martes, 17 de septiembre de 2013

CAPÍTULO 11 - ¿QUERER O DESEAR?

Tras dejar pasar dos largos días para que Dean aclarase sus pensamientos, necesitaba hablar con él, arreglar lo nuestro. Los siguientes tres días traté de contactar con él. Le había dejado cientos de mensajes y le había llamado sin éxito. Probé a llamar una vez más a su casa.
- ¿Diga? - respondió Priscilla.
- ¿Está Dean?
- Un momento. - Esperé con el auricular en la mano, sabiendo lo que vendría ahora pero manteniendo la esperanza de que hoy volviera a escuchar su voz.
- Lo siento, ha salido. - La chispa de esperanza se apagó y tuve miedo de que no volviéramos a estar juntos nunca más. - ¿Quieres que le dé algún mensaje de tu parte?
- No. - suspiré. - Bueno, sí. Dile que le quiero y que no dejaré de llamarle y enviarle mensajes hasta que consiga hablar con él.
Priscilla también suspiró.
- Se lo diré.
- Gracias. - Aparté lentamente el auricular de mi oreja.
- Catherine, ¿sigues ahí?
- Si, dime. - Noté que la chispa volvía a crecer en mi interior.
- Sabes que Dean te sigue queriendo.
- No estoy tan segura de ello.
- Hablaré con él. Te prometo que haré lo que esté en mi mano para que entre en razón.
- Muchas gracias, Priscilla. Eres la mejor suegra que alguien puede tener.
- No hace falta que me hagas la pelota, cielo. - Noté una sonrisa tímida en su voz. - Entrará en razón, ya lo verás.
Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Y si no lo hacía? Colgué el teléfono y fui a mi habitación. Me puse los auriculares y subí el volumen de la música. Me tumbé en la cama hecha un ovillo y con los ojos húmedos. Mañana iría a su casa y tendría que hablar conmigo por fuerza, quisiera o no.
Mi móvil se iluminó y me precipité sobre él, quitándome de forma brusca los auriculares. Alguien me hablaba por el chat, no reconocí el número. La alegría que me había invadido segundos antes me abandonó. No era Dean, a no ser que se hubiera cambiado de teléfono. Sopesé esa idea.
- Hola. - Me puso el desconocido.
- Hola, ¿quién eres? - Limpié una lágrima que se me había derramado en la pantalla del móvil.
- Soy Nigel. - Un hormigueo me recorrió todo el cuerpo. Notaba mis dedos temblar mientras se deslizaban rápidamente por el teclado.
- ¿Cómo has conseguido mi número?
- Tengo mis contactos... - Puso una cara sonriente guiñando un ojo. Suspiré.
- ¿Qué quieres? - No estaba de humor para aguantar tonterías de alguien que se divertía jugando con los demás.
- ¿Estás en casa?
- Si, ¿por qué?
- En 20 minutos estoy allí.
- ¿Y si no quiero que vengas?
- Pues estaré el tiempo que haga falta en tu puerta hasta que me abras. Acamparé toda la noche si es necesario. - Sonreí ante la absurda idea de Nigel en una tienda de campaña en mi jardín.
- No seas idiota.
- No lo soy, soy encantador. Hasta ahora. - Cerré la ventana del chat. Con una oleada de energía que no sabía que tenía me levanté de la cama. Sustituí el viejo pantalón de algodón que llevaba puesto por unos vaqueros cortos, fui al espejo y me pasé el peine por el pelo. Cogí el lápiz de ojos. ¿Pero qué estaba haciendo? Lo dejé a un lado y miré mi reflejo.
- Quieres a Dean, no lo olvides. - Me recordé a mi misma. ¿Entonces por qué actuaba así?

Llamaron a la puerta y abrí. Nigel iba vestido con unas bermudas vaqueras, enseñando sus atractivas pantorrillas y una camisa de manga corta roja.
- Me has abierto a la primera. - Me observó con una media sonrisa y sus ojos tenían ese brillo retador que tanto me frustraba y atraía a la vez.
- Es lo menos que podía hacer después de haberme traido a casa la otra noche. - Me apoyé en el marco de la puerta. - ¿Qué es lo que querías?
- ¿Dónde está tu educación? ¿No me invitas a pasar? - Miró por encima de mi hombro.
- No tientes tu suerte. - Crucé los brazos sobre el pecho y esperé.
- He pensado en lo que dijiste. Nunca lo había visto de esa forma, yo no pretendo hacer daño a nadie.
- Me alegra oir eso. Por lo menos esa noche sirvió para algo. - Le señalé el banco colgante de madera del porche y nos sentamos. Balanceé el columpio, observando su coche rojo aparcado junto a la acera. - Te has acordado de mi calle.
- Tengo buena memoria para lo que quiero. - Su mirada me intimidó y bajé la vista. Él sonrió sin dejar de mirarme.
- ¿Qué pasa? - Dije incómoda.
- Siempre haces eso cuando te miro. ¿Te pongo nerviosa?
- No digas tonterías. Solo es que me cuesta mantener la mirada a los que tienen los ojos claros... - me excusé.
- ¿Ah, sí? - Le miré y mantuvo sus pupilas fijas en las mias. No iba a dejar que tuviera poder sobre mi así que alcé la barbilla y observé el azul-verdoso de sus ojos. En realidad, sus ojos en sí no eran nada del otro mundo, era su forma de mirar, esa mirada que hacía que me ruborizara, que me hacía sentir deseada, que me decía que esperaba algo de mi aunque no supiera el qué.
No pude aguantarlo más y aparté la vista. Soltó una risita y le di un golpecito en el brazo.
- No te rías de mi. - me quejé.
- No me río de ti, me río contigo.
- Pues a mi no me hace gracia.
- ¿No? ¿Y esa sonrisa? - Me llevé una mano a los labios, tenía razón. Le volví a dar en el brazo.
- ¿Eso es lo único que sabes hacer? - me picó.
- No, también se hacer cosquillas. - Tanteé por su vientre con los dedos.
- Buena suerte, no tengo. - Le di en el costado y pegó un brinco. Reí.
- ¿Ah, no? ¿Y esto? - Seguí moviendo los dedos y sus manos apartaron las mias. Conseguí soltar una y volvió a saltar en el asiento al rozarle las costillas. Me la volvió a sujetar, esta vez con más fuerza. Forcejeé sin lograr liberarme. Dejé de intentarlo y miré nuestras manos entrelazadas, notando la suavidad de su piel.
- ¿Tregua? - Me preguntó. Asentí. Me soltó lentamente, observándome desconfiado. Alcé las manos en señal de paz todavía riéndome.
- Tienes una risa muy bonita. - me dijo.
- Gracias, últimamente no suelo reírme mucho.
- ¿Es por Dean?
- Sobre todo. - Suspiré, pensando también en lo de mi padre. - Desde que volvió de Afganistán no es el mismo.
- Espera, entonces, ¿son ciertos los rumores? ¿Fue a la guerra? - Asentí.
- Incluso le dieron por muerto, afortunadamente se equivocaron. - Sonreí durante un momento. - Me alegro mucho de tenerlo aquí de nuevo pero ya no parece el mismo. Está muy reservado, con la mirada perdida y autocompadeciéndose de forma melancólica. Le entiendo - me levanté bruscamente del banco colgante, que balanceó ante mi movimiento - y comprendo que necesite tiempo para acostumbrarse a su nueva vida pero está siendo más duro de lo que pensaba y parece como si él no quisiera recuperarse o, por lo menos, no parece que se esfuerce demasiado. - Me apoyé de espaldas en la barandilla del porche. - Pasa demasiado tiempo en sus recuerdos y poco en el mundo real. Además, - tragué saliva - parece que ya no me quiere como antes. - Se me quebró la voz por las lágrimas y bajé la cabeza avergonzada.
Nigel se puso en pie y se acercó a mi con los brazos extendidos. Di un paso atrás y alargué la mano para evitar su compasión pero él la apartó con delicadeza y me pegó contra su pecho. Las lágrimas salieron con más fuerza y me repudié por llorar delante suya.
La mirada de ternura que me dirigió cuando conseguí calmarme fue odiosamente adorable y me pregunté una vez más qué quería de mi. Nos volvimos a sentar en el banco y charlamos de otros temas.
El viento dejó de soplar y, aunque estábamos a la sombra, hacia un calor insoportable.
- ¿Te apetece un helado? - le pregunté.
- Vale.
- ¿De qué sabor lo quieres? - Me levanté y abrí la puerta. - ¿Quieres entrar? No creo que a mi madre le importe.
- ¿Está en casa? - Asentí y él negó con la cabeza.
- ¿Qué ocurre? ¿Ahora resulta que eres tímido? - Arqueé una ceja. - ¿Dónde está el chico extrovertido que saca a bailar a completas desconocidas?
- Eso es distinto. Además solo suelo bailar con chicas que conozco o con las que se acercan a mi.
- ¿En serio? - Se metió las manos en los bolsillos, repentinamente incómodo. - ¿Y por qué me sacaste a bailar entonces?
- Tú no te lanzabas así que tuve que hacerlo yo. - Nuestras miradas se cruzaron cuando él alzó la vista y un agradable calor recorrió todo mi cuerpo desde el estómago. Sus labios se torcieron en una sonrisa ladeada.
Me puse un mechón de pelo detrás de la oreja con un movimiento de muñeca y tamborileé en la puerta con las uñas, nerviosa.
- ¿De qué sabor quieres el helado? - retomé el tema. Se encogió de hombros.
- Sorpréndeme.

Le llevé un cono helado de vainilla y chocolate esperando que le gustase.
- ¿Así que nunca has tenido novia formal? - Le pregunté retomando nuestra anterior conversación.
- Estuve 6 meses con la misma chica. ¿Eso cuenta?
- ¿Se lo contaste a tus padres o se la presentaste? - Negó con la cabeza. - Entonces creo que no.
Tomé un poco de mi helado.
- Tienes un poco de... - Pasó su dedo lentamente por la parte superior de mi labio, limpiándome. - Ya está.
- Gracias. - Desvié la mirada de su rostro, que estaba cada vez más cerca. No podía hacerle esto a Dean. Me apoyé en el respaldo del asiento y seguí comiéndome el helado como si nada hubiera pasado.
Continuamos hablando hasta que empezó a oscurecer.
- Qué rápido pasa el tiempo. - dije entrecerrando los ojos ante la luz del atardecer.
- Sobre todo cuando te estás divirtiendo, ¿no? - Otra vez esa sonrisa pícara. Asentí. - Tengo que irme.
Se levantó y le acompañé hasta su coche.
- Gracias por venir. Ha estado bien hablar contigo.
- Pues cuando quieras repetir, ya tienes mi número. - Nos miramos mutuamente en silencio, como esperando algo más. Tenía ganas de abrazarle, resistí ese impulso y me llevé las manos a la espalda.
- Ten... cuidado con... los coches. - Me sentí estúpida.
- No te preocupes. - Me guiñó el ojo y se montó en su deportivo. Le vi desaparecer calle abajo.
Al entrar en casa me encontré con la mirada interrogante de mi madre.
- Era el chico que me sacó a bailar en mi graduación, Nigel. - le expliqué antes de que dijera nada.
- ¿Y qué pasa con Dean?
- No estábamos haciendo nada malo, solo hablar. - Me defendí. - Además, Dean no quiere saber nada de mi.
- Cariño, piensa bien en lo que haces. Hay una sabia frase que dice: no cambies lo que más quieres en la vida por lo que más deseas en el momento, porque los momentos pasan, pero la vida sigue.
- Sé lo que hago, mamá. Mañana iré a casa de Dean y no tendrá más remedio que escucharme.

Al día siguiente me dirigí a su casa y me abrió una sorprendida Priscilla.
- ¡Catherine! No sabías que ibas a venir.
- Quería hablar con Dean y ya que no me coge el teléfono...
- Está arriba, ven, pasa. - Saludé a Vincent, sentado como de costumbre en su sillón, cerveza en mano. Priscilla tocó con los nudillos la puerta cerrada de su habitación.
- Te he dicho que no quiero nada especial para comer, mamá. - Dijo Dean con voz cansada desde el otro lado de la puerta.
- Catherine ha venido, quiere verte. - Hubo un silencio.
- Dile que no estoy. - Sentí una punzada de dolor en el pecho. Priscilla bajó la vista avergonzada.
- Dean, estoy aquí al lado. - Dije. Otro silencio. - Tenemos que hablar, no puedes esconderte de mi para siempre.
- Venga, Dean, escúchala. - Añadió Priscilla.
- Por favor, una vez que aclaremos esto no te volveré a molestar si es lo que quieres. - Tras una pausa, se escuchó el crujir de los muelles de la cama y unos pasos acercándose. El ruido paró y luego se abrió la puerta, mostrando un Dean con rostro cansado y pelo revuelto.
- Os dejaré a solas. - Priscilla desapareció escaleras abajo.
- Habla. - Me incitó Dean. No sabía por donde empezar.
- ¿Cómo estás? - Puso los ojos en blanco.
- ¿Tú que crees? - Desvié la vista. Me sentía incómoda en el pasillo, observada por los extraños cuadros que había colgados en la pared.
- ¿Puedo pasar? - Abrió la puerta totalmente y se hizo a un lado, extendiendo un brazo indicándome que pasara. La habitación estaba desordenada, las sábanas enrolladas a los pies de la cama y una consola junto al televisor encendido, mostrando el menú de pausa de un juego de fútbol.
- ¿Por qué no respondes a mis mensajes ni a mis llamadas? - dije al fin.
- Ya no importa, estás aquí, dime lo que me quieras decir. - Estaba apoyado en el marco de la puerta. Aparté el mando de la consola y me senté al filo de la cama.
- ¿No quieres arreglar lo nuestro? - le pregunté.
- ¿Seguimos teniendo algo? Desde que volví no es lo mismo, y lo sabes.
- Eso no significa que se tenga que acabar. Podría ser una nueva fase de nuestra relación.
- Lo sé. - Se sentó junto a mi, manteniendo un espacio entre ambos. - Pero es difícil, siento como si fuéramos dos desconocidos. He estado hablando con mi psicólogo y dice que primero debo acostumbrarme a mi nuevo yo, volverme a gustar y entonces los demás me aceptarán y me volverán a querer.
- Los demás te aceptan y te quieren. Eres tú el que no lo hace.
- También necesito estar un tiempo a solas - ignoró mi comentario - por eso me voy al pueblo con mis tíos. - Le miré sorprendida. El pueblo donde vivían sus tíos era pequeño, no llegaba a los 100 habitantes y la mayoría de ellos vivían de sus granjas. - Nada de móviles, ni nuevas tecnologías, solo trabajo duro y la naturaleza.
- ¿Y qué pasa con nosotros? - dije con un hilo de voz.
- ¿Tú me quieres? - preguntó.
- Claro, ¿y tú a mi?
- Más de lo que he querido a nadie en toda mi vida. - Mi corazón latió con fuerza ante la sinceridad de sus palabras.
- Entonces, ¿qué hacemos teniendo esta conversación de por qué no estamos juntos?
- A veces el amor no basta. - Bufé.
- ¿Eso también te lo ha dicho tu psicólogo? - Sentía lágrimas de rabia acumulándose en mis ojos.
- No, es que nunca voy a estar a gusto conmigo mismo si tengo que competir con otros para que te quedes a mi lado.
- No tienes que competir con otros. - Él también parecía estar a punto de llorar. - ¿Lo dices por Nigel? No hay nada entre nosotros.
- ¿Entonces qué hacía en tu casa? - Me quedé sin palabras. - Os vi. Ayer mi madre me convenció de que fuera a hablar contigo, que te escuchara, ¿y con qué me encuentro? Con vosotros dos tan felices en tu porche. - Sentí un nudo de culpabilidad en el estómago. - Le deseas, le miras igual que me mirabas a mi antes. Bailaste con él aún estando yo delante.
- ¡Tú me dejaste hacerlo! - Me puse de pie.
- Porque te vi dudar, vi ese brillo en tus ojos, esa sonrisa con la que le miras.
- Es solo atracción. - dije bajando la voz.
- Puede ser pero así se empieza. - Fui a rechistar pero me calló. - No sigamos por ese camino. Antes de la noche del chiringuito las cosas entre nosotros no estaban bien y lo sabes. Seamos sinceros.
Suspiré.
- Lo sé. Hemos estado separados mucho tiempo, demasiado. A lo mejor incluso hemos cambiado, nos tenemos que acostumbrar a nuestros nuevos 'yos'.
- Pero primero tengo que encontrarme a mi mismo. - puntualizó.
- Entonces, ¿estamos rompiendo? - Me rodeé los brazos con las manos, incómoda ante esa idea.
- Digamos que nos estamos dando un tiempo. - Compuso una sonrisa que se borró enseguida. Se mordió el labio inferior. - Si quieres podemos ser amigos, seguir hablando...
- Eso es lo que siempre se dice... - Consideré esa idea pero finalmente negué con la cabeza. - Creo que lo mejor será cortar por lo sano. Ya va a ser bastante duro de por sí.
- Tienes razón. - Se levantó apoyando el peso sobre su pierna sana y se acercó lentamente a mi. Nos quedamos el uno frente al otro, sin saber de qué manera despedirnos. - Un beso en los labios sería extraño en este momento, ¿verdad? - bromeó.
- Un poco. - admití. Le besé en la mejilla. - Suerte con encontrarte a ti mismo.
- Gracias. Te irá bien hagas lo que hagas, Catherine, lo sé de sobra. - Sonreí, él siempre había tenido más seguridad en mi misma de la que yo sentía. Me alejé de él lentamente y me dirigí hacia la puerta.
- Adiós, Dean. Espero que nos volvamos a ver algún día. - Me sonrió.
- Yo también.
Salí de su casa despidiéndome rápidamente de sus padres y di un largo paseo antes de entrar en la mia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario