerto.
- ¡Ni se te ocurra decirlo! - Le cogí la cara entre ambas manos y le obligué a que me mirara. - Escucha, durante 6 meses he pensado que estabas muerto. Tu tumba está en el cementerio, ¿sabes? - Me miró con los ojos enrojecidos y húmedos. - No sabes lo duro que ha sido para mi, para tus padres, para todos. Es un milagro que sigas vivo y no quiero volver a oirte hablar de esa forma. Si estás aquí es por algo, no desaproveches esta oportunidad que te ha dado la vida. - La vista se me había nublado por el llanto, parpadeé. Nos abrazamos en silencio.
No sabía cuanto tiempo nos habíamos pasado así pero no tenía intención de moverme. Había deseado volver a verle tantas veces que parecía un sueño.
- Te quiero, Dean. - dije con sinceridad.
- ¿Incluso con pata de palo? - preguntó con la cara húmeda por las lágrimas. Asentí.
- Con pata de palo incluida. Así en Carnavales podrás ir de pirata. - Sonrió y le sequé el rostro.

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