sábado, 7 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 4 - LA NOTICIA

Removí las deliciosas albóndigas en salsa por el plato. Pinché una con el tenedor y me la llevé a la boca masticando desganada, apenas podía saborearla. Hacía más de un mes que no se sabía nada de Dean. Normalmente siempre podíamos ponernos en contacto con él, ya fueran sus padres o yo. La televisión estaba encendida pero no prestaba atención a lo que echaban.
- Estoy llena. - dije retirando el plato.
- ¿Ya? Pero si apenas has probado bocado... - dijo mi madre. - Catherine, tienes que comer algo. - suspiré. - No querrás que cuando Dean vuelva te vea en los huesos, ¿no?
Le miré, sentía los ojos húmedos. Inspiré lentamente y comí una más.
- Así me gusta. - Algo que estaban diciendo en las noticias llamó mi atención.
- Sube el volumen. - dije buscando el mando.
- Las tropas españolas en Afganistán han sufrido tres atentados en las últimas 24 horas con el resultado de 11 muertos y 20 heridos. Uno de los atentados tenía como objetivo el convoy en el que viajaba el jefe de las tropas españolas. Y los dos restantes se produjeron en el lugar donde había un puesto avanzado de combate. Eso es todo. Gracias por vernos. Volveremos esta tarde a las 21:00 h con más noticias.
Nos quedamos en silencio. La música del informativo era lo único que se escuchaba. Apagué la televisión. Empecé a sollozar sin darme cuenta.
- No tienen por qué haberle dado a él. - dijo mi madre en un intento por consolarme. - Puede que escapara, a lo mejor... - Se quedó sin palabras. Se acercó y me abrazó. Lloré con más fuerza. - Mantén la esperanza, cariño. Es lo último que se pierde.

Llamé a casa de Dean para averiguar si sus padres sabían algo. Nada. Ninguna llamada, ninguna carta, ninguna visita. Busqué noticias relacionadas con Afganistán en el ordenador: ataques suicidas, cien latigazos a un menor de edad, atentados, niños muertos por la explosión de una mina... Conforme seguía leyendo peor me sentía. Los artículos más agradables hablaban de la visita del presidente del Gobierno o del posible repliegue de tropas dentro de dos años.
Dos semanas y media después sonó el teléfono. Estaba sentada en la cama tratando de leer San Manuel Bueno, Mártir, uno de los libros que nos habían mandado para este trimestre, cuando escuché mi nombre en la conversación que mantenía mi madre con la persona al otro lado de la línea. Me asomé desde lo alto de la escalera. Mi madre estaba hablando con el teléfono fijo que estaba encima de una mesita, al pie de los escalones.
- ¿Segura que no quieres hablar con ella? - dijo con voz apagada. Bajé un par de escalones para escuchar mejor.
- Si, lo entiendo. - suspiró. - Yo se lo diré. Lo siento mucho, Priscilla. Te acompaño en el sentimiento.
Las piernas me temblaron. ¿Pricilla, la madre de Dean? Mi madre colgó el teléfono cabizbaja y se volvió sorprendida al verme allí.
- Catherine... - dijo mirándome con compasión. Negué con la cabeza, sabía lo que vendría ahora. - Dean ha...
- ¡No! - grité interrumpiéndola. - No puede ser verdad. - No quería oirlo.
- Lo siento, cariño. - empezó a subir los escalones con los ojos llorosos y los brazos abiertos para consolarme. Retrocedí, sin dejar de negar con la cabeza.
- Necesito estar sola. - Entré corriendo en mi habitación, cerré la puerta y apoyé la espalda contra ella. La pequeña chispa de esperanza que quedaba en mi corazón se apagó por completo, dejándolo a oscuras. Las lágrimas resbalan por mis mejillas a gran velocidad y me deslicé por la puerta hasta quedar sentada en el suelo.

No sabía cuanto tiempo había pasado pero ya no entraba luz por las ventanas. Unos nudillos tocaron en la puerta, al ver que no respondía mi madre entró. Estaba tumbada en el suelo de mi habitación, con la cara aún húmeda por las lágrimas pero sin poder llorar más.
- Vas a coger frio en el suelo. - me encogí de hombros. Se sentó a mi lado y me ayudó a incorporarme. Me abrazó en silencio.
- ¿Por qué, mamá? ¿Por qué tuvo que irse al ejército? - una lágrima apareció por la comisura de mi ojo.
- Quería ayudar a los demás.
- Pues que se hubiera metido en una ONG. - bufé. Estaba enfadada, enfadada con Dean. - ¡Qué estúpido!
- No digas eso. - me frotó un brazo. - Hizo lo que vió mejor para él.
- Ni siquiera pensó en sus padres, ni en sus amigos, ni en mi. Es un egoista. Era. - me corregí en un susurro.
- No seas así. ¿Sabes lo que te vendría bien? - me cogió la cara con ambas manos. - Una buena ducha caliente y después a cenar y a dormir. Ya verás como mañana estarás un poco mejor.
No tenía razón. Esa noche sentía impotencia, rabia, estaba furiosa con él. ¿A quién se le ocurría irse a la guerra? Pero los dias siguientes eran aún peores. Me venían a la cabeza miles de buenos momentos juntos, incluso recordar nuestras discusiones me hacía sonreir.

Pasaron las semanas. No podía permitirme el lujo de perder muchas clases así que solo falté un dia. De todas formas estar en casa era peor, necesitaba tener la mente ocupada. Priscilla me llamó para que fuera a su casa a recoger algunas cosas que tenía Dean en su habitación que creía que me pertenecían. Ella me abrió la puerta, nos susurramos un 'hola' y nos dimos un abrazo. El padre de Dean estaba en su rincón de la casa, en ese sillón que debía de tener la forma de su trasero, viendo la televisión, como siempre. Una foto de Dean con el uniforme militar colgaba encima de la chimenea. En la esquina del marco había una cinta negra.
- Buenas tardes. - dije mientras le veía cambiar de canal sin parar.
- Vienes a recoger tus cosas, ¿verdad? - me miró y asentí. - Si quieres puedes llevarte alguna de sus cosas. Él no las va a necesitar ahora. - volvió su vista al frente de nuevo, me sorprendió la frialdad en su voz. - ¿Quieres una bolsa o algo para guardarlas?
- No hace falta, gracias. He traido este bolso. - se lo señalé.
- Asi me gusta, una chica responsable y educada, no como el gandúl de mi hijo. - Sentí rabia. ¿Es que no le quería? - Lo único bueno que hizo fue alistarse al ejército y ni siquiera fue capaz de durar un año. - volvió a cambiar de canal con indiferencia.
- ¿Le importa? - dije apretando los dientes.
- ¿El qué? - me miró con curiosidad.
- Tener un poco más de respeto por su hijo. Murió en la guerra. - Recarqué.
- En mis tiempos eso si que era una guerra. En las guerra de hoy en dia lo único que se hace es estar en un puesto de vigilancia con un arma en el regazo y charlar todo el dia. Me hubiera gustado verlo a él en esos tiempos. ¡No hubiera durado ni un suspiro!
- ¿Pero es que no le importaba su hijo? ¿No le quería? ¿Ni siquiera un poco? - me estaba empezando a enfadar. Dejó el mando encima de la mesa y se volvió hacia mi sin levantarse del asiento. - ¡Se apuntó en el ejército para que usted se sintiera orgulloso de él y ni aún así lo está!
- ¡Más vale que te calmes! - dijo con voz autoritaria.
- Él solo quería un poco de cariño de su parte y pensó que así lo iba a conseguir, pero se equivocaba. Tengo una cosa que decirle: como padre deja mucho que desear. - La rabia se había adueñado de mi.
- Cuida lo que dices, jovencita. - se levantó del sillón señalándome con el dedo como advertencia.
- Preferiría no tener padre a tener uno como usted. - me giré dispuesta a largarme de esa casa pero al darme la vuelta me encontré con la mirada triste y dolida de Priscilla.
- Tus cosas están en el escritorio de Dean. Si ves algo más que sea tuyo puedes cogerlo. - dijo con voz neutra. Asentí y subí las escaleras con la cabeza gacha, avergonzada por mi comportamiento.
Encajé la puerta de la habitación y tiré el bolso sobre la cama. Las lágrimas se derramaron en silencio por mis mejillas y observé una pequeña caja de flores que estaba encima de la mesa. Varias fotos nuestras, la cazadora que dejé olvidada en su casa la última vez que nos vimos, un reloj de mano con la inscripción "Siempre contigo"... Acaricié las rugosas letras con las yemas de los dedos, todavía no se había atrevido a devolvérselo a la familia de ese hombre por miedo a los reproches. Lo dejé sobre la mesa. Un albúm de fotos con el título de "¡Feliz aniversario!" sobre la primera foto que nos hicimos juntos llamó mi atención. Se lo había regalado un par de meses antes de que empezara todo esto del ejército, cuando hicimos dos años de novios. Acaricié la cara de Dean con dedos temblorosos, parecía que había pasado mucho tiempo desde que esa foto fue tomada, esa sonrisa de niño, con las paletillas un poco más bajas que el resto de los dientes... Limpié la lágrima que se había caído en el albúm y lo guardé en mi bolso, al igual que la cazadora. Eché de nuevo un vistazo al interior de la caja, no necesitaba nada más de allí así que me dirigí hacia la puerta. No pude evitar mirar por última vez la habitación de Dean, sus pósters de jugadores de baloncesto, su colcha de su equipo preferido de fútbol... Respiré hondo tratando de retener las lágrimas en mis ojos. El reloj que había dejado en la mesa brilló bajo la luz artificial de la lámpara. Me mordí el labio, dudosa, lo cogí y bajé las escaleras pensando que debía hacer una cosa más antes de irme.
El padre de Dean seguía en su sillón con la vista fija en la televisión pero sin verla realmente.
- Vincent. - me resultaba raro llamarlo por su nombre y también por su apellido, así que, las pocas veces que me dirigía a él, intentaba evitar llamarlo de ninguna forma. Me miró de reojo. - Siento lo que le he dicho antes, no pretendía... - Prestó toda su atención en mi. Suspiré. - He pasado unas semanas muy malas y lo he pagado con usted, lo siento.
Apagó la televisión y suspiró también.
- Tenías razón. - Le miré sorprendida, tenía la vista fija en el suelo. - No he sido un padre ejemplar pero sí que le quería, le sigo queriendo.
Nunca le había visto así antes, parecía descompuesto y a punto de ¿llorar?
- Si pudiera dar marcha atrás cambiaría muchas cosas, muchas. - continuó bajando cada vez más la voz. Me arrodillé a su lado y le abracé en silencio. Sorbió por la nariz y se limpió la cara.
- No eres la única que ha pasado unas semanas muy malas, todos estamos sufriendo. - tomó aire.
- Lo sé. - se hizo el silencio. Volvió a encender la televisión.
- ¿Sabes? Que mi hijo haya... - hizo una pequeña pausa y carraspeó - que ya no esté entre nosotros no significa que tengamos que perder el contacto. Eres una buena chica, cuenta con nosotros para lo que sea.
- Gracias. Lo tendré en cuenta. - Asentí con la cabeza.
Priscilla bajaba las escaleras con un cesto de ropa limpia apoyado en el costado. Apenas había hablado, con lo charlatana que había sido siempre, y su rostro, antes risueño y de mejillas sonrosadas, no tenía color y transmitía un dolor por el que nadie debería pasar nunca, la muerte de un hijo.
- ¿Ya te vas? - me preguntó cambiándose de lado el cesto.
- Si, he cogido un par de cosas, el resto las he dejado. ¿Le echo una mano? - señalé la ropa.
- No hace falta, me mantiene las manos ocupadas y me ayuda a no pensar demasiado. - le dí un abrazo y le besé en la mejilla.
- Gracias por todo, Priscilla.
- No hay de qué. - Compuso una sonrisa que se borró enseguida.
- Cuidaos los dos. - dije mirando al salón. - Si me necesitais, solo tenéis que llamar.
Cerré la puerta detrás de mi y el aire fresco revolvió mi pelo. Me iría a casa andando, necesitaba despejarme.

Pasaba las mañanas en el instituto tratando de atender a los profesores y las tardes encerradas en mi habitación, haciendo los deberes, intentando estudiar y con recuerdos de Dean por todas partes. Todavía no habían encontrado su cuerpo, era probable que la explosión lo hubiera desintegrado. Encontraron su placa distintiva chamuscada en el suelo, era lo único que había quedado de él. Enterramos el ataúd vacío en el cementerio de la ciudad. Mi padre no dejaba de llamar por teléfono para saber como estaba y trataba de hacerme sentir mejor sin resultado alguno.
Resoplé enfadada al no saber la respuesta de uno de los ejercicios de geografía, ni siquiera aparecía en internet. Miré a la estantería de mi derecha, los gruesos lomos de los libros contrastaban con el fino y alargado albúm personalizado. Dejé el bolígrafo sobre la mesa y lo saqué, pasando una a una las páginas llenas de fotos y buenos recuerdos. Lo había mirado tantas veces que me sabía hasta el color y tipo de ropa que llevábamos ambos en cada una de las fotos por el orden en el que aparecían. Llamaron a la puerta y escondí el albúm debajo de los apuntes.
- Adelante. - Era mi madre. - ¿Pasa algo? - Negó con la cabeza.
- Solo quería saber qué es lo que hacías. - me encogí de hombros.
- Deberes, como siempre.
- Creo que tienes que desconectar un rato. - se quedó de pie a mi lado. - Necesitas salir.
- No me hace falta, lo que necesito es encontrar ya la respuesta a esta pregunta. - Hice click en una de las páginas que me salía en el buscador, leí la información. - ¡Aquí está!
Escribí rápido en la hoja mientras mi madre se sentaba en la cama. Ordené los apuntes y los guardé en la carpeta.
- Ahora que has terminado ¿podemos hablar? - la guardé en la mochila.
- No creo que haga falta, ya he dicho todo lo que tenía que decir y si siguiera hablando me repetiría. - El tema de nuestras conversaciones, sobre todo de las mias, era Dean, Dean y más Dean. Ella sabía cómo me sentía y a mi no me quedaban más lágrimas que derramar, solo un hondo vacío en el pecho. Parecía haberse llevado una parte de mi consigo.
- No es sobre él, es sobre ti. - Moví la silla giratoria hacia ella.
- Podría estar mejor pero sigo haciendo los deberes y aprobando mis exámenes así que no tienes de qué preocuparte. - compuse mi mejor sonrisa.
- Soy tu madre y solo quiero lo mejor para ti, eso no me vale. - suspiré. - Tienes que despejarte. Vas del instituto a la casa y de la casa al instituto, ya ni siquiera quedas con Anne. ¿Por qué no haceis lo que hacíais antes? Mañana tienes el examen de geografía por la tarde, ¿verdad? - asentí. - y además es viernes, pues cuando lo terminéis dais una vuelta por el centro y pasais el rato.
Me lanzó una mirada preocupada.
- Vale. - accedí. - Hablaré con ella a ver si le apetece.
Se sorprendió al recibir mi llamada, se alegró con mi propuesta y aceptó sin dudar.

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